Llega el año a su término, miro hacia atrás, y se me hace un nudo en la garganta. Por fin acaba el 2020 y es de esperar que con su partida se vayan también el dolor, el llanto, la pobreza y la incertidumbre que trajo consigo.
Aún resuenan en mis oídos las predicciones de los adivinos y “profetas” que a fines del 2019 auguraban un 2020 esplendoroso, pero lamentablemente no fue así -ocurrió todo lo contrario- porque lo que pasó este año que concluye, ni en su peor pesadilla o en la más afiebrada mente, no lo esperaba absolutamente nadie.
¿Recuerda Ud. acaso que algún iluminado tuviera el acierto de predecir que un minúsculo virus pondría al planeta de cabeza? ¿Qué casi hiciera detener la economía mundial, como aconteció por causa del coronavirus? ¿Qué producto de ello enfermara y muriera tanta gente? ¿Y que sus efectos se prolongarían de aquí en más, en una “nueva normalidad” signada por la recurrente necesidad de sanitización, uso de barbijos y el distanciamiento social? ¿Recuerda Ud.? Yo, no…
Lo cierto es que -de súbito- cuando moros y cristianos estaban felices envueltos en sus sueños, proyectos y frivolidades, el mundo se detuvo de golpe, obligando a cambios inimaginables de planes, costumbres y comportamientos. Desde el delivery hasta el saludo de puño o de codo; desde el estar hoy aparentemente sano y mañana, gravemente enfermo; desde vivir hoy y mañana estar muerto, todo cambió en un santiamén, golpeando nuestra alma.
Recuerdo aún el mes de marzo, cuando en Bolivia se decretó la cuarentena rígida y cómo impactó eso en nuestras vidas, forzándonos en el confinamiento a pasar del mundo real al “virtual” por medio de las redes sociales vía Internet.
Como Pastor, por mandato de Dios y la confirmación a través de un amigo, tuve el privilegio de compartir 169 prédicas en 85 días, mañana y tarde, del 24 de marzo al 15 de junio, llegando a más de un millón de personas ávidas de dirección y consuelo, frente a la conmoción espiritual, física y material derivada de la pandemia del COVID-19. Hermoso tiempo aquel, cuando yo mismo recibí el amoroso abrazo del Señor. Sin embargo, todo cambió de repente…
Un fatídico 15 de junio de 2020 dejé de trasmitir, para atender a mi familia que cayó afectada por el coronavirus. Poca gente se enteró de ello, además, que a los pocos días también caí yo. De ahí en más, el tormento que solo por la misericordia de Dios, las oraciones de los justos y el cuidado que los amigos tuvieron de nosotros, pudimos salir victoriosos de esa lucha. El proceso fue muy doloroso, no solo por la tortura de ver sufrir a los tuyos por falta de oxígeno sino porque durante ese tiempo perdí a muchos amigos.
Por eso no extrañaré el 2020, pero afrontaré el 2021 con lo aprendido en tantos meses de dolor y sufrimiento; con una nueva visión, poniendo las cosas en su sitio: recordando que esta vida es pasajera y que hay otra que es verdadera, la eterna; que Dios existe y muchas veces permite que estas cosas pasen para tener más intimidad con Él; que, en medio de la angustia, ahí está Dios a través de una mano amiga, aún de quienes menos esperas; que poner nuestra vista en el hombre es un error y que nuestra confianza debe estar en el Creador, porque Él no falla; y que, día que pasa, nos acercamos inevitablemente al fin.
“Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala”. En esto hay sabiduría y vida eterna... ¡Bienvenido 2021!
(*) Pastor
Santa Cruz, 30 de diciembre de 2020