Marzo 29, 2024 [G]:

¿Es posible la política sin políticos?

Entonces, una vez más, el ciudadano se ve huérfano e indefenso y debe optar por el menos corrupto, por el menos malo, por el menos antidemocrático, por el menos mentiroso. Nunca por el mejor. ¡Nunca!


Viernes 28 de Febrero de 2020, 10:30am






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La respuesta es compleja y más en estos tiempos donde el ciudadano percibe que su voto pareciera no ser respetado. Que su participación en las elecciones no tiene sentido. Que no tiene una opción valiosa para elegir. Que debe votar por el menos peor. Por el más “potable” de los candidatos. Pero no por la mejor opción. Por alguien que realmente lo represente y que le dé un mínimo, por lo menos, de certidumbre, de un futuro plausible, de una estabilidad, de un crecimiento y bienestar social posibles.

Existe una marcada debilidad histórica de nuestras normas democráticas. La polarización partidista ha sobrepasado  las diferencias políticas y ha generado un conflicto existencial, racial y cultural en nuestra sociedad absurdo. La politiquería y sus partidos, de todos los bandos, ha menoscabado los cimientos de la democracia y del voto ciudadano.

Y lo más peligroso es constatar que para una gran mayoría de la gente, este rebajamiento de la democracia es casi imperceptible. La población no cae de manera inmediata, en el hecho de que le están robando sus derechos a manos de un autócrata que llegó al poder mediante el voto popular.

Pareciera que vivimos adormecidos y nada hace sonar las alarmas entre la población de que nos están ultrajando la democracia. Que están horadando las instituciones en nuestras narices. Incluso aceptamos “ventas propagandísticas” de que las medidas de turno se hacen para “mejorar” la democracia y hacerla más inclusiva. Cuando en realidad están subvirtiendo la legalidad y la legitimidad de la independencia de poderes, base sustancial de una democracia solvente.

Está claro, entonces, que no basta que las instituciones por sí solas frenen a los autócratas de turno, sino que es necesaria la acción ciudadana para la defensa de los valores democráticos y de las propias normas y leyes enmarcadas en nuestra carta magna.

No basta el temor o la indignación. Debemos aprender de otras sociedades para detectar las señales de alerta y tomar una acción proactiva como ciudadanos. Sólo de esa manera evitaríamos entregarle la llave de la democracia a otro o al mismo autócrata en ciernes. Debemos entender que los políticos no suelen revelar la magnitud de su autoritarismo antes de encumbrarse en el poder.

 En Latinoamérica, de acuerdo a un estudio, de los 15 presidentes electos entre 1990 y 2012, más de cinco eran populistas (Alberto Fujimori, Hugo Chávez, Evo Morales, Lucio Gutiérrez, Daniel Ortega, Néstor Kischner y Rafael Correa, entre otros) y todos terminaron debilitando las instituciones democráticas. ¡Y todos, llegaron por el voto popular! No hay peor víctima, que el cómplice del victimario.

El retroceso, precisamente, comienza, en las propias urnas. Ahí radica el pecado original. Pero entonces quiénes son los llamados a ser los guardianes de la democracia. A desenmascarar a estos autócratas azuzados por ideologías trasnochadas y que ponen en vilo a más de uno.

¿Acaso no son los propios partidos políticos los llamados a evitar la “normalización” o respetabilidad pública a personajes autoritarios? Cuando los extremistas se postulan, ¿acaso los partidos llamados democráticos no deberían conformar un frente común para derrotarlos? Al parecer, no saben cómo. Al parecer, no están preparados. Al parecer, no les importa. Entonces, una vez más, el ciudadano se ve huérfano e indefenso y debe optar por el menos corrupto, por el menos malo, por el menos antidemocrático, por el menos mentiroso. Nunca por el mejor. ¡Nunca!

Entonces, amable lector, a la pregunta la respuesta. Sí es posible hacer política sin políticos. Debemos involucrarnos en el debate público. Fiscalizar. Elevar nuestro sentido de criticidad social, de rechazo público a los autoritarios y corruptos. Debemos fortalecer nuestras plataformas ciudadanas y velar todos los días por nuestra democracia.

 

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