La Paz, 01 de junio (Infobae).- Publicado en 1989 y tres años más tarde expandido en un popular libro, el ensayo ¿El fin de la historia? convirtió de la noche a la mañana al politólogo norteamericano de origen japonés Francis Fukuyama en un influyente pensador de la política mundial. Su tesis, que se adelantó a la caída del Muro de Berlín por varios meses, postulaba que las democracias liberales habían triunfado sobre el comunismo y decretaba el final de las luchas ideológicas.
Sus conclusiones fueron abrazadas por neoliberales y defensores de la eficiencia gubernamental en todo el mundo, pero el propio Fukuyama se dedicó en los años siguientes a, si no precisamente volver sobre sus dichos, matizarlos y adaptarlos a la coyuntura de cada momento. Quien inicialmente había sido percibido como el ideólogo del triunfalismo reaganiano, terminaría siendo uno de los críticos más duros de George W. Bush y el intervencionismo estadounidense, especializándose en América Latina desde el think tank Diálogo Norteamericano, que lo tiene como uno de sus directores.
Esta semana, Fukuyama, profesor de la prestigiosa Universidad de Stanford, estuvo en Buenos Aires para participar junto al ministro de Justicia, Germán Garavano, y la titular de la Oficina Anticorrupción, Laura Alonso, entre otros funcionarios e invitados internacionales, en un seminario sobre la lucha contra la corrupción en las sociedades democráticas, uno de los temas sobre los que más ha escrito en los últimos años. A continuación, la entrevista que mantuvo con Infobae tras el encuentro.
—Usted escribió que la lucha contra la corrupción es el tema definitivo del siglo XXI, a diferencia del siglo XX, en donde primaron las luchas ideológicas. ¿Podría elaborar sobre eso?
—Bueno, esto es particularmente cierto en América Latina, por ejemplo. Hace 30 años la pelea era por la democracia, había regímenes militares gobernando varios países, y llevó años para la restauración de la democracia. Creo que la mayoría del continente, exceptuando Venezuela y Cuba, claro, tiene democracias consolidadas y la pelea ha pasado a ser quién y cómo va a mejorar la calidad de los gobiernos democráticos, quién va a poder darle a los ciudadanos el mejor nivel de vida posible y va a luchar contra la corrupción. Estos son temas cada vez más importantes en América Latina, que en muchos casos han decidido elecciones.
—Identifica a la corrupción como un fenómeno reciente.
—Así es. Antes de la era moderna, cuando existían los reyes y las reinas, los poderosos eran dueños de los territorios que gobernaban, y podían explotarlos de la manera que ellos querían. Podían disponer de casi todo, de hecho. Por suerte esto ya no es así en la mayor parte del mundo y quienes gobiernan solo administran la cosa pública, y la corrupción ocurre cuando se viola ese límite entre lo público y lo privado.
—¿Qué reflexión le merece el declive de los gobiernos populistas en América Latina?
—Sí, en efecto el populismo está retrocediendo en muchos países de la región, están los resultados de las últimas elecciones en este país, que creo que fueron muy positivos para la Argentina, el triunfo de la oposición en la Asamblea General de Venezuela, la crisis política en Brasil, el hecho de que tanto Evo Morales como Rafael Correa terminarán pronto sus mandatos... ¿Por qué creo que este populismo está llegando a su fin? Porque no le fue bien, así de simple, no hizo las cosas bien. El caso más trágico de este fracaso es Venezuela, es difícil imaginar un gobierno más criminal o incompetente que el de Maduro.
—¿Piensa que es algo cíclico o el populismo está acabado?
—No, nunca se puede decir que algo es para siempre. Además, creo que la raíz del populismo es que América Latina no resolvió el problema de la desigualdad. El populismo no es la causa de la desigualdad, aunque hizo poco para solucionar el tema, es un síntoma de ella. Así que mientras siga siendo un tema irresuelto, el populismo podrá existir.
