Diciembre 22, 2024 -H-

El confinamiento interior

Después de la  consabida pateadura, me  arrojaron a  una  minúscula  celda. Así estuve varias semanas, incomunicado y aterrorizado. Había perdido totalmente  la ubicación espacial de mi cuerpo y mi reloj biológico  funcionaba  regido por el hambre y la sed.


Viernes 24 de Abril de 2020, 12:00am






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La gran pandemia sanitaria global  está cambiando el mundo de una manera inédita por su velocidad y sus inmediatas consecuencias. Casi todo el mundo está en cuarentena.

Siendo estudiante de un colegio nocturno  de obreros, una  madrugada, cuando me preparaba para asistir  a mi trabajo como cada día, fui sorprendido y atrapado por  cuatro matones de la D.O.P (Departamento de Orden Político), el aparato represor de la dictadura del general Banzer(1971-77),  porque consideraban que era portador de otro tipo de pandemia: la democracia.

Fui enmanillado inmediatamente y mi pequeña biblioteca fue  desmontada buscando armas, que supuestamente  tenía oculto entre los libros. Seguramente los matones  entendieron que las  armas son los libros y lo que contienen. Uno de mis compañeros de curso, de apellido Virreyra, apodado el Sapo, era agente del ministerio y  había delatado a todo el grupo de estudiantes que habíamos emitido  un pronunciamiento pidiendo elecciones libres y democráticas , además  exigiendo  la libertad de los cientos de presos políticos que  rebasaban las cárceles.

Después de la  consabida pateadura, me  arrojaron a  una  minúscula  celda. Así estuve varias semanas, incomunicado y aterrorizado. Había perdido totalmente  la ubicación espacial de mi cuerpo y mi reloj biológico  funcionaba  regido por el hambre y la sed.

Con luz  de vela y el humo que producía empecé a dibujar  rostros en la pared de mi celda para que me acompañaran. Cuando  me sentía cansado, dormía todo lo que podía porque estar despierto era una agonía  que pesaba con la incertidumbre. Después fui liberado del confinamiento solitario y me incorporaron al  grupo mayor de presos. Consideraba que era un paraíso porque podía dar vueltas en el patio y  leer y dibujar. Dentro la prisión me sentía libre, es decir que ya no pensaba, solo estaba durando;  estaba enajenado. Para evitar el tedio y la depresión, planificaba  tareas para el día siguiente. Durante varios meses leí teoría política que entraba de contrabando y las últimas novedades de la literatura. Me había aburrido de jugar ajedrez porque me mantenía quieto y mi mente en otra parte. Me estaba acoplando a la rutina, así que empecé a tomar notas de las razones porque estaba preso  y a participar en las tertulias de los dirigentes políticos. Las cárceles siempre son una escuela, esta cuarentena también lo es y debe ser aprovechada para mantener el juicio crítico sobre la realidad de los acontecimientos y no confinarse en  los problemas existenciales personales que provocan la resignación y la apatía.

Desde el 10 de noviembre, el estado boliviano está fracturado, la institucionalidad, tras decenios de la construcción democrática, ha colapsado y más que nunca la democracia está en serio riesgo de convertirse en una dictadura macabra. 

La serie de contradicciones entre las gobernaciones y  el ejecutivo han desmoronado las autonomías en detrimento del ordenamiento jurídico,  supuestamente violentado por el anterior gobierno. El afán persecutorio y vengativo no ha menguado,  más bien se ha fortalecido con el nuevo argumento de atentados contra la salud pública. Todo el aparato represor está a disposición del gobierno ilegítimo de la Sra. Añez y sus acólitos, por eso no es extraño que  personal paramilitar acompañe los desplazamientos del ministro de  gobierno  que ha instalado  un escenario propicio para sus amenazas. Las clases excluidas y empobrecidas  están bajo la mira,   habida cuenta de la paranoia del gobierno que vive atemorizado por la posibilidad cierta  que el descontento  provoque acontecimientos inesperados.

El  oficialismo que tanto criticaba los bonos del anterior gobierno, ahora hace lo mismo  endeudándose y poniendo en mayor riesgo la estabilidad política por los inevitables turbulencias sociales que se vislumbran.  Un grupo radical fascista  está presionando al ejecutivo para que  cierre el Congreso y así garantizar  el autoritarismo desenfrenado y  atropellar los derechos humanos sin temores a posteriores juicios. Todas sus acciones están contaminadas por su  obsesión-a estas alturas ya ridículas- de echarle el bulto de la pandemia y su desconcierto al ex presidente Evo Morales,  generando más bien, el efecto bumerang  favorable al candidato  Luis Arce del MAS.

Con el desplazamiento de las elecciones generales a una fecha incierta, el oficialismo quiere  obtener ventajas de la situación para  concebir  alguna triquiñuela jurídica   y mantener su mandato y confinar la institucionalidad democrática.

 

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