Un 21 de febrero del 2016 se estrenó el mayor fraude político-mediático en toda la historia democrática del país.
Y se lo hizo contra un pueblo y un presidente, se usaron todas las armas innobles de los modernos sistemas de marketing político, se hizo uso de los adelantos tecnológicos en materia de comunicación, se hiso uso de cadenas de medios escritos, radiales y televisivos, como nunca antes se había visto. Se hizo de las redes sociales en formato empresarial con bots y trolls.
Dicen los que saben de estas cosas, que toda campaña política en formato de marketing electoral, tiene tres pasos visibles y uno cuarto que está oculto.
Primer paso: Posicionar la imagen del candidato
Segundo paso: Posicionar el programa del candidato.
Tercer paso: Inducir al votante, a hacerlo por el candidato y el programa.
Hasta ahí todo está normal, ahora viene lo que en realidad nos importa…
Cuarto paso: Hacer uso del “marketing oscuro” (en lenguaje de manual) es decir “guerra sucia”, en términos de marketinero profesional.
Pero la guerra sucia tiene una regla fatal, que de no cumplirse, puede revertirse y ser un efecto boomerang para quien lo usa, esa regla fatal es, que su aplicación tiene que darse en el momento tal, que la víctima no tenga tiempo ni de reaccionar ni de recuperarse del golpe.
Bajo este principio el uso de la guerra sucia exige precisión política, temporal y matemática y eso es lo que hicieron con Evo pero también con el pueblo.
Porque con el pueblo?
Porque después de veinte años de neoliberalismo, no fue la democracia pactada la que ganó, sino que gano un indio igual que nosotros, un campesino igual que nosotros, un pobre igual que nosotros. El 2005 votamos “nosotros por nosotros mismos” y ganamos…
Las derechas de Bolivia usaron este cuarto paso, pero no solo contra Evo, sino contra el pueblo. Había que sacar la memoria rebelde del indio y devolverlo al estereotipo colonial: indio inferior por naturaleza.
Pero para que todo esto funcione existen requisitos, no se hace en el vacío, ni cae del cielo por la sola ley de la gravedad, sino que se prepara, se organiza, no se improvisa, la guerra sucia se prepara antes inclusive de la propia campaña electoral en su formato normal.
Es decir la guerra sucia constituye para los “marketineros” de profesión, el lugar donde se gana o se pierde, el resto es para adornar la campaña, pagar a los medios de comunicación y periodistas para entrevistas y foros –en ocasiones inútiles- aunque bajo el aurea de la difusión y presentación de candidatos.
La magia de los ochenta con la tele como lugar del espectáculo, cedió su paso en los noventa a las encuestas y sondeos en boca de urna, para de allí –en el siglo XXI- pasar a la guerra sucia.
Fue la guerra sucia, la que gano el 2016, se dejó de lado la buena información, se exasperó al votante al grado del paroxismo contra Evo usando los viejos estereotipos coloniales contra el indio, exacerbando la doble moral y fundamentalmente haciendo que el votante, en sus diferentes estratos sociales, emita su voto confundido y cuando ello sucede, pierde siempre, la victima de la “guerra sucia”
Las democracias contemporáneas han desarrollado modelos para arreglar entuertos, por ejemplo, el revocatorio cuando un candidato elegido no cumple las expectativas.
Qué pasa cuando un referéndum se ejercita sobre la base de mala información, manipulación mediática y guerra sucia en su forma químicamente pura?
Una salida es la legal (cómo sucedió con la acción ante el Tribunal Constitucional Plurinacional), o ir por otro referéndum? Que al final nunca ocurrió.
La derecha mientras tanto, como portabanderas de la guerra sucia, hoy se muestra puritana. Esa misma derecha que comenzó con el “fake news Evo-Zapata” hoy vende la idea de que son los medios estatales quienes fabrican mentiras, cuando lo real sucede exactamente al revés. Después del caso Evo-Zapata la proliferación de noticias falsas se puso como una moda, que aunque siendo sucia, era permisible para la derecha, pero imperdonable para las fuerzas populares. Dicho en lenguaje descolonizador, lo colonial otorga el privilegio de mentir, denigrar, insultar, o finalmente como sucedió, golpear al indio, al otro, al progresista.
Esa es la carretera colonial, el uso desmesurado del desprecio. Siendo victimario, victimizarse, mentir, robar, apropiarse de lo ajeno, corromperse o simplemente dar patadas y puñetes al indio inferior, constituyen el habitus, al cual Bordieu hace referencia como patrón sociológico del poder en nuestra maltratada América Latina, y que Franz Fanon denunciaba como el orden inverso de la dignidad y en consecuencia la guerra inevitable.
Para cerrar este cuadro pongo un ejemplo de guerra sucia, pero en el terreno de la prensa internacional y que en el caso de Evo funcionó como reloj, los titulares que usted amigo lector verá a continuación no merecen comentarios, sea usted testigo de la guerra sucia en su formato de prensa internacional y cómo ésta dos días antes ya había adelantado la victoria del No, aunque pírrica pero victoria gracias al caso Evo-Zapata.
Mayor claridad no puede haber y fue Infobae, el medio que cierra el círculo, cuando señala con el dedo a los medios que ya dieron por adelantada la derrota del indio.
div class="media media-element-container media-default">No hace falta mucho debate sobre la “construcción mediática de la realidad” ni de otras teorías conductistas para darse cuenta que el marketing electoral usado por vez primera en las usinas de la derecha, funciono a la perfección de un reloj suizo, solo erraron en una cosa, la cifra real del impacto, desde diversos ángulos se decía que la victoria del No sería del 55 al 60%, solo lograron un mediocre 51% con inversión de recursos nunca antes vistos en una contienda electoral, el uso de todo el modelo de propaganda gringa, incluida la guerra sucia, equipos de análisis cuali-cuantitativo, revisión permanente de datos por grupos focales, intervención de los medios locales y amplificación de la mentira en redes sociales, que la única designación posible fue la de Cartel de la Mentira, y un estremecedor aparato comunicacional internacional, como parte complementaria del Cartel.
Eso fue el 21F, la guerra sucia, en una dimensión jamás vista en Bolivia…