Los finales de 1824, con seguridad, se asemejan al de los 200 años posteriores, es decir, una población hundida en la irresolución, la perplejidad y la incertidumbre, con relación a su futuro inmediato social, económico y principalmente, político.
La zozobra, la tensión y la desazón entre otros, hicieron y hacen presa del diario vivir de los habitantes de esta región. Sin embargo, el componente político es el que cobró relieve en ese primer cuarto del Siglo XIX, y también lo hace, en este otro cuarto. Y al igual que hace dos centurias, las esperanzas por lo menos, de un estimulante futuro, no avizora certidumbres.
La historia narra que, en ese año (1824), los pueblos que circundaban o limitaban con la próxima Bolivia, ya gozaban con un gobierno autónomo, como consecuencia de sus propias victorias y triunfos bélicos, mientras en el Alto Perú, no la creencia, sino ilusión aguardaba aún a la “madre de las batallas”.
El 9 de diciembre de ese año, se libró la “Batalla de Ayacucho”, contienda que concretó el ánimo y el realiento de la población del Alto Perú, aunque quedaba pendiente la formalidad, es decir, la constitución de una nueva nación u otra forma de organización. Pero si la derrota se hacía de sí, el régimen colonial, aún se extendería por tiempo indeterminado, todavía en la región.
En esa época, al igual que toda su precedencia, la discriminación social, estuvo marcadamente acentuada; la población de las áreas rurales, eran empleadas en especial, como “carne de cañón” en los ajetreos políticos (como en la actualidad), cuyo epicentro de poder afincado en un par de pueblos (aún sigue); la economía dominada, principalmente, por la influencia de los productos procedentes del puerto de Arica (al igual que ahora), es decir, que la producción endógena agropecuaria, no daba abasto para el consumo propio (como en el presente).
Sin embargo, el quehacer político, presa de la nebulosa de su horizonte, captaba la atención generalizada (también ahora). Seguramente, la población influyente de las urbes de ese entonces, se preguntaban, al igual que en estos tiempos, ¿quién y cómo se dirigiría esta región próximamente?, obviamente, si se alcanzaría la independencia. Porque la dependencia directa o indirecta del Alto Perú, estuvo centrada fuera de sus márgenes geográficos, como los está, también hoy en día.
Los “doctorcitos” de Sucre y La Paz, ante la perentoria instalación de una novísima experiencia política, estaban aferrados en ensayar modalidades para un gobierno propio, es decir, que ellos mismos se proponían y se auto auspiciaban para tales responsabilidades, y sin haber siquiera, haber empuñado sus espadas en los frentes de batalla. Hoy, esas acciones parecen también, encontrar semejanzas.
Con mucha propiedad, se afirma que la historia es cíclica y los apuntes citados se constituyen en trazos de esa categoría. Bolivia, se apresta a celebrar el Bicentenario de fundación y enfiladas en esas sorprendentes similitudes.
Después de 200 años, el coyuntura social, económico y político, no ameritaron cambios o transformaciones sustanciales, es decir, no se explotaron racionalmente las libertades conferidas a la República independiente de Bolivia, y para entrar en sintonía con los momentos actuales, la bicentenaria celebración de tan venerable ocasión, debería por lo menos, diferenciarse de esa su inicial constitución.
Irremediablemente, se desperdiciaron 200 años, lapso transcurrido con un incesante y bicentenario comportamiento de obstinaciones y obcecaciones, en los que hegemonizaron las intolerancias, las ausencias de predisposiciones incondicionales, el blindaje de sinceros y honestos comportamientos de desprendimiento en procura del bien colectivo y otros.
Resulta atrevido insinuar una refundación y demasiada osadía su alusión; pero si se la asumiera, por lo menos, como una hipótesis esta posibilidad, las conjeturas darían riendas sueltas.
Contar con una profunda, tajante, radical y urgente reestructuración del país, potenciar exponencialmente las oportunidades sociales, dotación de un ordenamiento jurídico y administrativo, que patrocine un deslizamiento por lo menos por la acera, de las modernas sendas del Siglo XXI, sustentadas en una real y plena independencia, tal como lo persiguieron aquellos héroes, en su mayoría anónimos, que ofrendaron sus anhelos y sus vidas de 15 años de resistencia, para soñar con una patria libre y soberana.
Una inacción, en este sentido, al que parece destinada la actual tendencia, significará que la “suerte esté echada”, otra vez más.
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