21 de febrero (Revista Oxígeno).- El 3 de octubre de 2018, en el municipio de Achocalla, el alcalde Dámaso Ninaja se puso de rodillas delante del entonces presidente Evo Morales y le llamó “papá, papá de los bolivianos”. “Usted es nuestro padre, es el papá. Gracias al presidente Evo Morales, Bolivia es conocido internacionalmente por su estabilidad económica”, dijo micrófono en mano antes de pedirle permiso para entregarle unos proyectos que requerían financiamiento gubernamental. Meses después, cuando estalló la crisis de la basura en la ciudad de La Paz, Ninaja se destacó por bloquear el acceso de decenas de camiones recolectores hacia el relleno sanitario debido al colapso de una de las celdas. ¡Cómo no recordar aquellas semanas en que la sede de gobierno estaba inundad de basura!
Meses más antes, el 16 de enero de 2018, el dirigente vecinal Jesús Vera continuaba con la campaña que había iniciado a favor del presidente Morales. El 2017 buscó un frustrado referendo revocatorio contra el alcalde Luis Revilla. Llevó adelante protestas junto con los choferes. “Quiero decirles, que pueden chillar los de la oposición, los de la vieja vanguardia de la política neoliberal, pero señor Presidente ni un solo paso atrás contra estos que están queriendo volver. La Paz se va a parar, vamos a estar a su lado para proteger el proceso de cambio”. Vera fue candidato a diputado uninominal. No fue elegido. Hoy está detenido preventivamente en la cárcel de San Pedro, acusado por la quema de más de 60 buses Pumakatari, la noche del 10 de noviembre.
Un general del Ejército cuenta a Oxígeno que Morales fue un político rápido para tomar decisiones y, así, ganarse el respaldo castrense. Cuenta un episodio en Cochabamba, donde los militares le aguardaban con un proyecto para construir un tinglado y que no pudieron hacerlo aprobar con el Ministerio de Defensa ni con el Vicepresidente. “Ni Quintana, ni García Linera nos escuchaban. Nosotros le presentamos y nos dijo que está el proyecto está aprobado. Llamó a su edecán y le dio la orden de hacer correr el proyecto”. El sábado 9 de noviembre, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, general William Kalimán, le dijo a Morales que los militares no se enfrentarán con el pueblo.
La noche del viernes, 08 de noviembre, el aun ministro de Gobierno, Carlos Romero, convocó a una conferencia de prensa para desmentir que en el país haya estallado un motín policial. “No es motín”, insistió uno de los más connotados analistas políticos del gabinete de Morales, cuando en gran parte del país las guarniciones policiales se habían levantado contra la administración de turno y con la determinación de no “reprimir más al pueblo”.
Morales fue el primer presidente indígena de Bolivia y estuvo en el poder durante 13 años y nueve meses, más tiempo que cualquier otro líder latinoamericano. En su gestión, e impulsada por el auge de las materias primas y las exportaciones de gas y minerales, la economía de Bolivia creció alrededor de un 4,9 % anual, como promedio. Según el Banco Mundial, la pobreza cayó del 63 al 35% y la riqueza también llegó a la población a través de muchos programas sociales.
Sin embargo, al cabo de “13 años, ocho meses y 18 días” de gobernar Bolivia, Morales no había aprendido a distinguir la lisonja del elogio. Aislado en un principio en el Palacio de Gobierno, luego en la Casa Grande del Pueblo o a bordo de una de las aeronaves que tenía a su disposición, el primer presidente indígena de Bolivia, el hombre que impulsó un histórico proceso de cambio dejó atrás al líder que nació de los movimientos sociales. Al que se hizo en la calle. El autor y ejecutor de la tesis del gobierno de los movimientos sociales, perdió la sensibilidad que le hizo enfrentar con éxito las crisis del 2007 y 2008.
