La noche del viernes 23 de abril pasado se realizó la presentación de la segunda edición de El loco, obra literaria de Arturo Borda, el evento fue uno de los momentos más esperados por la comunidad lectora e investigadora pues se trata de una de las obras más mitificadas en la literatura boliviana. La poeta Blanca Wiethüchter describe la obra de la siguiente manera:
La obra de Borda pone en juego una interacción, entre autor narrador y protagonista, que traspasa los límites entre ficción y realidad, convirtiendo según, la obra de ficción en realidad, o la realidad en ficción, rompiendo la dualidad que cada uno de ellos implica. No de la misma manera en que este desplazamiento sucede en Niebla, la novela de Unamuno, ni tampoco como con los personajes de Pirandello que salen en busca de un autor: El Loco simplemente extiende sus dominios, se apropia del narrador y luego del autor y sale a la calle a mirar el mundo, probablemente La Alameda, aquella de los sauces llorones que nunca volveremos a ver más que en fotografías, y que ahora se llama El Prado. (Wiethüchter: 2002)
El loco es una obra literaria de características propias y fragmentarias que fue publicada el año 1966 por la entonces Municipalidad de La Paz 13 años luego de la muerte de su autor, la investigadora Claudia Pardo explica la dificultad de separar la vida de Arturo Borda de la del personaje de El loco por lo que muchos habrían leído el libro como si se tratase de un diario, la misma muerte de Borda le otorga un ingrediente especial pues, aunque se desconocen las circunstancias reales en torno al incidente que ocasionaría la muerte del artista, el hecho fue evocado por Jaime Saenz quien relata que, en una noche de invierno Borda vagaba ebrio por las calles en busca de una copa hasta que en una tienda pidió lo que sea bebiendo finalmente ácido muriático.
Probablemente la vida de Arturo Borda dio un giro definitivo en un viaje a la Argentina y ese giro podría ser la genealogía de El loco, el mismo autor relata en su autobiografía que en 1919 fue el primer pintor boliviano en llegar a Buenos Aires para exponer una colección de ochenta lienzos, sin embargo, sufrió el rechazo del cónsul y de los ciudadanos bolivianos que allí residían, el fracaso sobrevino y todas las obras fueron robadas por el encargado de la exposición Rodolfo de Reali. Blanca Wiethüchter habla de aquellos días desafortunados:
Buenos Aires sobre la cual había apostado mucho, no solo había fracasado, sino que había sido engañado y la mayoría de sus cuadros robados- y su fracaso lo había tornado en un caminante de la ciudad, con olor a cebolla. Dejó de pintar por muchos años, escribidor perdido entre los vapores del alcohol.” (Wiethüchter: 2002)
En estos sucesos Borda parece encontrar el material que luego nos permite recorrer como experiencia El loco. Es Borda quien precisa que su proceso escritural tenía mucho que ver con el impulso de expresar algo que lo tenía inquieto, en su autobiografía anuncia la escritura de “el loco”, un personaje que evoca la interioridad de aquellos personajes del siglo XIX nacidos de la pluma de Dostoyevski, un ser “arrojado al mundo como producto de un aborto malogrado”. Este personaje recoge en un diario las experiencias y reflexiones producto de la marginalidad y lo grotesco de la gran urbe; a su vez, es un artista sumido en el dolor y en su intento de ejecutar una obra maestra, algo nunca visto que va más allá de su voluntad y que se ha convertido en el destino que lo aprisiona y atormenta irremediablemente. La obra se convierte en una recolección de esos trozos de sufrimiento que habitan compilados.
La miseria con todo su cotejo de angustias, al principio propulsa una fuerte ideación: la fantasía nos eleva insensiblemente hacia los más fúlgidos mijares: surgen creaciones, descubrimientos é inventos; el arte y la ciencia nos embriagan con sus más venturosas promisiones y, como consecuencia, la esperanza allega nuevas formas de ensueño.
Entretanto la miseria se intensifica, se debilita la energía, el corazón se adolore, la desesperanza impera, huye la juventud y el cerebro se bestializa en medio mismo de la conciencia que aun sobrevive en lucidez, para mayor tormento. (Borda: 1966)
La estética del dolor de Borda impide que la obra pueda separarse de la vida de su autor y al mismo tiempo debe su existencia a la mediación del sufrimiento, sin sufrimiento no hay obra por lo que el dolor también es placer. Esto se refleja en uno de los pasajes del cuaderno “La miseria”, el protagonista se encuentra observando desde su habitación hacia la calle, una mujer “adiposa y mugre” prepara buñuelos, a ella se aproxima otra mujer con los ojos extraviados que apenas arrastra los pies y que le pide cinco centavos de buñuelos, ante las risas y burlas de unos jovenzuelos que se encuentran a su alrededor la enferma y esquelética mujer intenta llevarse un buñuelo a la boca, pero su cabeza y sus manos tiemblan, impotente y llena de furia, finalmente muerde su golosina mientras sacude la cabeza masticando febrilmente:
Hay en eso algo de sagrado y sublime; algo que infunde horror y respeto. Pero he aquí que los rapaces nuevamente restallan sus cristalinas carcajadas, por lo cual la paralítica se hiela de cólera, clavando en mí, al acaso, sus extraviados ojos cristalinos, casi desorbitados, sublevando en mí la hiél asesina; no obstante, débil ya aun para mover mis labios, caigo con temblores de envenenamiento en una estúpida melancolía.
De esa suerte laxo y triste me retiro de la ventana. Y sin voluntad para nada me tumbo en la cama. (Borda: 1966)
Esta escena nos acerca a la miseria y marginalidad de una ciudad decadente, la narración permite visualizar la escena y sentir la angustia de ambos personajes que alcanza su clímax cuando las miradas del loco y la paralítica se encuentran creando una dualidad en la que el loco observa las lágrimas contenidas en los ojos de la mujer y ambos se fusionan en el mismo dolor, en el mismo odio hacia la vida.
En esa escritura yace una belleza arrebatadora, la estética del dolor de Arturo Borda permite alcanzar múltiples catarsis entre el lector y los personajes y así podríamos continuar este viaje, pero esta anotación requiere de cierta brevedad, en todo caso el lector sabrá encontrar su propia lectura de la obra, lo cierto es que esta segunda edición de El loco llega como un bálsamo para muchos que nunca pudimos obtener una primera edición debido a su escasez y precio, por ello que debemos reconocer el esfuerzo de la Secretaría Municipal de Culturas del Gobierno Autónomo Municipal de La Paz y en especial el trabajo de su editor Miguel Pecho, literato y amigo a quien deseo exaltar en este importante momento para las letras bolivianas.