Abril 19, 2024 [G]:

Voto convencido, esperanzado o por miedo

El “voto por miedo” no es racional: es puramente emocional. Responde a una única afirmación, que puede expresarse de diversas forma


Martes 13 de Octubre de 2020, 10:00pm






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No voy a hablar del contenido de las encuestas porque, aunque pudiera argüir que el artículo 116 b) de la Ley Electoral 026/2010 me ampara hacerlo hasta el miércoles 14 de octubre porque no es “difusión o publicación de estudios de opinión en materia electoral”, como restringe el artículo 130 a) de la misma norma, pero como un medio me censuró (autocensura) la grabación de una entrevista en vivo donde les comparaba encuestas, prefiero no hacerlo.

Pero como nada me inhibe de hablar en general, voy a hacerlo, con la complicidad de ustedes, mis lectores.

Entre el 8 y el 11 pasados se difundieron cuatro encuestas (me abstengo de identificarlas), con lo que llegamos a 10 realizadas a partir del 22 de julio (solo considero las encuestas de carácter nacional autorizadas por el TSE) y con ellas llegamos a un status de equilibrio (emocional, claro) inestable y al límite: ¿habrá segunda vuelta?, ¿alguien ganará en primera? El margen entre los síes y los noes de los dos primeros ubicados (no los menciono para evitar susceptibilidades legales) en tres de ellas es entre uno y dos puntos porcentuales, redondeados. Y acá va el dilema conflictual: las encuestas dan entre 10 y 22 puntos porcentuales para indecisos: ¡el tercer “candidato con más ‘intenciones’” sería… el que no sabría aún por quién votar! Claro que esas respuestas encuestadas pueden ser para “marear la perdiz” de los estrategas y encuestadores, pero en el atribulado y constreñido (en adhesiones) panorama electoral pospandemia captar indecisos es la opción A+ de cualquier estratega. (Para los que están preguntándose qué pasa con el voto exterior como alícuota del total de habilitados, el porcentaje global es el 4,1% y los mayores aportantes, Argentina (1,9%), España (0,8%) y Brasil (0,6%), cuyas intenciones no fueron encuestadas pero que tienen claras tendencias “históricas”.)

No voy a pedir a Argos Panoptes que nos preste alguno de sus cien ojos para ver mejor ni que Tiresias o Calcas nos auguren. Solo categorizaré un poco los posibles motivadores de votos.

Primero tenemos un “voto convencido”, aquél que un elector —fanático o no— proveerá al lema o candidatura que le empatiza y que deviene en el voto duro, o inamovible. Luego está el “voto esperanzado”, aquél que el elector asigna a un lema o candidatura —y muchas veces: una consigna— que moviliza sus aspiraciones; un ejemplo claro de este voto es el “voto útil” de 2019: para sacar al MAS del poder y que migró de varias candidaturas hacia la que daba más opciones de lograrlo. Por último, me referiré al “voto por miedo”.

El “voto por miedo” no es racional: es puramente emocional. Responde a una única afirmación, que puede expresarse de diversas formas: “me aterra la vuelta del MAS”, “no quiero que regrese el MAS”… “ya no puedo vivir bajo el MAS”(espero que nadie se ofenda por estas alusiones tan precisas e intencionadas).

Como emoción, el miedo debe estar en la base de Maslow: el miedo puede ser tan fuerte motivador como el hambre. Y el miedo —ése que está al final del callejón sin salida y aparece cuando ya se pierden las opciones con esperanza— puede, en pocos días, cambiar totalmente —trastocar— los augurios previos para una elección: ya pasó —por esperanza— en la semana del silencio electoral de 2019, ¿y qué no pasaría por miedo?

Quizás —solo quizás— esta semana —incluyo el domingo con el bolígrafo frente de la papeleta— sea de muchas decisiones abruptas (quizás no). Lo cierto es que aritméticamente —oh Diofanto— solo hay dos candidatos —no tres— que podrían —si el voto ciudadano lo decide— presidir Bolivia los próximos cinco años, pero también hay muchos sentimientos encontrados, asentados en la memoria del país.

Confiemos que el parto sea sin violencia.

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