—Irónicamente, mientras el fenómeno retrocede en América Latina, populistas como Podemos en España, desde la izquierda, o Donald Trump en Estados Unidos desde la derecha se han convertido en huracanes electorales. ¿Cómo se explica esto?
—Bueno, son situaciones diferentes dependiendo de cada país, pero un elemento que todos tienen en común es el apoyo de la clase media baja y la clase obrera, que no se ha beneficiado de la globalización como las personas más educadas sí lo han hecho, y eso ha resultado en una visión nacionalista, en soluciones populistas como decir que van a proteger sus trabajos de la competencia extranjera, de los inmigrantes. Esto se ve claramente en el caso de Donald Trump.
—Quería preguntarle justamente sobre las próximas elecciones en su país. En el pasado usted apoyó a Obama y anunció que votaría por él, ¿quién es su candidato este año?
—Obv
amente voy a votar por Hillary Clinton, Donald Trump es el candidato más absurdo e incompetente que se pueda imaginar.—¿Le sorprende que alguien como Donald Trump pueda ser el candidato presidencial del partido de Lincoln o le parece lógico dado el corrimiento cada vez más a la derecha del Partido Republicano?
—No, creo que todos en los Estados Unidos estamos sorprendidos que Donald Trump sea el candidato republicano. Nadie pensó que algo así podría suceder, incluso después de que anunciara su candidatura hace algunos meses no parecía algo factible.
—¿Cuál es su opinión del otro candidato demócrata, Bernie Sanders?
—Bernie Sanders me parece alguien sincero, pero su plataforma socialista creo es vieja y se ha probado en otras partes del mundo que esas ideas no funcionan. Hillary es la única a la que podría apoyar.
— En su libro Falling Behind: Explaining the Development Gap between the United States and Latin America, usted escribe sobre el retraso de nuestra región en comparación con el éxito económico de su país. ¿Cómo se explica esta "brecha de desarrollo"?
—Esa es una pregunta difícil de responder brevemente, porque son varios los motivos, pero al final de cuentas tiene que ver con sus gobiernos, con la calidad de sus instituciones y América Latina ha tenido muchas dificultades para consolidar sus instituciones, o en ejecutar políticas económicas que beneficien a su gente y se sostengan en el tiempo, una dificultad por cierto que ha tenido Argentina en su historia reciente. Por mencionarte un ejemplo, la habilidad de crear un Estado moderno, que sea impersonal pero eficiente, es la gran ventaja que el este asiático ha tenido con respecto de los países en vías de desarrollo. Por eso existen un número de casos exitosos como Corea del Sur, Japón, Taiwán, y ahora China.
—Usted dice que lo que pase en los próximos años en China y Rusia, con sus clases medias consolidadas y más educadas, va a ser un test para su tesis sobre la inevitabilidad de las democracias liberales.
—En realidad creo que China sí va a hacer un test, Rusia no, ya que no es una sociedad que esté en camino de una modernización económica. China es un país mucho más serio, son mucho más sofisticados económicamente y con instituciones más robustas.
—¿Cuál en su opinión el país modelo que debería imitarse?
—Bueno, sería una democracia liberal obviamente, pero sería un país diferente según el momento de la historia. En la actualidad, diría que en los últimos 15 o 20 años, Alemania ha hecho las cosas muy bien, ha alcanzando un gran nivel de consenso de políticas de alto nivel, gracias a una combinación entre la fortaleza de sus instituciones y la calidad de sus dirigentes políticos.
—Por último, su tesis sobre el fin de la historia fue la narrativa elegida para analizar el mundo tras el fin de la Guerra Fría. ¿Cuál es la narrativa que explica el 2016?
—No estoy seguro de que haya una sola narrativa, hemos estado inmersos en algo que mi colega Larry Diamond ha llamado "una recesión democrática", con el ascenso de Estados autoritarios como Rusia y China, y democracias que no han funcionado como debían hacerlo, pero no me parece que esa sea una narrativa que pueda perdurar, los cambios se suceden mucho más rápido y el mundo puede cambiar en un minuto.
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