Es terrible lo que estamos viviendo como humanidad. Nos hallamos en el preludio de un cambio de época, que implicará la modificación de nuestros hábitos en todos los ámbitos y niveles, se construye un nuevo escenario de convivencia básica a partir de lo que ahora se denomina “bioseguridad”.
Enfrentados a un enemigo invisible y hasta casi omnipresente, nuestras relaciones empezarán a definirse a partir de tres elementos: distancia, disciplina y sospecha. Modos de comportamiento que regirán con el único fin de evitar un contagio por el tan odiado virus.
La sociedad empezará a naturalizar el distanciamiento, iniciará con un metro y terminará con un aislamiento que reforzará un sentimiento individualista y puede que hasta la soledad sea atractiva, sin embargo comprenderá que el vivir en comunidad y solidaridad le dará una oportunidad para obtener la seguridad alimentaria que tanto anhela, que vendrá de la mano de un acto de concientización sobre el cuidado del planeta, quiere decir que todos aquellos cantos -a los que no se escuchaban-, sobre las medidas medioambientales a asumirse para salvar el planeta, tendrán ahora eco y razón de ser, empezando por la autogestión de alimentos, huertos familiares y la consigna de producir “cero basura”, todo es aprovechable, un planeta limpio será el salvoconducto para garantizar la vida.
Para obtener la seguridad de sentirse a salvo, la disciplina será un acto clave en la evolución, exigirá asumir incondicionalmente todas las medidas preventivas que ahora nos imponen, como normales, a la hora de evitar el contagio. Los modelos de compra, venta y consumo de alimentos tendrán que modificarse y los gobiernos locales estandarizar protocolos permanentes, el viejo modelo del mercado, tal y como lo conocemos hoy, ya no será el mismo, ni siquiera la visita al restaurante favorito, porque la cercanía, el extraño que se sirve los alimentos a lado, será potencialmente un sospechoso, un factor que podría contener y expandir el virus.
El poder adquisitivo también ha cambiado, si bien se va a reducir, la gente comprará lo necesario y los negocios que ahora denominamos como “no necesarios” deberán mutar, adecuarse a las nuevas tendencias de consumo, quizás más digitales, más orgánicas, volverse necesarios. La sociedad priorizará su valor a partir de su necesidad y el gasto/inversión será considerado un gusto o un lujo. Será el dominio de la alimentación saludable y retorno a los usos y costumbres de nuestros antepasados, que con su modo de vida, garantizaron para sí mismo salud y larga vida, compraremos defensas para nuestros cuerpos, nuestras familias.
La ostentación adquisitiva, si vale el concepto, tendrá también su sanción, se censurará el derroche, se apreciará el ahorro y sobre todo el respeto a los nuevos modelos de convivencia en el contexto de la bioseguridad y la ética será revalorizada, más purista, radical sino extrema, el concepto de lo “políticamente correcto” implicará un nuevo parámetro sancionatorio, quiere decir que se reprimirá socialmente no solo la afectación individual, sino aquellas acciones que afecten a lo que la colectividad cree correcto.
Las grandes concentraciones de personas también tendrán que someterse a nuevas regulaciones, que cumplan el distanciamiento social, un cine, un estadio, un concierto, una obra de teatro, significarán un arduo reto para enfrentar la viabilidad de las aplicaciones de las normas de bioseguridad, garantizar a la vez la salud de los asistentes y a la vez su disfrute, dependerá mucho de la creatividad de los organizadores/propietarios para lograr la audiencia respectiva que además le genere un ingreso económico.
La conectividad y la virtualización del espectáculo serán la clave para fortalecer el relacionamiento, las extensión de la red y de las plataformas en las redes sociales, desde ya son un requerimiento de la sociedad, que obligará a que los países aceleren los saltos tecnológicos, con la digitalización de contenidos y trámites para garantizar información y acceso, control y educación, con todo lo que implica en consumo, ciberseguridad, modas, tendencias y hasta modelos de autoritarismo y censura.
En lo político, se entablará el debate sobre el rol de los nuevos líderes, aquellos que defendieron al mercado serán considerados los indolentes de su época, pero además se proyectarán nuevas plataformas de propuestas sobre la aplicación de modelos ideológicos, de derecha, centro o de izquierda, que consideren el ser y estar de esta configuración que ahora, llevará siempre el prefijo de lo “bio”, ya sea en tema de seguridad, como en lo ético, ni qué decir en lo alimentario. Lo que antes se veía como “fuera de sí”, un outsider, un raro, el freak, el obsesivo compulsivo será considerado de lo más normal, algunas fobias se naturalizan y serán más comprendidas, así como los modos de vida de los antes rechazados, hoy serán validados.
De la misma manera los centros de estudio y sus carreras académicas se verán obligadas a biomodernizarse en su contenido y tendrán que responder a las nuevas necesidades que sus sociedades demandarán empezando por la virtualización de las clases, la no presencia en aula como exigencia básica. Las carreras, ayer, consideradas como no comerciales, hoy estarán en alza, porque sus estudios ya visualizaban las necesidades del mundo del futuro. La ecología del existir se impone y triunfará, si es que no lo ha hecho ya.
Se visualiza entonces una nueva sociedad, nuevos elementos, como los barbijos, los guantes, las máscaras, que de seguro se impondrán en uso y moda, personalizados, si bien en un principio serán genéricos, poco a poco empezarán en su utilización, reflejarán la personalidad del usuario. El uso del plástico se incrementará y vivirá una supreproducción que implicará también mecanismos de recuperación en lo que a su reciclaje se refiere. Todo alimento, prenda, objeto que adquiramos tendrá que contenerlo como sinónimo de esterilización, de que nadie más que el comprador lo ha tocado.
Sociedades como la nuestra, la boliviana, la sudamericana, tendrá que aprender a convivir, en la asimilación de estos modelos, en lo que se respeten los hábitos culturales, tradiciones, costumbres que poco a poco irán modificándose, a los nuevos términos, para garantizar su vigencia, una misa, un ritual a la Pachamana, una entrada del Gran Poder, un Todos Santos, una borrachera, todo se adecuará a la bioseguridad que exigirá su aplicación para llevarse a cabo y por ende, exigirá un rigor disciplinario, porque el estado, el poder local, no podrá estar encima de ti, diciéndote qué y no debes hacer, la disciplina será considerada un valor individual, que debe reflejarse como una conducta colectiva, que reivindicará los modelos organizativos y/o comunitarios que tenemos como herencia cultural, especialmente la toma de decisiones a partir del diálogo, el consenso y el respeto a la sabiduría de nuestros adultos mayores.
Estamos ante la construcción de una nueva sociedad, que generará su propio modelo económico, pero además significará la consolidación del miedo y este a su vez de una serie de mecanismos de defensa, que incidirán en la toma de decisiones en cada una de nuestras sociedades, implicando entonces el dilema, si este “nuevo mundo” nos va a ser mejores personas o no. Algo que descubriremos poco a poco, porque lo anormal, será lo normal.
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