Hace muchos años —muchísimos— tuve un amigo, poeta estructuralista, que inició un movimiento de contadores de cuentos —“cuentacuentos” prefería— alrededor de la habanera Casa de las Américas.
Los cuentacuentos —sustantivo epiceno— fuimos hombres y mujeres que tratamos de rescatar la magia de contar, sin hogueras porque la flama la insuflábamos nosotros: “primero fue la palabra” (Juan 1,1). La receta de la “magia” era simple: a) tener una idea que decir (narrar); b) creérsela (esencia para transmitirla), y c) saber decirla (convencer). Años después descubrí a Stanton, Futrell, Kloter, Lambin y tantos otros y me di cuenta que era la misma martingala (en buena acepción); un poco más de leer me descubrió el indigno axioma de “si dices una gran mentira y la repites con suficiente frecuencia, al final la gente la creerá”.
Y aunque con los mercadeos se perdía de la magia “cuentacuentos”, gané dos palabras- idea: storytelling (contar convincentemente) y success stories (“historias de éxito”: reales o fabuladas).
De ambas en Bolivia huelgan ejemplos: De storytelling la Revolución Nacional anunció empoderar a los indios cuando solo les dio voto y minifundios, algo que la Revolución Cultural del cuatroceno también anunció pero quedó en lo simbólico, compensado por la repartición de parte de los súper ingresos del boom de los commodities—indulgencias ajenas.
Los resultados de octubre de 2020 — los terceros más altos tras la democratización de 1982— en algunos crearon la ilusión de un “regreso victorioso” cuando era un simple ritornello; vana ilusión porque —como he repetido— los electores votaron por un mito —el pretendido “milagro económico” de 2008-2015— y su milagrero, hastiados por la situación —pandemia y crisis económica, corrupción (mucho menor en cuantía que la del cuatroceno pero también indignante) e ineficiencia— y castigando a la dizque oposición —desunida, desubicada y “gastada”.
¡Y vaya que funcionó el success story del supuesto “milagro”!: muchos votaron por el mito y no por el actor. Sin dudas el “milagro” estuvo más asentado que el #VolverAlMar que finiquitó estruendosamente en La Haya cuando la Corte Internacional de Justicia nos ahogó ilusiones descartando todos los argumentos nacionales, “vendidos” durante años como exitosamente infalibles e indiscutibles; pero esa es otra narrativa…
Quizás por todo eso (“regreso victorioso”, “milagro económico” y su milagrero) y, más, por la urgencia de rehabilitar al Jefazo, el “mago” olvidó enseguida que su mandato era reconciliar el país para restaurar la economía y la salud de los bolivianos y se arropó en el mantra “¡fue golpe!”. Machaconamente, día tras día, repetida un momento tras otro por el “mago” y sus corifeos…
Pero, amén de “cuentacuentos” y marketing, la nigromancia goebbeliana necesitaba un poco de base real sobre la que construir la mítica —a sabiendas que no había mística donde apoyarse— y esa carencia fue creciendo: informe —clarificador— de la conferencia episcopal; mensaje —reafirmador— de la delegación europea; condena del parlamento y de la comisión —Ejecutivo— europeos; estudio írrito —más trabajo de clase— y de contenidos muy “filtrados” “analizando” las elecciones de un profesor salamanquino —con más remiendos que un Zapatero de barrio— y sus alumnos, con respuesta contundente de la OEA; informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, que repartió culpas y responsabilidades a ajenos y a propios, que reafirmó el nudo gordiano que nació al violar la voluntad popular —constitucionalmente inviolable— del 21F y que cargó de culpas y yerros a la “justicia” boliviana…
Pero quizás el summum de la bofetada —sin guante— fue el Consejo Permanente de la OEA convocado para cualificar el “injerencismo” de su secretario general. Asistieron virtualmente 19 países —15 no se conectaron, ya fuera por el tea time de los anglófilos, por asuntos urgentes o por deficiencias de conexión— y Bolivia fue arropada por… tres: México, Argentina y la dictadura electoralista de Nicaragua. Nos fue nada bien ese round.
Por último, de yapa, el señor Procurador General del Estado anunció “que el Estado boliviano enviará a la (…) OEA el informe que realizó la Contraloría General del Estado sobre el documento que presentó Luis Almagro (…) sobre las elecciones generales de 2019, para dar a conocer de manera oficial el incumplimiento de los acuerdos y que no se realizó ninguna auditoría al proceso”. Esopo, La Fontaine y Samaniego enfermarían de envidia.