¿Por qué? En el entorno le dijeron que él era imprescindible. Por ejemplo, en enero de 2018, el ahora exvicepresidente Álvaro García afirmó que el mandatario y su equipo se ocuparon de gobernar, y no de buscar la renovación política, con la idea de que Evo resolvía la situación. “La lógica del poder constituyente sigue prevaleciendo en la candidatura de Evo, porque Evo es la personificación de la unificación de lo popular”.
Un militante del Movimiento Al Socialismo (MAS) dio a conocer a la revista Oxígeno que aún no salía del golpe que supuso la salida de Morales de la Presidencia. “Todo se cayó en 48 horas”. El funcionario está seguro que sin el motín policial del viernes 8 de noviembre, Morales aún estaría en el poder. Y, como otros, cree en la tesis del golpe de Estado, con la diferencia de que él trabaja en un ministerio del gobierno de Jeanine Añez. “No hay de otra, con la ideología no se come. Si me lo permiten, seguiré trabajando acá”.
La contradicción señalada en el anterior párrafo se vivió al máximo el domingo 10 de noviembre en Bolivia. A primera hora, casi de madrugada, Morales se dirigió al país para, en el último intento por salvar su gobierno, anular las elecciones del 20 de octubre, anunciar la remoción de los vocales del Tribunal Supremo Electoral y otras elecciones con “actores nuevos”. El informe preliminar de la auditoría de la Organización de Estados Americanos (OEA) le llevó a hacer tal anuncio, pues en las calles, los grupos movilizados le exigían su renuncia inmediata. El Estado había perdido el control del conflicto. Sin embargo, en el Grupo Aérea de Caza, Morales apareció rodeado por dirigentes de movimientos sociales, entre ellos, el secretario Ejecutivo de la Central Obrera Boliviana, Juan Carlos Huarachi. Sin embargo, horas más tarde, este dirigente declaró a la prensa que Evo debía renunciar, “por la salud de la democracia”.
Una de las razones de la crisis política que puso freno a un proceso de casi 14 años fue la personalización del poder. Evo pasó de ser el impulsor del proceso de cambio, el eje de la revolución democrática cultural al Presidente encargado de mantener la estabilidad económica y política. Ese papel recibió. “La personalización de la política ha llevado a una caída masiva de la confianza de la población en las instituciones”, dice Günther Maihold, experto en temas latinoamericanos y subdirector de la Fundación Ciencia y Política, con sede en Berlín.
“Creo que poco a poco se fue perdiendo la confianza en el partido de Evo Morales por diferentes episodios en estos últimos años. El proyecto original, como pasa en muchos casos en todo el mundo, fue siendo remplazado por la necesidad de mantener el poder. Esto es exactamente lo que ha pasado aquí”, afirma Linda Farthing, investigadora británica que fue entrevistada por la BBC.
Para la investigadora del instituto GIGA, la personalización también es el problema determinante. “En el fondo, Evo Morales fue el mejor presidente que Bolivia ha tenido jamás, pero es lamentable que no haya permitido a nadie a su lado”, dice Aline-Sophia Hirseland. Así pues, destruyó su propio legado.
“No hemos llegado a Palacio de Gobierno como inquilinos ni estamos de paso. Hemos llegado para quedarnos definitivamente, si es posible más de 500 años. Pero no he dicho que yo me voy a quedar en el Palacio. Cómo puedo vivir 500 años”, expresó este año en uno de sus discursos, mucho antes de la crisis que estalló el 20 de octubre.
En ese contexto, a Maihold le parece notable que Evo Morales haya sido derrocado por su “propia gente”. “En los últimos años ha dependido en gran medida de los militares. El liderazgo militar que él mismo eligió fue el que finalmente retiró su apoyo”. Lo mismo piensa la presidenta de la Cámara de Senadores, Eva Copa, quien recuerda que el Jefe del Estado Plurinacional tuvo reuniones permanentes con el Alto Mando Militar y el Estado Mayor de la Policía Boliviana.
