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Racismo, un rasgo de la sociedad boliviana

Quienes dirigen el país, y sus simpatizantes, enceguecidos por el odio y el revanchismo, creen que antes de lo que fue el “proceso de cambio” no había racismo y los bolivianos vivían bondadosamente hermanados


Lunes 6 de Enero de 2020, 12:00pm






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Negar el racismo y al mismo tiempo practicarlo es una tendencia fuerte en algunos sectores “democráticos” de Bolivia. Pero también, desde estos sectores, suelen expresarse ideas, con un ingenio que raya en la estupidez, en las que se sostiene que el racismo sería una obra maquiavélica que el MAS habría implantado en su gobierno para dividir a los bolivianos. En otras palabras, estamos en una situación en la que el racismo es negado ejerciéndolo o se lo toma con un factor artificial, un injerto ajeno a la realidad del país.

En cierto sentido, un racista es como un alcohólico: no puede reconocer su problema. Pero el asunto no se reduce a una cuestión individual, pues el racismo es una expresión (no la única) de relaciones sociales.

En Bolivia las jerarquías sociales suelen identificarse con los rasgos somáticos y una síntesis de ello, muy ilustrativa, es el ejército. Los rasgos físicos de la tropa se diferencian de los rasgos de los oficiales. La autoridad y el poder se viven explícitamente como diferencias racializadas. Así, la dominación tiene una característica somática (no una determinación biológica): es blancoide.

En ese orden, el ascenso social va de la mano con los esfuerzos por diferenciarse del grupo de origen, tratando de ser lo más parecido posible a los “de arriba”, tanto en los rasgos físicos como en el desprecio visceral por los de abajo, los indios. Tener una madre o una abuela de pollera no garantiza que uno esté libre de ejercer racismo. Es más. Quienes suelen expresar con gran naturalidad prácticas racistas contra “indígenas” son personas de origen “indígena” y no lo hacen por puro capricho, sino porque han aprendido que, en la sociedad boliviana (familia, cuartel, escuela, universidades, medios, etc.), el origen “indígena” suele ser una desventaja, un estigma. Entonces, el racismo no es un injerto en Bolivia, es un rasgo de nuestra sociedad.

Cierto que, en un contexto especifico, algunas personas han usado y usan la victimización y su origen para generar lástima y obtener un cargo. Pero estos son casos mínimos que no modifican el orden social y sus prerrogativas. Además, el accionar de estas personas muestra que quienes dominan y los reconocen, favoreciéndolos con algún espacio, lo hacen porque no son del mismo grupo social.

Todo esto tiene que ver con los rasgos históricos que se fueron dando con la división del trabajo en la colonia: indios como mano de obra y no indios como administradores. Sin embargo, esto también ha sufrido cambios importantes, tanto en las relaciones de explotación (clases) como en las diferencias de ingresos económicos (estratos), lo que no ha modificado, sustancialmente, la forma en que se identifica las jerarquías sociales y sus justificaciones ideológicas.

Recordemos que hace unos días (el 1 de enero) Yerko Nuñez publicó una foto en la que él y Yeanine Añez aparecen con una mujer (la “sin nombre”) que delante suyo tiene el único plato de comida en la mesa. Núñez y Añez no iban a comer con una persona de “esa clase”, pero podían usarla para una fotito. ¿Cuándo se quiere aparentar cercanía con los “de abajo” se usan a los jailones (con pititas o con bazucas caseras) para fotitos?

Recordaremos también que en enero del 2018 Sergio Choque, diputado del Movimiento Al Socialismo (MAS), denunciaba: "Dentro del MAS existe racismo entre los mismos diputados, hay sectores que responden a esas clases ´a medias´, como dice el presidente, que a la hora incluso de servirse una comida se separan, se hacen a un lado, y piensan que por el color que tienen, que son más blancos, piensan mejor que nosotros”.

Lo más reciente fueron las declaraciones de Añez sobre “salvajes”, dejando claro cómo clasifica no solo a algunas personas que pasaron por ciertos cargos, sino a aquella población de la cual provienen esas personas. Pero además, negó las expresiones de racismo que se dieron en mayo del 2008 en Sucre. En este último caso hay algo muy peligroso, pues, viniendo de alguien que ocupa la presidencia, puede ser tomado como “luz verde” a la violencia racista: “humillar indios no es racismo, así que está permitido”.

Quienes dirigen el país, y sus simpatizantes, enceguecidos por el odio y el revanchismo, creen que antes de lo que fue el “proceso de cambio” no había racismo y los bolivianos vivían bondadosamente hermanados. Eso es tan tonto como creer que antes de la llegada de los españoles todo era hermandad y bondad en estas tierras.

Es innegable que el MAS alimentó, generosamente, los prejuicios racistas, en especial sobre las poblaciones catalogadas como indígenas, folclorizando a esas poblaciones y tratándolas como menores de edad; pero hizo eso a partir de cosas que ya existían en la sociedad boliviana; no se las inventó de la nada.

El asunto es más delicado aún si consideramos que se viene un proceso electoral que puede verse “entorpecido” y hasta frustrado por dar “luz verde”, desde el gobierno, a la violencia racista. No será extraño que los agredidos se defiendan, pero también hay que considerar que la forma de actuar del ejército en Senkata y cómo se construyó un enemigo desde los medios, son síntomas de lo que podría suceder.

En todo caso, el racismo, a pesar de los esfuerzos por negarlo, está tomando cada vez más preponderancia y podría llegar a un punto de “no retorno”. Empero, si bien en Bolivia hay personas que creen que los indios deben ser gente que permanezca en puestos de bajo rango; también hay quienes, teniendo la piel clara o morena, apuestan por construir un país en el que seamos juzgados por lo que hacemos, no por nuestro apellido, origen, color de piel o forma de hablar. En la situación que vamos viviendo, es necesario unir esfuerzos en ese sentido.

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