Son tiempos broncos. Convulsos. De estigmatización y desinformación. Amenazantes. De agobio mental y físico. La incertidumbre nos cala tan hondo que apenas tenemos un pequeñísimo atisbo de certidumbre. Que es casi una limosna miserable de la que debemos aferrarnos para salir de este predicamento. La economía se quebró y se llevó empleos, empresas, emprendimientos, esperanzas, sueños y anhelos de prosperidad.
Para sazonar mucho más este menjunje envenenado, cuando los políticos, los epidemiólogos e incluso los propios médicos nos dicen una y otra vez que nadie veía venir una pandemia, que nadie estaba preparado para enfrentar una crisis sanitaria, que nadie sabía que podía ocurrir un virus que contagie a toda la humanidad: es una peligrosa mentira. Sí sabían, pero se confiaron. Hicieron la vista gorda. Dejaron que las alertas se llenen de polvo en las estanterías. Que duerman en cajones burócratas. Desoyeron las alertas y cuando la bomba estalló, nos vendieron la impostura de que nadie sabía ni veía venir una pandemia.
En los afluentes de los ríos de Barcelona, España, encontraron vestigios de COVID-19 cuya data es de 2017. En 2019, Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), advertía de la amenaza de una pandemia de gripe. “El riesgo de que un nuevo virus de la gripe se propague de los animales a los seres humanos y cause una pandemia es constante y real”, advertía. ¿Alguien dijo hagamos algo? ¿Hubo políticas de contención? ¿Hubo cumbres epidemiológicas o sólo fueron pretexto para visitar islas o hacer turismo esponsorizado por un laboratorio? ¿Hubo medidas correctivas? ¿Hubo un político que dijo la verdad? No. Nadie dijo nada. Pero sí sabían. Era cuestión de tiempo. Nada más.
De acuerdo con los científicos, los sospechosos eran la cepa H5N1 - que apareció por primera vez en Hong Kong en 1997 y resurge con regularidad -, o la H7N9, que se identificó allá por 2013 en China. Pero la gran pandemia no llegó por un virus de esta familia. En su lugar, fue coronavirus, de la misma cepa que provocó el SARS en 2003, con una mortalidad del 18%. Y créanme que esta lectura no fue producto de un paroxismo científico.
Gerardo Chowell-Puente, profesor de Epidemiología y Bioestadística de la Universidad Estatal de Georgia (EE UU), advirtió que se tiene mapeado aquellas zonas geográficas de mayor probabilidad de observar un brote asociado con el salto de algún virus de animal salvaje hacia el humano basándose en una serie de factores "como la densidad de población, la relación de esa población con los animales o cuán estrecho es el contacto con ellos” y que, obviamente, ese foco latente y peligroso son, precisamente, los mercados asiáticos.
Hubo algún país que demandó y exigió a China fiscalizar la ingesta de animales salvajes en sus mercados atiborrados de animales enjaulados y defecando unos sobre otros, en medio de platos sucios, manos y bocas limpiadas con las mangas y puños en inmensos comedores públicos abarrotados de espantajos. ¿Alguien levantó la mano? Sí. Los científicos que no tuvieron la publicidad ni el sueldo de un jugador de fútbol que ahora nos resulta inútil y mucho más torpe que nunca.
Vamos más allá todavía. De acuerdo con un estudio de la Universidad Brown de estados Unidos, entre 1980 y 2010 el número de brotes epidémicos de enfermedades infecciosas se ha multiplicado por tres: ¡POR TRES! No es un dato menor o, peor aún, ¿acaso no es una meridiana advertencia para ser tomada en cuenta?
Si a este caldo de cultivo, le agregamos la densidad poblacional de las ciudades, el progresivo despoblamiento de las áreas rurales, la rápida movilidad de la gente de una zona a otra, la falta de políticas de higiene y salubridad, los índices de pobreza, vivimos sentados sobre una bomba de tiempo. ¿Entonces, no es inteligente diseñar políticas públicas de mitigación de riesgos? ¿No es razonable, invertir en postas sanitarias para evitar el colapso de hospitales y clínicas? ¿No es prudente contar con programas de apoyo financiero a científicos, epidemiólogos y desarrollo e investigación? ¿No es acaso ese el trabajo de los políticos, especialistas y médicos? ¿O es que somos todos tan brutos que casi no nacemos?
Lo único cierto que queda claro es la chatura de los políticos, de los bilimbiques masistas y todas sus trapacerías realizadas durante 14 años y que nos condenaron a una de las crisis sanitarias y económicas más profundas de nuestra historia gracias a su sordera, prepotencia y a su profunda animadversión al bienestar social y a la cientificidad. Valió más un cato de coca, una pelota y las fiestas con alcohol.
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