Este es un fenómeno que se va presentando con más potencia en Latinoamérica que en ninguna otra parte, aunque también ocurre en Asia; en Europa, aún existen algunas pocas excepciones. En realidad, en América nunca ha habido una pléyade o una escuela de promotores del Arte con una concepción artística verdaderamente alta con suficiente fuerza como para marcar un sendero, salvo, como siempre ocurre en todo, unas pocas excepciones. El modernismo novecentista pudiera llegar a ser una de éstas.
Dadas las actuales tendencias del Arte, tanto en América cuanto en algunas partes de Europa, tal vez este artículo pueda ser denostado, y no sin razón. Y en efecto, si hay una pluma que pretenda ponerse en abierta contradicción con los ideales del Arte moderno y contemporáneo, es sin lugar a duda la de este escritor.
¿Odas de Píndaro y de Horacio?, ¿Ovidio?, ¿epopeyas de Homero y de Virgilio? Pertenecen al pasado. ¿De qué sirven la arquitectura, el ritmo, la matemática versificadora? Débese crear por crear; débese imponer un nuevo canon, que es el canon de la lujuria y la imaginación liberal. El mundo de los creadores ya no sabe quién es Goethe (Antiker Form sich nahernd!), Winckelmann, Dante, Hugo ni el Buonarroti. Se escupe sobre la proporción áurea de Leonardo. ¿Dáctilos, yambos? ¿Hexámetros, pentámetros shakesperianos? Un afán de singularización aborta en ridícula extravagancia poética y novelesca. Dionisio somete a Apolo, a pesar de que los escritores no reconozcan ni al mismo Dionisio.
El desprecio por la antigüedad y la falta de ilustración de los escritores hace que la creación vuélvase una actividad no solo nula sino negativa. Aconsejaba Horacio, poeta inmortal, altísimo y sapiente, al versificador que fuera cultísimo; decía que el buen creador debía estudiar y releer a los griegos incansablemente, hasta que llegase a dominar las técnicas maestras. (Vox exemplaria Graeca/ nocturna versate manu, versate diurna.) Y ¿por qué hoy esos consejos tendrían que estar caducos? Hay en el arte una esencia inmutable en el tiempo y en el espacio, y esa esencia se germinó en Grecia. Se puede tolerar la medianía en todo, pero la poesía nació para ser perfecta.
Por otra parte, hoy se usa el arte como forma de protesta social, prostituyéndolo inmoralmente al creer que es un medio para llegar a un fin práctico, pero el arte tiene sentido por sí mismo, ¡y el arte es un fin en sí mismo! Por lo demás, el decadentismo se explica desde la falta de una base filosófica en el arte y desde el alejamiento de la metafísica por parte de los creadores. No existe verdadero arte sin una base filosófica ni gran poeta sin una sólida cultura.
El arte, pues, experimenta una crisis.
Un arte profundamente moral y altamente sapiente, devoto de la verdad, afín a los más trascendentales destinos, una poesía que converja en el fin humanitario y que no tenga otra fuente que la divina y la de la naturaleza, es lo que se debe procurar. El arte, en su más excelsa expresión, es un esfuerzo ingente hacia el ideal.
La excepción a este decadentismo literario se encuentra, en Europa, en las universidades, (v.g. Salamanca en España y Cambridge en el Reino Unido), que tienen cenáculos estudiosos del clasicismo y del romanticismo en sus más elevados grados. Pero estos círculos de estudiosos y creadores no están esforzándose por editar obras ni por crear una nueva tendencia que retome lo viejo, y he aquí la deficiencia.
Así despunta el siglo XXI para el arte literario.
Y todo lo que hasta aquí hemos dicho bien puede ser también aplicado al arte pictórico y escultórico.
Ignacio Vera Rada