A diferencia del cansancio, todavía resta algo de energía para seguir adelante. De alguna manera, queda un resabio de ánimo para seguir empujando las labores diarias. Hay un resabio de batería que, si bien nos alerta de la escasez de energía, todavía funcionamos, con la seguridad de una pronta recarga. Pero con la fatiga no. Todos los barcos se quemaron. No queda ningún saldo. Se han agotado todas las energías que permiten reaccionar, estar mínimamente alertas o mantener una tarea. Con la fatiga llega el desfallecimiento. La derrota.
Y si se piensa que, con un descanso, aunque sea mínimo, se podría revertir la fatiga, sólo se está exacerbando la ilusión. Una falsa promesa. La fatiga es fulminante, crónica, severa y es una consecuencia al esfuerzo físico y psicológico desmedido, por intentar salir de un embrollo.
Con la fatiga llega la frustración. La ansiedad, la depresión. El desgreño de la pandemia y la reclusión obligada en nuestros hogares nos ahogaron en una incertidumbre descomunal. Nuestros negocios quebraron. Perdimos empleo, sustento, estabilidad. Vemos a familias en las esquinas estirando la mano. Vemos a tíos, abuelos, padres, madres, amigos cercanos muriendo por Covid-19.
Las universidades cerraron, las clases se virtualizaron, nos virtualizamos y, de a poco, fuimos fatigándonos como estudiantes, como trabajadores, como personas, como familias, como sociedad.
Nadie, en su sano juicio, estuvo o está preparado para una pandemia y sus gravísimas consecuencias sociales, políticas y económicas. El varapalo fue parejo y duro. Nos cayó a todos por igual.
La propia OMS advirtió a los gobiernos del riesgo de mantener políticas rígidas frente a la pandemia, ya que el riesgo a minar la capacidad de resiliencia de las sociedades es evidente, ya que no hay sistema social alguno que pueda soportar sistemas de presión tan largos, continuados y, por supuesto, además, con consecuencias trágicas.
Cabe preguntarse, entonces, si, además, nuestra democracia está fatigada. Y no por la crisis sanitaria, sino por una larga e histórica pelea entre políticos – casi en su totalidad -, ignorantes, patanes y holgazanes. Cabe preguntarse, entonces, si además, nuestros valores democráticos están fatigados, frente a las constantes amenazas de bloqueos camineros, marchas pagadas, frente al burdo chantaje de sindicalistas, de cocaleros ensimismados y cuyo aporte a la sociedad y a la economía es absolutamente cero. Cabe preguntarse, finalmente, si, además, estamos entregados como sociedad a una especie de destino domeñado por unos políticos agavillados.
Los expertos ya hablan de un presente “envejecido, frío y cansado”, que abrió las condiciones para los “fundamentalismos de derecha e izquierdas”. Los extremos son cada vez más extremos y los ciudadanos se ven en figurillas para encontrar puntos medios de concertación y diálogo.
Se vienen meses de acusaciones, de guerras electoralistas. De pedófilos cínicos. De encubridores al pedófilo más cínicos, aún. De postureos. De egoísmos. De carencias. Se vienen tiempos ya fatigados. De un hastío social descomunal. De un grito atragantado y de impotencia frente a tanto abuso de la democracia. Lo único claro es que todos y cada uno de los actores políticos se cicaron en todos nosotros como bolivianos.
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