Cerca del 1 por ciento de la población mundial es psicópata: es decir, no siente el más mínimo remordimiento o culpa por sus acciones. Lo es aquel asesino en serie que mata a destajo sin sentir un ápice de empatía con sus víctimas. O también los sujetos insensibles, egoístas, despreocupados por el bienestar del prójimo y que, por lo tanto, no sienten culpa ni remordimiento alguno. El dato alarmante es que, al margen de ese uno por ciento, cerca del 4 por ciento de la población es un psicópata de cuello blanco.
Pero para entender de manera adecuada esta psicopatía empresarial, es preciso derribar ciertos estigmas o prejuicios (muchos basados en series de televisión hollywoodenses) sobre el psicópata como tal. Cuando hablamos de maldad, no nos referimos a determinadas personas de baja o nula educación, ni de enfermos mentales, ni de profesiones específicas, como lo haríamos a tiempo de definir una raza u orientación sexual.
Nadie nace predestinado a ser malo o hacer maldades. Para ser malo hace falta algo más que tener una baja empatía como persona. Se trata de hacer el mal en lugar del bien, de manera deliberada, pensada. Saltarse por los aires el dilema moral de hacer el mal en lugar del bien. Es necesario tener una conciencia de que se hará el mal de manera premeditada y estar dispuestos a asumir las consecuencias de sus actos.
Cometer un fraude fiscal. Mentir sobre el real valor de la mercadería. Inflar los precios de los productos. Cobrar más de lo que realmente vale el servicio. Manipular datos, cifras, estadísticas. Torcer informes, auditorías, no pagar deudas o generar deudas sin respaldo financiero. Aplicar campañas comerciales de desprestigio, generar prácticas antiéticas de competencia, conformar carteles comerciales, hacer dumping, etc, etc, etc.
El profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard,Eugene Soltes en su libro Why They Do It (¿Porque lo hacen?, traducido al español) basado en entrevistas en profundidad con criminales de cuello blanco, llega a una alarmante conclusión: el denominador común del psicópata de cuello blanco es su casi nula auto reflexión sobre sus acciones ilegales y la seguridad casi absoluta de ser impune, e incluso, inmune a una crítica legal o social.
Pero ojo, todos, de una u otra manera, servimos a alguien y, claro, de una u otra manera, alguien nos sirve a nosotros. Entonces, si partimos del hecho de que ese alguien es una persona reprochable o que no “amerita” nuestra empatía, sin dudar un segundo, le atribuiremos una falla, una culpa, aunque no sea responsable directo del error en la oficina. Sólo por el hecho de ganar puntos o de buscar un ascenso a costa de ese “alguien”, pondremos su cabeza en una bandeja de plata.
Eso quiere decir que, muchas veces, plenamente conscientes de su conducta, los psicópatas “agreden” a sus compañeros en la oficina, a la gente que los rodea o que dependen de él, sin siquiera sonrojarse. No se dan cuenta, que son, a ojos de ese “alguien”, malvados. Y lo son, porque los criminales de cuello blanco rara vez reflexionan sobre los resultados de sus acciones o sobre las víctimas potenciales de sus decisiones. A sus ojos, no existe ningún dilema moral, ni ético ni daño alguno. De hecho, se autocalifican como líderes con carácter o, incluso, visionarios.
Sólo y solamente la persona que ha hecho lo que ha hecho sabe por qué lo ha hecho. De manera consciente y predeterminada; y lo hace, por la sencilla razón de que al psicópata le cuesta menos que al resto hacer el mal. Así que, amable, lector, la próxima vez, piense en el dilema moral de sus actos. Sino lo hace, usted es un psicópata en potencia.
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