“A una mujer no se la toca ni con el pétalo de una rosa” -me inculcó mi padre- sabia enseñanza respaldada por su intachable trato a mi mamá. Ojalá todos pensaran así, pero las estadísticas en Bolivia sobre feminicidio -el asesinato de una mujer a manos de un hombre por machismo o misoginia, como lo define la Real Academia Española- son escalofriantes.
Bolivia se ha convertido en el país más violento en cuanto a feminicidios en Sudamérica. En 2018 se registró más de 130 feminicidios, de esposas principalmente; hasta agosto del 2019 eran ya 80 las muertes por golpes, asfixia, puñaladas, disparos, ahorcamiento y hasta uso de dinamita por parte de sus cónyuges.
Un reporte internacional dio cuenta -según la Coordinadora de la Mujer- que “en 2018 se recibieron más de 38.000 denuncias de agresiones contra mujeres” -físicas, psicológicas y sexuales- recordando además que “Bolivia también es uno de los países en los que se registra la tasa más alta de embarazo adolescente y violencia sexual contra menores, de acuerdo a diferentes mediciones, como la del Fondo de Naciones Unidas para la Población (Feminicidios: la preocupación en Bolivia por ser el país de Sudamérica en el que matan a más mujeres, BBC News Mundo, 9.08.2019).
¿Qué pasa con la sociedad boliviana? Las autoridades reconocen que si bien la mujer adquirió por ley una condición de igualdad frente al varón, la tara cultural de supremacía en los hombres es lo que llevaría a tal extremo, por lo cual el gobierno ha diseñado un Plan de Acción Contra los Feminicidios y la Violencia Machista, algo que sin duda puede ser importante, aunque no suficiente.
La educación puede contribuir a cambiar una cultura peligrosa, pero mucho más el superar la ignorancia o la desobediencia a leyes divinas. El problema de fondo es que como todo tiene un trasfondo espiritual, el desconocer a Dios y sus preceptos conlleva a la falta de amor (Dios es amor).
¿Qué manda Dios respecto a nuestro prójimo? ¡Amar! Si el esposo dice que ama a Dios pero aborrece a su esposa, el tal es homicida; si dice que ama a Dios pero no ama a su esposa, es mentiroso…¿cómo podría amar a Dios a quien no ve y no amar a su esposa a quien ve? Ser cabeza de hogar es un privilegio y implica la responsabilidad de proveer, proteger, honrar, tratar a la esposa como a un vaso más frágil y -por sobre todo- amarla.
Nada justifica el homicidio o el asesinato de nadie, Dios es el dueño de la vida. Recordemos siempre que a una mujer no se la toca ni con el pétalo de una rosa.
(*) Pastor y economista
Santa Cruz, 18 de septiembre de 2019