Antes que nada, debo decir que de niño era muy ocurrente e influenciable. Cada vez que alguna idea se proponía yo siempre me ofrecía para ponerla en práctica, desde esconder la mochila del compañero hasta esconderle las escobas al portero o las llaves al profesor, un pequeño terrorista en potencia. Pero allá por los años 80 el terror provenía de otros lugares, de la incertidumbre de saber si al día siguiente habría pan sobre la mesa o si amaneceríamos con nuevo presidente, esas eran las preocupaciones de mamá, una mujer divorciada que daba clases en dos colegios para que no falte nada en la mesa.
Casi cuarenta años después, hoy por la mañana, escuchaba a una diputada en una entrevista evadiendo torpemente las preguntas del entrevistador, saliendo por la tangente con frases prefabricadas como: “estamos coordinando con el Ministerio de Salud”, “el gobierno nacional ha establecido”, “durante la anterior gestión no se hizo esto y no se hizo aquello” etc.; confieso que al principio sentí rabia, pero eso me recordó lo fácil que es dar entrevistas, ir a debates, dar discursos, impostar la voz, declamar hasta el lirismo y entonces, tuve un flashback de mi niñez: Tendría unos ocho o nueve años y mi colegio estaba a punto de fusionarse con el colegio contiguo por temas administrativos, aquella posibilidad había generado un gran conflicto entre profesores, alumnos y padres de familia, pero los niños no entendíamos nada de nada, eso sí, yo sentía una curiosidad muy grande por saber qué pasaba y qué se decía en aquellas discusiones de pasillo y fue entonces cuando una profesora vio en mí al niño perfecto, se me acercó una mañana y me dijo: “este es tu momento, iremos a la televisión y vas a decir esto, esto y aquello en una entrevista”. No puedo precisar cuál de las ideas me emocionó más, la de ir a la televisión y ser famoso o la de convertirme en el pequeño líder que ya sentía que era, respondí con voz fuerte y clara ¡sí profesora! Durante la última hora de clases me aprendí un discurso y ensayamos algunas respuestas, salí del aula no sin antes quedar con la profesora para que me recoja a las tres de la tarde de mi casa e ir a la televisión.
En el trayecto entre el colegio y mi casa imaginaba mi rostro en la televisión y mi merecida fama colegial, nada borraba la sonrisa de mi rostro; ya en el almuerzo, le dije a mamá que la profesora iría por mí a las tres porque me iban a entrevistar sobre el conflicto entre los colegios, toda mi emoción y mi enorme sonrisa se esfumaron cuando mi amada madre me dijo con voz clara y serena: “tú no vas a ningún lado y menos a meter tu cuchara en temas de adultos”. Ah, las madres de antes, eran firmes y certeras, al extremo que los hijos las creíamos malas cuando no nos dejaban hacer nuestros caprichos, en fin, me quedé muy triste al ver como la oportunidad de convertirme en político antes de los diez años desaparecía mientras tomaba un vaso de leche y mamá reprochaba a la profesora en la puerta de la casa.
De vuelta a la realidad, mientras la diputada agradecía el espacio al entrevistador, reflexioné sobre nuestras capacidades para enseñar, pero sobre todo para aprender rápidamente todo lo que se nos ponga en frente sin importar si es bueno, malo, correcto o no, y como pequeñas bailarinas vinieron a mi mente decenas de entrevistas, debates, discursos, etc., un sinfín de patrañas que había visto y escuchado en la última década de la boca de candidatos, diputados, senadores, ministros, viceministros, presidentes, en fin, todas y cada una de ellas llevaba una marca común, la del engaño.
Regresé a mi habitación pensando en las diferencias entre los distintos performers del quehacer político: brillantes, memoriones, “académicos”, tontos o necios, todos diciendo casi lo mismo, aunque me quedó claro que la diputada estaba un peldaño por debajo pues, al intentar evadir al entrevistador, recurría a la repetición sin siquiera intentar estructurar algún argumento por sí misma.
Los estrategas, artífices de la maraña política son conscientes de que el fin justifica los medios y todas las fichas son sacrificables para proteger al rey y eso siempre será así. Siempre habrá quien mienta, quien imposte, quien declame y quien repita como un loro todo lo que le pongan delante, incluso si ya es presidente. Pensé en mamá, en cómo me salvó del ridículo y de convertirme en un en un peón de aquella profesora, agradecí profundamente por ella y como corolario a mi epifanía matutina tomé el celular para llamar a mi amigo mientras me decía a mí mismo: ya está, nunca serás Presidente.
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