Diciembre 24, 2024 -H-

“La guerrilla que contamos”

¿Por qué su éxito? Especialmente porque decenas de libros han sido escritos de “oídas” o del “dice que dice”, en cambio Salazar, Alcázar y Vacaflor lo escribieron como testigos directos de lo que vieron y oyeron


Lunes 25 de Junio de 2018, 4:30pm






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En los últimos 50 años se ha escrito tanto sobre Ernesto Che Guevara que los libros sobre su vida y su muerte podrían llenar una pequeña biblioteca. Pero, sin duda, un libro infaltable en ella debe ser “La guerrilla que contamos”, de la autoría de tres grandes periodistas bolivianos, Juan Carlos Salazar, José Luis Alcázar y Humberto Vacaflor.

El libro fue publicado el pasado octubre al recordarse el cincuentenario de la muerte del argentino-cubano y ha sido bien recibido por la crítica nacional e internacional, principalmente en Argentina, México y Chile.

¿Por qué su éxito? Especialmente porque decenas de libros han sido escritos de “oídas” o del “dice que dice”, en cambio Salazar, Alcázar y Vacaflor lo escribieron como testigos directos de lo que vieron y oyeron. Allí está nada más que la verdad. Es un libro supremamente testimonial de un tiempo que nos tocó vivir, ellos en la primera línea de combate, y nosotros en la retaguardia de una sala de redacción.

Desde el punto de vista político el libro es un revés al actual gobierno empeñado en honrar la vida de un aventurero que se embarcó en una misión sin pies ni cabeza. (Salazar y Alcázar no lo dicen, pero Vacaflor lo sintetiza socarronamente como al Sancho que llegó “a la isla Barataria, enviado por el humor de un duque caribeño…”).

Los testimonios refuerzan la vieja tesis de que Fidel Castro quiso deshacerse del Che porque él mismo estaba presionado por la URSS a renunciar a sus aventuras guerrilleras. Y una cosa queda aclarada para siempre: El Che tenía poco que buscar en Bolivia, su objetivo era preparar a su gente para instaurar una guerrilla en su Argentina natal.

Lo que no queda claro es si realmente están en Cuba los restos del Che. La duda solo podría aclararse con un examen de ADN a cargo de expertos independientes. Los autores del libro no arriesgan una tesis y se basan solo en hechos (por eso el valor del libro). En 1997 el gobierno boliviano accedió la exhumación de los restos y su repatriación a Cuba. Las coordenadas del lugar las dio el general Mario Vargas Salinas. Los antropólogos cubanos excavaron en el lugar y hallaron las osamentas de 7 individuos.

El agente de la CIA, Gustavo Villoldo, que fue el encargado de enterrar al Che el 11 de octubre de 1968, jura que por órdenes del general Joaquín Zenteno Anaya le fueron entregados los cadáveres del Che, Willy Cuba y Chino Chang, a los que sepultó con una excavadora en cierto lugar del aeropuerto de Vallegrande con solo dos testigos.

“Los muertos no se multiplican”, exclamó incrédulo Villoldo al saber del hallazgo. Juan O. Tamayo, de The Miami Herald, entrevistó el 2009 a Villoldo y este insistió en que solo enterró a 3. Tamayo refiere en su nota que el periodista de United Press International, Alberto Zuazo Nathes, le confirmó que él vio junto al Che a tres o cuatro cadáveres más, lo que respalda el testimonio del general Jaime Niño de Guzmán, piloto del helicóptero, que aseguró que trasladó 7 cadáveres a Vallegrande…

 ¿Cómo es que el Che aparece semidesnudo en sus postreras fotos y el mismo Niño de Guzmán asegura que le regaló una chaqueta para que se cubriera del frio? Según Alcázar la “verdadera” chaqueta supuestamente la tendría en México, como trofeo de guerra, el médico que amputó las manos del Che. Villoldo reveló a Tamayo que guarda unos pedazos de la barba y el cabello del guerrillero.

Alcázar fue el periodista que reveló al mundo que el Che había sido ejecutado, porque tocó su mano aún caliente cuando fue trasladado a Vallegrande y oyó cómo Villoldo increpaba de muy mala manera al occiso. El Che no murió en combate como sostenía el parte oficial.

Para el mundo, la verdad y nada más que la verdad, para el agente de la CIA una venganza acariciada desde joven. ¡Por fin has caído!, le dijo a quien ya no podía escucharle. Lo había perseguido por medio mundo para cobrar una vieja deuda. El Che en sus días de gloria en Cuba había expropiado al padre de Villoldo 280 autos nuevos de una concesionaria. El pobre hombre se suicidó. Pero otra deuda no la ha cobrado: la indemnización de 2.800 millones de dólares que le adjudicó un juez de Miami, sin que jamás el gobierno cubano se haya dado por enterado.

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