Diciembre 26, 2024 -H-

Neurosis


Domingo 19 de Noviembre de 2023, 7:15am






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Fiel a la inclinación más natural del hombre, la estructura política del mayor proyecto popular y social movilizado en la historia de Bolivia va dejando de ser un partido político para convertirse en una neurosis, en los hechos prácticos, dos partidos confrontados y un proceso que puede terminar en hundir a todos sus protagonistas. Erich Fromm, en su estudio “Psicoanálisis de la sociedad contemporánea” se preguntaba: ¿Puede una sociedad estar enferma? Inmediatamente responde advirtiendo sobre “el peso de conciencias dependientes y homogeneizadas” que se imponen sobre la misma naturaleza humana. Esto es lo que llama los consensos coercitivos que devastan toda individualidad, uniforman los comportamientos, extinguen el yo personal y se adscriben dependientemente a modelos de vida y políticos predeterminados. Dice Fromm, también: “Lo que es muy engañoso en cuanto al estado mental de los individuos de una sociedad, es la ‘validación consensual’ de sus ideas. Se supone ingenuamente que el hecho de que la mayoría de la gente comparte ciertas ideas y sentimientos demuestra la validez de esas ideas y sentimientos. Nada más lejos de la verdad. La validación consensual como tal, no tiene nada que ver con la razón ni con la salud mental… El hecho de que millones de personas compartan los mismos vicios, no convierte esos vicios en virtudes, el hecho de que compartan muchos errores, no convierte a éstos en verdades, y el hecho de que millones de personas padezcan las mismas formas de patología mental no hace de estas personas gentes equilibradas…”

Se instalan en el tiempo reciente prácticas de odio que moldean una política que desprecia el respeto societal e individual. Una esmerada habilidad para destruir dignidades, terminar con reputaciones y doblegar moralmente a quienes desafían el pensamiento único y absolutista, que no acepta siquiera tonos de variación. La mala práctica del hombre del odio es seguida, esparcida, extendida y ejecutada por los mensajeros del odiador, con total impunidad que siempre es una construcción plural, diversa, de múltiples participantes, con complicidades de apoyo y asociaciones diversas. Todo este eje, anclado a un dispositivo rápido, común y de fácil implementación: la degradación de las personas públicas en redes sociales, su inusitada violencia mediática y la base de sus discursos odio.

En nuestra política cotidiana, la deformación de los liderazgos políticos por obcecación irracional de poder y de resistencias al paso del tiempo, hace que no todo sea explicable y comprensible, que no siempre haya respuestas posibles y razonadas, que no se encuentre sentido lógico a innumeradas conductas, que no todo sea justo ni merecido. Entonces, se va aprendiendo a vivir con esto, se normaliza la locura y el desenfreno enfermizo de quien odia y destruye para, según su retórica sempiterna, “representar mejor”. Esto ocurrirá mientras la impunidad organizada y su aceptación sigan siendo parte de esa minoría que dirige y se impone categóricamente.

El hombre del odio no quiere un entorno de pensantes, de gente de luz, de productores de ideas y de miradas de Estado, menos militantes formados y activos en la opinión, quiere mascotas, obediencia sin más. Muchos están dispuestos y ejercen ese rol infame y despersonalizado. Cumplen las funciones de ser los mensajeros del odiador, destinados a ser solo eso. Participan y compiten entre ellos, en el único papel de trasladar odio, intolerancia, difamación, calumnia, pues no dan para algo más ya que cumplen con el requisito primero de acreditar un encefalograma muy plano, porque cuando la exigencia de pensar llega, realizar ese esfuerzo se les convierte en una tarea sobrehumana, ahí empiezan a sentirse en orfandad, abandonados, lejos del gremio de fuerza que es el club dirigencial del odio.

Sin esperar el futuro, el hombre del odio y sus mensajeros ya son seres castigados, confinados merecidamente en el pequeño espacio de una militancia destructiva e intolerante pero sí, con altísimo ruido público que los hace ver como una muchedumbre. Castigados porque en sus rostros de odio, de enrabietado descontrol y ceños fruncidos se expresa, indisimuladamente, la desdicha. Caminan, hablan y van por la vida profundamente desdichados. Quien lastima a una mujer, a un joven, a una familia, aunque rece en domingo, vive profundamente desdichado.

El hombre del odio expresa en sus ambiciones desmedidas la evolución inversa y negativa. Si alguna vez sus creencias democráticas cautivaron de gran manera, hoy ha colocado éstas en un paréntesis para sustituirlas por odio y destrucción. En el candelero de cada mesa de las familias, hay algo que vemos todos, que el hombre del odio quiere que seamos una sociedad donde se despedace al otro, que nos maltratemos, que odiemos como él, incomprensiblemente, pero con desenfreno.

Con el hombre del odio, el razonamiento de hoy es: el que se oponga al verticalismo autoritario del caudillo debe aceptar la flagelación y el escarnio público por él ordenado. Quien retroceda ante el escarnio público, debe aceptar el verticalismo autoritario.

Entre 1942 y 1951, Albert Camus fue construyendo un cuaderno de reflexiones filosóficas, apuntes, proyectos de libros, descripciones de países, anécdotas vistas y escuchadas. Todo aquello, años después, constituyó un libro que se presentó bajo el nombre de Carnets. Allí escribió: “La inclinación más natural del hombre es hundirse y hundir con él a todo el mundo. ¡Cuántos esfuerzos desmesurados cuesta ser simplemente normal! Hacen falta ríos de sangre y siglos de historia para llegar a una modificación imperceptible de la condición humana. Tal es la ley”. La tragedia, sin embargo, no es la solución.

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