El 2020 ha sido un año extraño y difícil con un fuerte impacto en nuestras vidas y sociedades, en términos de salud física y emocional, de economía, de educación… pero, a la vez, ha sido un período de nuestra vida que no olvidaremos jamás y que nos ha obligado, en lo personal y profesional, a replantear miradas, a superar inercias, a rehacer mapas y rutas… ¡Quién nos habría dicho, hace unos años, que en estos momentos nos moveríamos de esta forma!
Si centramos nuestra mirada en la educación, y especialmente en la educación superior, nos daremos cuenta que estamos frente a un cambio sin precedentes, y por tanto, a una gran oportunidad de innovación educativa. Cuando la primera o segunda semana de marzo del año que acaba de terminar, millones de profesores y alumnos de la mayor parte de universidades del mundo se tuvieron de quedar en casa y se cerraron los campus, todo cambió. Pasamos de una enseñanza presencial, centrada en la transmisión de conocimientos, a una enseñanza remota de emergencia, en la que los profesores tuvieron de utilizar, sin preparación previa, los medios digitales al alcance para llegar con sus clases al domicilio el estudiante.
Y en este período hemos aprendido muchas cosas: la importancia del vínculo entre los profesores y los alumnos y de los alumnos entre ellos, la necesidad del trabajo en equipo entre los docentes, la importancia de conocer y saber usar las herramientas tecnológicas que vehiculan nuestra relación docente, el desarrollo de un papel más activo y autónomo del alumno aprovechando la sincronía y asincronía, y el redescubrimiento de que la transmisión de conocimientos no puede ser un fin, sino un medio para desarrollar personas y profesionales que puedan vivir plenamente en el mundo disruptivo del siglo XXI.
Por supuesto, una institución educativa de educación superior no puede permanecer en la enseñanza remota de emergencia mucho tiempo. Debe de avanzar, anticipando la salida que ya se adivina de esta crisis educativa provocada por el Covid-19, hacia una nueva enseñanza presencial, distinta de la que teníamos hasta febrero de 2020. Una nueva enseñanza presencial que sea híbrida, flexible y significativa para impactar en un desarrollo integral de la persona, de acuerdo a un perfil específico de egresado que hace falta definir y profundizar. Y ahí tenemos una gran oportunidad para avanzar en la innovación educativa y en la transformación de nuestras instituciones y sistemas educativos, aprovechando además las facilidades y nuevas oportunidades que brinda el aumento de la conexión virtual internacional entre profesionales y universidades.
Estamos entrando en una nueva década, del 2020 al 2030, que va a ser de cambios profundos y avances prodigiosos en muchos ámbitos, pero especialmente en educación superior. Como director del equipo de Reimagine Education Lab puedo poner muchos ejemplos de avance hacia la innovación y la transformación en el ámbito de la colaboración internacional. En Bolivia, entre otras instituciones, la universidad Unifranz, con el apoyo de nuestro equipo, está avanzando en este sentido de cambio profundo en colaboración con otras universidades como la UOC de Barcelona, que fue la primera institución de educación superior totalmente virtual y de la que fui fundador en el año 1994 y su director-gerente hasta el año 2005.
Centenares de instituciones educativas de educación inicial, media y superior saben que estamos en un momento crucial para modernizar e innovar sus modelos y sistemas educativos. Es hora de transformar; es hora de anticipar; es el momento de dedicar espacio y tiempo de los docentes, y especialmente de los directivos, para este importante cometido.
Ojalá el año 2021 sea en este sentido, un inicio decidido de transformación profunda de la educación superior.
Xavier Aragay es Director de Reimagine Education Lab.