El bien y el mal son dos fuerzas que conviven en el interior del hombre y que se encuentran en constante conflicto, pero podríamos afirmar que el mal opera como un impulso íntimo que se alimenta del placer que produce el sufrimiento ajeno. A lo largo de la historia la maldad ha estado presente en todas las sociedades, esta extraña manifestación de la voluntad humana tiende a aparecer de la misma manera deformando la conciencia y transformando al hombre en un depredador animal, no obstante, no pasa desapercibida y en algún momento se torna en contra del hombre llevándolo a un aciago final.
Pensemos en la Revolución Francesa y en uno de sus máximos exponentes, Robespierre; todo su movimiento estuvo inspirado en la supremacía de la razón e irónicamente terminó con miles de cabezas rodando por la Plaza de la Revolución en Paris. Apenas unos años antes, el abogado Maximiliano Robespierre destacaba por su defensa en favor de los sectores desposeídos de la población, su discurso contenía ideales de justicia social y rechazaba firmemente la pena de muerte. Depuesta la monarquía, el incorruptible, como lo llamaban fue acaparando cada vez más espacios al interior de su movimiento hasta convertirse en el líder del ala radical de los Jacobinos consolidando su poder en 1793 y gobernando Francia en un periodo que fue conocido como el Terror; el incorruptible había dejado de lado los primeros ideales y abrazado un ideal mayor, la República.
Temeroso por su seguridad el hombre justo se convirtió en déspota y asesino, instruyó la persecución política en contra de todo aquel que se oponga al nuevo régimen disponiendo la ejecución de miles de personas por supuestos cargos de traición, sedición y conspiración. El filósofo Emanuel Kant sostenía que la dignidad humana es un bien que no puede ser objeto de trueque y tampoco lo es el hecho de que hay acciones tan viles y malvadas que no pueden ser redimidas, es así que el mítico líder de la revolución francesa fue acusado de dictador cayendo presa de la inestabilidad social y política que él mismo había provocado. En los días finales del mes de julio de 1794 un grupo de soldados asaltó el Ayuntamiento arrestándolo e hiriéndolo gravemente, al día siguiente era ejecutado junto a sus colaboradores en la guillotina que él mismo había impuesto como herramienta mortal para sus detractores.
Casi dos siglos después otro abogado y militar lideraba una revolución en contra de la monarquía de su país. El 01 de septiembre de 1969 el Rey Idris I de Libia era derrocado por Muamar el Gadafi quien gobernaría hasta su muerte en 2011. Como Robespierre, Gadafi fue un reformista y su manejo del petróleo hizo que el producto interno bruto de Libia se incremente de $us. 3.800 millones a $us. 24.500 millones en diez años superando el ingreso per cápita del Reino Unido, mejorando los niveles de vida de su población y fomentando el nacimiento de una nueva burguesía libia.
Los ideales de Gadafi lo llevaron a realizar varios intentos por crear un solo Estado Árabe que se extendería por el norte de África hasta Medio Oriente, intentos que fracasaron debido a que las relaciones internacionales se rompieron pese a que existía la voluntad de varios países para concretar esta unificación. El líder libio se tornó cada vez más radical e inició una Revolución Popular que, entre otras medidas, determinó la abrogación de las leyes reemplazándolas por promulgaciones revolucionarias, la eliminación de todos los opositores a la revolución y la formación de comités populares armados para proteger el régimen.
En 1978, Gadafi dimitió como Secretario General del CBP separando el aparato revolucionario del gobierno y aunque oficialmente no ocupaba un cargo público adoptó el título de Lider de la Revolución manteniéndose como Comandante de las Fuerzas Armadas. Libia se había tornado al socialismo radical limitando el derecho a la propiedad y eliminando el sector privado reemplazándolo con empresas públicas que redujeron el abastecimiento de los bienes de consumo creando como efecto un próspero mercado negro.
Gradualmente, el malestar ocasionado por los resultados de las reformas fue traduciéndose en división al interior de su mismo entorno lo que llevó a Gadafi a ordenar que cualquier disidente sea eliminado donde se encuentre. Entre 1981 y 2011 Libia vivió una crisis política-social ascendente que devino en levantamientos irregulares internos en contra del régimen y en ataques militares por parte de las fuerzas de Estados Unidos y la OTAN, Gadafi tuvo que destinar gran parte del presupuesto a la compra de armamento incrementando dramáticamente la deuda externa de Libia sumiendo a la población en la pobreza. A pesar de la situación adversa, en 2002 consolidó la Unión Africana formada por 55 Estados, en 2008 fue proclamado y coronado como Rey de Reyes por un comité de líderes tradicionales y entre 2009 y 2010 fue nombrado Presidente de la Unión Africana.
Pese a todos sus intentos por mantener la hegemonía del poder, en febrero de 2011 estalló la guerra civil libia que escaló violentamente en muy poco tiempo, en junio de 2011 la Corte Penal Internacional emitió órdenes de arresto contra Gadafi y sus colaboradores más cercanos por crímenes de lesa humanidad, fue gracias a la cobertura aérea de la OTAN que los rebeldes avanzaron hasta lograr el control de gran parte del país, Gadafi, que había jurado morir mártir de su revolución, sería finalmente capturado por las fuerzas irregulares el 20 de octubre de 2011 en medio de un escape frustrado por la OTAN, sus últimos minutos fueron grabados con un celular y las imágenes dieron vuelta al mundo entero, fue golpeado brutalmente y herido en el ano con una bayoneta cayendo agonizante y muriendo minutos después en una ambulancia.
Existe una circularidad entre la cadena de sucesos y la muerte de ambos líderes que marca una tendencia hacia el mismo resultado, lo cierto es que la maldad se apoderó de sus convicciones convirtiéndolos en hombres ambiciosos y egoístas, atributos que componen la personalidad antisocial. Al respecto, Schopenhauer diría: “Muchas personas serían capaces de matar a un hombre para coger la grasa del muerto y untarse con ellas las botas”, el filósofo entiende el egoísmo como como parte fundamental del ser humano y complemento de su maldad, cada persona se consideraría supremo a cualquier otro, todo giraría en torno a él, los demás serían solo un camino más para conseguir sus objetivos y no existirían limitaciones a la hora de dañar al prójimo.
En la misma línea, el criminólogo Luis Andrade señala que cada obstáculo que surge entre el egoísmo y los apetitos del hombre excitan su mal humor, su cólera y odio. Ante estos sentimientos egoístas y amorales se desnuda el verdadero instinto del hombre que despliega su poder, la pulsión de su egoísmo lo impulsa a poseer y a matar, pues cualquier acción es necesaria para obtener lo que está en el otro.
Hemos dicho que entre ambos destinos existe una circularidad y también podemos decir que entre lo sucedido en Libia y lo que sucede en Bolivia hay más de una similitud que debiera inquietarnos profundamente. Bolivia vive momentos críticos en su historia y la sociedad se encuentra vulnerable y debilitada lo que la convierte en una presa fácil frente al depredador que la acecha, lo importante será no olvidar que el mal puede instaurarse y hasta prolongarse, pero jamás triunfar y que el poder de hoy puede convertirse fácilmente en la ruina del mañana.
Carlos Fuentes es abogado y escritor.