Abril 26, 2024 [G]:

El olvido de un emperador boliviano


Miércoles 30 de Junio de 2021, 5:00pm






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Un ensayo visual del fotógrafo Fernando Zamueto, da cuenta del contraste entre la Casa Grande del Pueblo y la arquitectura histórica que rodea Plaza Murillo, lo llamó “La casa de Shih Huang Ti”; el título me remitió de inmediato a un ensayo de Jorge Luis Borges que da cuenta de dos acontecimientos: la construcción de una gran muralla y la destrucción de los libros y la memoria de una cultura milenaria, Zamueto cita:

 

Tampoco es baladí pretender que la más tradicional de las razas renuncie a la memoria de su pasado, mítico o verdadero. Tres mil años de cronología tenían los chinos (y en esos años, el Emperador Amarillo y Chuang Tzu y Confucio y Lau Tzu), cuando Shih Huang Ti ordenó que la historia empezara con él. (Borges: 2011)

¿Pero quién fue en realidad este Emperador y cuál es su relación con un edificio que, en Bolivia, reemplazó al viejo Palacio de Gobierno?

La historia relata que un joven de 13 años llamado Ying Zheng accedió al trono de la China el año 246 a.C., pero recién pudo regirlo como Emperador desde el año 238 a.C., y lo hizo con mano de hierro. Para lograr sus propósitos tomó el nombre de Shih Huang Ti que significa “El Primer Emperador”, durante casi veinte años invadió y conquistó los reinos cercanos hasta que en 221 a.C., se proclamó el Primero de la Dinastía Qin.

Shih Huang Ti ordenó la quema de todos los libros y la ejecución de todos los letrados que discrepaban con el nuevo sistema imperial, para protegerse de los continuos alzamientos en su contra, ordenó la construcción de una muralla de más de 4.000 kilómetros que sirvió, siglos después, para la construcción de La Gran Muralla de la Dinastía Ming. Shih Huang Ti dispuso que todo se centralice a su alrededor y que las nuevas instituciones se rindan a su poder supremo.

Algo parecido se muestra en nuestra historia reciente: En los primeros años del siglo XXI, un hombre accedió a la presidencia de la República, detrás de una máscara y un discurso reivindicador, decidió poner fin a un periodo republicano de 181 años y “refundar” un país con una nueva denominación, decidió también la redacción de una nueva Constitución y años después la construcción de un nuevo gran palacio donde creyó que permanecería eternamente.

En un juego de representaciones, la nueva Constitución podría asociarse a la quema de los libros, la nueva Asamblea a la muralla que protege al remedo de emperador, y aquel edificio al Palacio que Shih Huang Ti construyó para esconderse de la muerte. Borges recuerda que Spinoza escribió que todas las cosas quieren persistir en su ser, probablemente, el remedo de Huang Ti creyó que, con el poder, la inmortalidad estaba al alcance de sus manos, creyó que su muralla legislativa lo protegería de los ataques de sus enemigos, creyó que el control absoluto de los poderes del Estado le otorgarían el merecido premio de permanecer, creyó que, con su libro y la “refundación” de un Estado, la historia comenzaría por él.

Shih Huang Ti murió en 210 a.C., sus hombres más cercanos escondieron el hecho y pese al esfuerzo por mantener el imperio unido, las revueltas se propagaron en todas las regiones hasta que, en 202 a. C., un líder insurgente se hizo con el trono y dio inicio a la Dinastía Han. Por estos rumbos, el remedo de Huang Ti ha dejado de existir de otra manera, y aunque intenta permanecer por todos los medios, se encuentra cada vez más solo.

Miguel de Montaigne da cuenta de un Rey, que, habiendo recibido una tunda a palos de Dios, juró vengarse ordenando que no se rezase ni se fuese a misa durante diez años y, si su poder alcanzaba, que no se creyese en él; con tales acciones, el Rey dio cuenta no tanto de su estupidez, como de su vanidad.

Mucho tienen en común, el Emperador chino, el Rey de Montaigne y el Huang Ti boliviano, más allá de las representaciones, el psiquiatra Otto Kernberg describe al narcisista patológico como un hombre que padece serias distorsiones internas, ambiciones desmedidas, una exagerada centralización en sí mismo y la excesiva dependencia de la admiración y el homenaje de los otros, un buen amigo asocia lo anterior con la personalidad puramente antisocial, carente de toda empatía, presente en las personas que no se aferran a ninguna norma.

Shih Huang Ti quiso ser inmortal y falló, tras la demencia de sus acciones no pudo triunfar sobre el paso del tiempo y la degradación de su cuerpo, así también ocurrió con cada Rey que intentó ponerse encima de su Dios y con cada dictador que intentó pisotear a su pueblo para permanecer eternamente en el poder. Como todos ellos, en unos pocos años, esta anotación también estará cubierta por el polvo del olvido.   

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