5 de diciembre (Perú 21) .- Óscar nunca olvidaría aquella tarde cuando su padre lo llevó al pueblo para ver por primera vez una película. Tenía siete años y grabaría en su mente cada detalle alrededor de él: las personas atraídas por una máquina antigua que soltaba una potente imagen, proyectores artesanales, una luz caótica que casi lo enceguece, una pantalla volteada y granulada, sonidos de disparos, una película de guerra.
Óscar Catacora (Ácora, 1987 - Conduriri, 2021) nunca entendió de qué iba la cinta, pero sí se prometió a sí mismo que tarde o temprano formaría parte de una.
El niño quería ser algún día un actor de cine. Uno muy famoso, como Bruce Lee o Van Damme. El destino haría que pronto deje los campos agrícolas de su natal y fría Huaychani –un pueblito a más de 4 mil metros sobre el nivel del mar– para afincarse en Puno. Eran él, su hermano y una ciudad desconocida. Al poco tiempo la vida lo obligaría a convertirse en adulto y con 12 años pasaría a vivir solo. Trabajó como cobrador de bus, jalador, comerciante. Pero todo lo hacía sin olvidarse de aquel proyector antiguo que a duras penas era capaz de emitir una película.
A estas alturas, Óscar era ya un luchador, un sobreviviente, pero faltaba algo. Poco después de llegar a los 16 se conseguiría una cámara para iniciar un negocio de fotografía de eventos sociales. Apenas sabía disparar y dirigir el encuadre, lo suficiente para convertirse en el tipo al que llamaban para los cumpleaños, matrimonios, quinceañeros. Óscar ya soltaba algunas sonrisas, aunque su verdadera felicidad la obtendría poco tiempo después al ingresar a la Universidad Nacional del Altiplano. Por fin estudiaría actuación.
Por aquellos años conocería también a su primer maestro: José Luis Quispe.
Óscar –ya convertido en un autodidacta en las artes audiovisuales con cientos de videos y libros de cine descargados de Internet– ya era un recurrente a las escasas y pequeñas salas de cine-video en Puno. Eran los primeros años del nuevo milenio y en una de las regiones más pobres del Perú no había espacio (ni dinero) para los cines comerciales. Entre idas y vueltas, el joven puneño conocería en los cine-video los trabajos de Akira Kurosawa, Takashi Miike, Brian De Palma, Sergio Leone. Recibiría entonces el empujón necesario para realizar “El sendero del chulo”, su primer mediometraje. Asociado con su tío, Tito Catacora –la persona que quizás más creyó en él durante toda su vida–, juntó 250 soles de presupuesto. Participaron también su hermano y otros familiares. Grabaron durante una semana, con una cámara, tres actores y haciendo uso de una sola calle. Lo lograría. Estrenado en 2008, el thriller alcanzó cierto éxito. “Nunca imaginé que el alcalde me pediría hacer una función en la municipalidad”, recordaría muchos años después, con la misma sonrisa de siempre.
Óscar también se convencería aquel año de que ya no quería ser actor. Su mente dibujaba imágenes, imaginaba planos, repetía diálogos en silencio, escuchaba sonidos. Había encontrado el lenguaje cinematográfico de las cosas. Quería ser solo director.
Wiñaypacha sería el siguiente paso.
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Óscar siempre mantuvo el mismo peinado y un rostro inocente, noble. Según sus amigos de la universidad (donde estudió primero Actuación y posteriormente Ciencias de la Comunicación), era un muchacho dispuesto a dar la mano. Yuly del Pilar Quispe Cusacani, quien fue muy cercana a Verónica Hancco, la pareja de Óscar desde tiempos universitarios, lo recuerda siempre con una cámara en mano. Ella junto a Verónica participó por muchos años en organizaciones estudiantiles que buscaban la reivindicación del aimara. “Óscar nos ayudaba, se encargaba del registro fotográfico de nuestras reuniones. Siempre nos preguntábamos de qué manera podríamos reivindicar el aimara”, cuenta sobre aquellos años universitarios.
Óscar encontraría la forma. De niño, sus padres solían enviarlo los primeros meses del año a las alturas de Puno. El fin era estar con sus abuelos, dos ancianos que solo se comunicaban en aimara. Fue allí donde, sin proponérselo, Óscar engendraría los primeros cimientos para su ópera prima Wiñaypacha, la melancólica historia de dos ancianos aimaras que viven en la puna olvidados por su único hijo.
“Óscar llegó a mi oficina dos meses antes del lanzamiento de su película en los cines. Vino a Lima sin muchas expectativas, sabía lo difícil que era estar en las salas comerciales para una película de autor, con una temática que todo el mundo no espera”. Quien habla es Pilar Rubio, directora de Divas Producciones, la agencia de comunicaciones que se encargó de promocionar Wiñaypacha, en su estreno en Lima, en 2018. “Le dije que lo que había hecho era una maravilla. Lo vi risueño, muy respetuoso. Parecía un jovencito con alma de viejo. Cuando conversabas con él, te dabas cuenta de que su sensibilidad era de una persona con muchas vivencias. En mi oficina tenía un gatito y desde el primer minuto se interesó en él. Tenía mucho respeto por los seres vivos”, agrega.
Antes de estrenarse en Lima, Wiñaypacha ya había ganado reconocimiento internacional. Entre ellos, obtuvo en el Festival de Cine de Guadalajara (México) los premios a Mejor Director Joven, Mejor Ópera Prima y Mejor Fotografía. Sin embargo, le faltaba el reconocimiento en su país. Lo conseguiría al mantenerse por cinco semanas en cartelera, siendo vista por más de 30 mil personas. Durante el estreno en Puno, en el Cine Teatro Puno, los amigos de Óscar fueron “en mancha” a ver la película. Entre este grupo estaba Yuly. “Óscar estaba muy ajetreado ese día. Estaban en fotos, entrevistas. Apenas nos dio ‘pelota’ y nos saludó”, recuerda, entre risas y nostalgia.
A partir de Wiñaypacha la vida de Óscar cambió. Su trabajo fue tan celebrado que había logrado su objetivo: el aimara, la lengua de sus abuelos y amigos, era escuchada por todos. Era motivo de orgullo.
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Los misterios de la vida son tan antojadizos que nunca entenderemos por qué un joven talento partió con apenas 34 años. Una apendicitis que no pudo ser atendida fue la causa de esta trágica muerte que ocurrió el pasado 26 de noviembre, mientras Óscar grababa su segundo largometraje en el distrito de Conduriri, a casi 4 mil metros sobre el nivel del mar.
Las muestras de tristeza y respeto hacia el joven director no tardaron. Directores, actores, organizaciones y ministerios lanzaron sensibles mensajes por su partida. La cineasta Melina León, quien esta semana recibió la noticia de que su ópera prima Canción sin nombre fue nominada a los premios Goya, dedicó su logro a la partida de su compañero. “Óscar me dejó la impresión de ser una persona muy precisa en las cosas que decía. No le sobraba ni le faltaba una palabra. Brillante y a la vez cálido. Muy conocedor del cine, muy seguro de sí mismo y de lo que quería dar”, recuerda León, quien el año pasado dictó un taller de cine junto al cineasta puneño. “Y nos ha dejado Wiñaypacha, su tesoro. Es una historia trágica, pero la alegría consistía en sentir que al fin nos estamos mirando entre peruanos, que había una voz que quería hacer un cine auténtico, honesto, capaz de voltear la cámara hacia nosotros”, agrega.
Eso justamente hizo Óscar, voltear la cámara hacia nosotros. Mirarnos.
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