Poco o nada hizo Carlos Mesa para merecer lo que está viviendo hoy. Primero, se hizo de rogar para ser candidato, luego expectoró a la oposición más consecuente que él y los trató de trapos sucios, mientras que él y su grupo se vistieron de blanco, simulando ser parte del spot de un novedoso detergente. Sin embargo, su pulcritud se fue llenando de las mismas manchas que tanto daño le hicieron a Bolivia, en su gestión con Goni y en la propia.
Poco a poco, los recuerdos regresaron. Se habló de los gastos reservados, de los dineros que habría recibido para ser candidato del MNR, de su rol político al mando de su gobierno y sus múltiples renuncias, de su paso por la venta medio rara de un departamento. Muchas crónicas, pero poca consistencia, nada de obras, logros, triunfos, un vacío tan inmenso como su ego.
Quizás el único y peor de todos los logros de Carlos Mesa fue haber cedido a los primeros caprichos de la “media luna”. Con la elección de prefectos, aceptó plantear en Bolivia la primera fase de una precaria autonomía, desmembrando así al territorio nacional, cortándose él, así mismo los brazos, puesto que su gestión se asemejó más a una “Venus de Milo” que a un David de Miguel Ángel, sin alcance, sin propuestas y sobre todo dubitativa. Básicamente lo que representa hoy, su propuesta de gobierno, que sin pies, ni cabeza, le plantea al país, asumir una serie de medidas conyunturalistas a corto plazo, solo para satisfacer necesidades inmediatas antes que soluciones reales y estables.
Me imagino a Carlos Mesa, verse todas las mañanas al espejo y volverse una y otra vez a extraviarse en sus infinitas dudas. Preguntarse a diario en qué rollo se ha metido, por qué ha sacrificado la oportunidad de seguir adelante con su vida académica, intelectual, que ahora no tiene cabida en la falsa identidad de político que ha asumido y en la que una vez más se ha aplazado.
Carlos Mesa sea vuelto un “fake news” más de la oposición, una mentira que proyectó en algunos sectores de la sociedad, la idealización de un periodo gubernamental en el que no ocurrió absolutamente nada, en un espacio de transición en el que solo se limitó a prolongar los últimos meses del modelo republicano que tanto ama y que hoy se ve obligado a olvidar, porque muy en el fondo, Mesa sabe que el Estado Plurinacional sigue más vivo que nunca.
Mesa, en el tiempo que duró su campaña, se queda inmortalizado en la más premonitoria de las fotografías que le tomaron, cuando fue a la Chiquitanía, allí solo, como en el reflejo de su espejo, fue inmortalizado rodeado de un bosque tan seco y muerto de ideas como él, sin vida, con tan solo cenizas en sus manos, con sus ideas hechas polvo, con sus libros olvidados en un fantasmagórico estante, con una novela sobre el pasado que no trascendió y finalmente con sus recuerdos a lado de Goni, allá cuando Carlos Sánchez Berzaín decidía que se hacía con este país y cuántos bolivianos morían.
No podría apostarlo, pero creo que todos los días, en algún momento de su jornada, Mesa se debe preguntar o por los menos debería hacerlo, por qué no juzgó a Goni, porqué se limitó, igual que su argumento de guerra sucia, a decir que ya lo dijo todo en torno a “Octubre Negro”, que pidió justicia al igual que lo hicieron los miles de bolivianos que expulsaron a Sánchez de Lozada, si tanto le dolieron esas muertes a Carlos Mesa, por qué no renunció en “Febrero Negro”, cuando policías y militares se mataron mutuamente en Plaza Murillo. ¿Le faltaron agallas, creyó que no eran suficientes muertos, que todavía faltaba más sangre en tierra boliviana?
Hoy, otro octubre más en su vida, todos sus fantasmas, recuerdos y ese patético olvido del que ahora hace gala, regresan para cobrarle factura, para establecer que en la fábula de este país se ha vuelto un fusible, un muñeco de trapo, de intereses que no lo representan, porque de seguro sueña, estar otra vez sentado en su escritorio, leyendo, pensando qué escribir, divagando en esa historia de Bolivia que hoy lo condena a ser el émulo de triste personaje inmortalizado en un singular realismo mágico, en el orador que soñó en ser presidente y que no pudo ni siquiera argumentar por qué quería serlo, en el candidato que no soñó hacer campañas y que ahora no puede ni siquiera decir porqué deberían votar por él, así de contradictorio como su spot, en el que dice retratar un diagnóstico dramático del país bailando reguetón.
Como diría en su momento, don Eduardo Abaroa, que le crea su abuela, pero mucho más dura sería la frase que le respondería Andrés de Santa Cruz y Calahumana, cuando éste se diera cuenta qué con el orador, Bolivia otra vez volvería a ser condenada a retroceder en su futuro. Carlos Mesa no merece estar en nuestros libros de historia, mucho menos un voto en las urnas, porque su vida está atrapada entre fusiles, por mucho que no quiera.
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