De acuerdo con una historia - debidamente verificada por el escritor Evan Osnos – en un pequeño pueblo de China llamado Xiajia (con menos de 1600 habitantes) se produjo una fiebre por una serie norteamericana de aventuras detectivescas a cargo de un policía llamado Rick Hunter, que en China fue conocido como El experto inspector Heng Te. Más allá de la anécdota de la serie, lo interesante fue el cambio social y conductual de los habitantes de ese pequeño pueblo frente a sus autoridades, emulando la actitud contestataria del detective hacia el sistema.
El hecho fue más allá de lo plausible, cuando los xiajianos asumieron posturas contrarias al propio Partido Comunista Chino. Lo que aconteció fue, de la noche a la mañana, una metamorfosis, llevada al límite por la ambición y por una fiebre por la aspiración de crecer, de conocer otras fronteras, por romper las ataduras de un régimen totalitario y corrompido.
Aquella fe de empezar desde cero, de pronto era posible y lo más relevante fue el hecho de desafiar la secular tendencia a no intentar nada por temor a represalias de sus autoridades.
Lo que sucede ahora en China es un crecimiento demencial. Estamos frente a un país cuya abundancia es, quizás, la mayor en toda su historia y cien veces más rápida que la primera revolución industrial.
El ciudadano chino de clase media come seis veces más carne que en 1976. Pero el hambre está empozada en una demanda casi absurda por nuevas sensaciones, ideas y formas de hacer fortuna en tiempos récord y no, precisamente, para satisfacer el estómago.
China es el mayor consumidor mundial de energía – eléctrica, a carbón, a gas, a petróleo -, de películas extranjeras y locales, de consumo de cerveza y alcohol en general; es el primer consumidor del mundo de la marca de lujo Louis Vuittone, de vehículos Rolls Royce y Lamborghini; es el primer país que está construyendo la red más amplia de ferrocarriles de alta velocidad y aeropuertos del planeta. Se mire por donde se mire, el pueblo chino ha logrado pasar de 200 dólares per capita en 1978 a casi seis mil dólares.
Es la era en la que el hijo de un campesino puede terminar siendo el CEO de una compañía global. El chino de estos tiempos es un huracán en política, economía, en la vida privada, en su vida familiar y en su mirada hacia el planeta.
Todo esto debajo de la mirada del nonagenario partido comunista chino (PCCh) cuyos líderes plutocráticos y corruptos hasta la médula, supieron leer los nuevos vientos y guardaron los libros de Marx y congelaron la ideología comunista, para entregarse de lleno a la prosperidad el orgullo y la fuerza de la economía china.
Dicen que China, como nunca en su historia, es pluralista, urbana y próspera, tiene dos de las más valiosas empresas de Internet y más gente conectada que en los Estados Unidos, pero continúa redoblando sus esfuerzos por censurar la libertad de expresión. No hay que olvidarse que también tiene preso a un Premio Nobel de La Paz. Esa es la China de hoy: una dura pelea entre la aspiración y el autoritarismo plutocrático y corrupto.
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