Diciembre 22, 2024 -H-

Érase una vez América (IV)

Las enormes rocas de Puma Punku, son en realidad, geopolímeros creados artificialmente a partir de arenisca roja y elementos como natrón extraído de las cercanías del Salar de Uyuni


Martes 17 de Agosto de 2021, 3:30pm






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Allí, entre las serranías de los Andes, al sureste del Titikaka, donde las aguas del Lago Sagrado reflejan las faldas de la cordillera, se encuentra Tiwanaku, cultura milenaria que se convirtió en imperio entre el 400 a.C., y el 1.100 d.C., y que desapareció, en muy pocos años consecuencia de una inesperada sequía y la fractura social de sus comunidades.

Hay tanto que decir de Tiwanaku, su arquitectura ceremonial es el elemento central de sus ruinas; patios semisubterráneos, plataformas, templos, pirámides, monolitos y portadas dan cuenta de la riqueza ritual del imperio, heredada de las culturas Wankarani, Pucara y Chiripa. Investigadores de renombre como José Berenguer sugieren que las escalinatas de los grandes templos fungían como mesas ceremoniales aptas para el sacrificio. A un costado de la Pirámide de Akapana, 20 metros delante del Templo de Kalsasaya, se encuentra el Templete Semisubterráneo, en sus muros se hallan empotradas 175 cabezas líticas que probablemente representan las comunidades del imperio, pero más allá, son la huella del hombre en permanente relación con la tierra. Mucho del simbolismo tiwanakota puede verse en esa construcción, pues entre el subsuelo, la tierra y el cielo, se conformaba una especie de circuito sagrado para el culto hacia los dioses. El subsuelo, plano, de la semilla, de la fertilidad y de los muertos que habitan la tierra se unía con lo terrestre, con la superficie ocupada por los hombres vivos, que, a su vez, se elevaban hacia el cielo y los cuerpos celestes, buscando la armonía con los dioses.

Un chamán bebe del keru, la sustancia alucinógena que lo elevará al trance para el sacrificio. Cuidadosamente, se coloca la máscara felina y, mientras el efecto de la bebida, dilata sus pupilas apoderándose de su cuerpo, se acerca con movimientos danzantes al hombre elegido; armado con el hacha, el efecto de la pócima y el significado de la ceremonia alcanzan su punto máximo; el hacha, impulsada por la fuerza del robusto brazo, cae pesadamente sobre el cuello del elegido, cercenándole de un solo golpe la cabeza. En un estado de éxtasis, el chamán toma la cabeza y la ofrece a los dioses, momentos después, el cuerpo será desmembrado para ser enterrado en el templo como ofrenda para la fertilidad agrícola, pues los muertos sirven de protección a la tierra, son el abono de los nuevos brotes que pronto serán cosecha que alimentará a todo el imperio.

Y es que Tiwanaku fue distinto de todos los imperios del mundo antiguo, su expansión obedeció a la necesidad de obtener, año a año, una producción agrícola que le genere sustento a largo plazo. No hubo ambición de poder en el hombre Tiwanakota, tampoco deseo de conquistar y destruir, sí, el deseo de una convivencia armónica entre la tierra, los hombres y los dioses. No obstante, el crecimiento del imperio y sus centros ceremoniales fue posicionando nuevas castas, dando forma a una estructura social compleja, y aquello, que, en un inicio, fue una comunidad igualitaria, poco a poco se fue convirtiendo en una sociedad jerárquica, administrada por un gobierno central, así se desprende de las figuras chamánicas arrodilladas en torno a una figura central, representadas en la Puerta del Sol, una de las piezas simbólicas más importantes del periodo final del imperio, que habría sido encontrada por el Mariscal Antonio José de Sucre y colocada, posteriormente, en el lugar en el que hoy se encuentra.  

Dentro de esta complejidad, podríamos pensar que, el agricultor, el hombre más común del Tiwanaku imperial, era un simple siervo; sin embargo, era lo opuesto. Al ser una sociedad basada en la agricultura, este hombre, que, a su vez, eran miles de hombres, constituía su piedra fundamental. Las inmensas terrazas de cultivo marcaron un antes y un después en la producción agrícola del imperio, fueron, por muchos siglos, la más importante de sus obras de ingeniería. Estos canales, aún utilizados en pequeñas comunidades alrededor del Lago Titikaka, aglutinaban el agua en tiempo de lluvia y deshielo, creando un microclima que permitía a las plantaciones soportar las bajas temperaturas del altiplano americano, extendiéndose por miles de hectáreas a lo largo de las planicies. Ya en tierras bajas, la agricultura iba de la mano con las condiciones del medio ambiente, en los Yungas tiwanakotas, la agricultura se realizaba en otro tipo de plataformas escalonadas que permitían un manejo diferente de los recursos hídricos, el hombre tiwanakota era capaz de crear y producir con sabiduría y respeto.

Alrededor de los templos y templetes, otra casta de hombres de distintos oficios, se ocupaba de la producción de elementos y herramientas ceremoniales; tejidos; diseños arquitectónicos e ingeniería. En agosto de 2019 –que los dioses ancestrales bendigan a los científicos- el investigador Joseph Davidovits, del Instituto Saint-Quentin de Francia dio a conocer al mundo el hallazgo más importante, que, sitúa a la ingeniería tiwanakota, en lo más alto: Las enormes rocas de Puma Punku, son en realidad, geopolímeros creados artificialmente a partir de arenisca roja y elementos como natrón extraído de las cercanías del Salar de Uyuni; otras enormes estructuras de andesita volcánica, muestran ángulos perfectos y cortes profundos, imposibles de tallar sin herramientas modernas debido a la dureza del material, similar al cuarzo; sin embargo, el estudio, demuestra que estas estructuras fueron moldeadas por el hombre tiwanakota a través de procesos químicos complejos, hasta formar una especie de arcilla moldeable, similar al cemento que conocemos hoy en día.

Estos hallazgos, que todos debiéramos conocer a detalle, no solo por su valor científico, sino por el valor cultural que sitúa a Tiwanaku, por mucho, en lo más alto del mundo antiguo, pasan sin mucha cobertura de los medios de comunicación y alejados de la mirada de los gobernantes ineptos. Es acaso, este, el primer hito en esta búsqueda por revalorizar nuestras culturas, nuestro origen, que no se mancha con la sangre de una Constitución falaz, que reconoce en el papel, lo que desconoce en los hechos.

Que difícil será hablar, en la siguiente entrega, sobre la caída de nuestro imperio tiwanakota, sobre la fractura definitiva de una sociedad que nos dejó tanto y a la que debemos agradecer parte de lo que somos, esencia viva de esta tierra morena.

 (Continuará)

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