Evo Morales arremete contra todos. Ahora contra sus íntimos subalternos. En declaraciones a la radio Kausachum Coca desahucia a su antiguo vicepresidente Álvaro García Linera: Es un traidor y un estafador, pues nunca habría obtenido el título de licenciado que exhibía en los primeros años de gobierno del MAS, afirma. Quedan lejos los tiempos en que defendía a su vice a capa y espada. “Nos quieren hacer pelear”, señalaba hace años cuando algunos evocaban el pasado bajo el mando del Mallku Felipe Quispe, de su sagaz, desleal y marullero vice.
Los momentos de crisis son los que revelan la naturaleza de quienes habiendo sido amigos son después enemigos. Desvelan la auténtica naturaleza de los actores… y la ingenuidad del público que acepta la máscara que aquellos utilizan como si fuese su verdadero rostro.
Y es que tanto Morales como García Linera fueron compadres en la farsa que se aprovechó de un momento histórico propicio para resolver el histórico lastre de las relaciones coloniales en Bolivia. El libreto de ese sainete fue la ideología posmoderna culturalista asumida por intelectuales y políticos hegemónicos, aquellos anclados en el mundo criollo clasemediero que pregonan: El “problema del indio” no es social, económico, político, sino de simple reconocimiento de identidades. Problema que se resuelve con la formulación de políticas a cuál más estrambótica y exótica.
Ese libreto requiere visibilizarse en la simbología del poder. Sánchez de Lozada inició esa jugarreta. Sus políticas multiculturalistas: participación popular, territorios comunitarios de origen y otras, fueron luego implementadas por el MAS, purgándolas mágicamente al aplicarles la pócima de definirlas como interculturales. Esas políticas debían encarnarse en la más alta esfera del poder (porque más abajo fue siempre insignificante y ficticia). De ahí que Sánchez de Lozada necesitara de un vice aymara, Víctor Hugo Cárdenas. Sin embargo, cuando el libreto es malo la función nunca será buena. Los productos de las reformas de Sánchez de Lozada ocasionaron su expulsión del poder el 2003.
El 2003 se dio el empoderamiento real y simbólico del indígena. Los campesinos que desfilaban por las calles obligaban a los citadinos esconder sus corbatas, de miedo de ser chicoteados públicamente. El indio recuperó su autoestima y se contempló como factor de hegemonía. Lideraba ese movimiento el mallku Felpe Quispe, Evo Morales era entonces incipiente, ni él ni el MAS jugaron roles preponderantes cuando el pueblo obligó la renuncia de Sánchez de Lozada. Solo entrega el poder quien lo tiene: Cuando escapó Sánchez de Lozada se reunieron miles de indios y de trabajadores en la Plaza San Francisco, allí Felipe Quispe concedió el gobierno a Carlos Mesa. ¿Por qué Quispe no reivindico el poder para él y su pueblo? No por tonto, ni por desconocer su fuerza. Se reprodujo el drama de la Conquista, cuando los incas supusieron que los españoles entendían y utilizaban la misma lógica. No hubo reciprocidad de Mesa hacia Quispe, sino que desesperadamente aquel nutrió y alentó a Evo Morales y al MAS. Mesa hizo entonces algo parecido a lo que sus parlamentarios hacen hoy cuando creen que manipulan al MAS de Evo contra el gobierno de Arce, cuando en realidad le dan vitaminas a un desahuciado que, si reviviese, lo primero que hará será almorzarse a su coyuntural benefactor.
La picardía del Carlos Mesa la culminó con mejor suerte la izquierda. Se forjó una mitología del indio, encarnado en Evo. Testimonio, los cuantiosos libros y escritos que sus prosélitos escribieron, especialmente en el extranjero. Ahora el rey está desnudo. Había sido no más un común mortal, aunque más vivillo y vergonzoso que otros, pero nada que ver con la personificación de la “reserva moral de la humanidad”. Las tareas de construcción nacional vuelven a fojas cero.
///