Siempre fueron los dueños del escenario tras bambalinas. Quienes, desde un escritorio, a un costado del candidato diseñan las estrategias políticas, los discursos emblemáticos, la puesta en escena del candidato y son los responsables de que un político logre munirse de la banda presidencial o de una concejalía, alcaldía o gobernación. Pero siempre, desde un paso atrás y casi desde las sombras.
Son los monjes negros. Aquellos que son los dueños – literalmente – del candidato. La mano invisible del poder. Y esa fue siempre su virtud. Saber manejarse entre pasillos, pasar inadvertido, pero jamás dejar cabo suelto en ninguna parte.
Los norteamericanos fueron los grandes gurúes de estas batallas políticas y marcaron una huella sobre la cual el mundillo de los consultores políticos diseñó sus propias batallas con sus alfiles, reyes, torres, caballos y reinas en el tablero del poder.
Y en estos tiempos de altísima volatilidad política, de extrema polarización y una exposición constante del candidato en la retina de los medios y de su electorado, el soporte de la consultoría política deja de ser coyuntural y se convierte en un trabajo permanente. El asesor ahora se casa con su candidato, coge todos sus bártulos y los ubica junto al despacho del político y, públicamente, jura sus votos de fidelidad.
Situación en extremo insólito, ya que los consultores políticos suelen rotar y pasarse de bandos fácilmente, sin rubor alguno, y más bien enseñando sus medallas y glorias en distintas batallas con diferentes caballos.
Hoy todo es campaña electoral desde el mismo día de la toma de posesión. Hoy la urgencia de mantener al electorado fidelizado, permanentemente, de tener al candidato/autoridad en esa dualidad durante toda su gestión, obliga a los asesores a mantener vínculos de largo plazo, situación que los lleva a adoptar decisiones que antes no las hacían, como salir de las sombras, asumir vocerías, explicar acciones políticas y hasta entrar en debates sociales y políticos defendiendo a sus patrones políticos.
Y en ese rol poco cómodo y hasta anormal, suelen rodar, bulliciosamente, las cabezas de estos estrategas, a quienes se les endilga la causa del mal manejo público del candidato/autoridad como un último acto de fidelidad hacia su asesorado. Quemo mis naves, para que tu barco siga flotando.
Los casos más emblemáticos, quizás, son la fila de consultores políticos que arrastraron sus cajas de despido por la Casa Blanca de Donald Trump.
Pero también, se les abrieron negocios más estables geográficamente. Al estar ligado a un Gobierno y al partido ganador, el consultor “agarra” las campañas locales, regionales y extiende sus tentáculos hacia otras elecciones del propio partido. Se vuelve en un socio de capital político.
Pasamos de la comunicación del poder al poder de la comunicación y fue ahí cuando todo cambió para siempre. Hoy se montan escenarios. Se teatralizan las actividades políticas por más básicas que sean. Todo debe tener su propio acto coreografiado. Su show. Su espectáculo, pero esta vez, con el asesor junto al candidato y hasta, a veces, delante del candidato, apoyando con su twitter, su Instagram y amplificando, siempre, los discursos políticos. El candidato soy yo y él la autoridad, a la vez y al mismo tiempo.
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