“Pasa por la deslealtad de las instituciones hacia nuestro presidente, la Policía, entendemos que tenía sus necesidades, las FFAA, que se supone que tiene que cuidar al mandatario, pidieron la renuncia, eso me desconcertó. Se reunían todos los días a las cinco de la mañana”, dijo Copa al periódico digital Urgente.bo.
El experto Majhold no cree en la tesis del golpe de estado, como lo hicieron el expresidente brasileño Lula da Silva, el designado presidente argentino Alberto Fernández y el líder de la oposición británica Jeremy Corbyn. “La acusación de golpe de Estado siempre es utilizada por la izquierda o la derecha a conveniencia”, subraya.
Entonces, ¿qué es lo que ocurrió? El único caudillo del proyecto político fue aislado por funcionarios y autoridades que le aseguraron de que no había nada que temer.
“Los que nunca hemos salido a la palestra política siempre hemos estado en contacto con nuestras bases, hubo autoridades, tal vez por la agenda, no tenían la posibilidad de recibirnos. “No sé decir, (quizás hemos pecado de) confiados, descuidados, adormecidos en el ámbito político desde las bases. Tener estabilidad económica y social nos ha hecho pensar que esto no iba a pasar”, reflexiona la senadora Eva Copa.
Quizás por esa razón, la noche del 20 de octubre, Morales se dirigió al Palacio de Gobierno para proclamarse ganador de las elecciones, cuando el país entero se preguntaba por las razones que llevaron al Tribunal Supremo Electoral detener la difusión de los resultados preliminares de los comicios. La última crisis para el gobierno del MAS estaba por estallar, y Evo había optado por declararse vencedor y llamar perdedor a Carlos Mesa, el candidato de Comunidad Ciudadana.
Morales no había aprendido la lección del 21 de febrero de 2016, cuando en el referendo la mayoría simple le dijo que no podía postularse de nuevo a las elecciones y emprendió la batalla final con un resultado ya impredecible desde la misma noche del 20 de octubre. Como Maihold dice, con la ayuda del Tribunal Supremo Electoral, había caído de la “ilusión de omnipotencia”.
Esa ilusión le llevó a decir el 24 de octubre desde la ciudad de Cochabamba que estaba dispuesto a enseñar a bloquear a las mujeres y jóvenes que se movilizaron en diferentes ciudades, en contra del manejo de las elecciones y agotados por la forma de la administración del poder. Mientras la ola de protestas de grupos ciudadanos, muchos de ellos sin un liderazgo claro, se extendían por diferentes ciudades, Morales optó por restarles crédito e importancia.
“Me sorprendí, ahora dos, tres personas amarrando ´pititas´, poniendo ´llantitas´, qué paro es ese (...) soy capaz de dar talleres, seminario de cómo se hacen las marcha, a ellos para que aprendan”, les dijo.
Sin embargo, el conflicto no se decantó por el camino que propuso el exministro de la Presidencia, Juan Ramón Quintana, quien aseguró, en plena convulsión, que Bolivia sería una Vietnam moderna. No fue como el líder de la COB anunció cuando mineros del interior del país llegaron a La Paz para atemorizar con estallidos de dinamita.
“Queda claro que ni estos tíos, ni los fascistas de izquierda, ni los pseudo izquierdistas argentinos, leyeron la revolución de las pititas, es decir, no supieron fumar bajo el agua, algo que en política, es fatal”, escribió Cayo Salinas en una columna de Los Tiempos.
Así, el 2019 concluye con un proceso político que fue frenado abruptamente. Desde Argentina, Morales aún sostiene que fue víctima de un golpe de estado. Mientras tanto, el MAS tiene el desafío de reestructurarse, cuando el sistema político da pasos en un sentido diferente, con un nuevo Órgano Electoral Plurinacional para otras elecciones, con la promesa de que serán transparentes y confiables.
La nota fue publicada en el Anuario 2019 de la Revista Oxígeno