Las redes sociales pueden ser, según la óptica que se las mire, la expresión de todos los males y un verdadero peligro para la sociedad o un verdadero motor de cambio y el catalizador más importante para lograr una sociedad más humana, democrática y libre de autoritarismos.
El debate sobre el buen o mal uso de las redes sociales está más vivo que nunca. Este mes el tema ha sido abordado desde varios ángulos. Tal vez lo más llamativo ha sido la decisión del FBI de inculpar a 13 ciudadanos rusos y tres empresas por haber intervenido en los procesos políticos de Estados Unidos y favorecer la elección de Donald Trump. Poco antes, en nuestro país, el presidente Evo Morales llamó a sus seguidores a prepararse para lo que él llama la “guerra digital” y pidió a sus bases prepararse para contrarrestar “las mentiras de la derecha” que se difunden en estas plataformas, generando polémica y rechazo en varios sectores de la sociedad civil boliviana que insiste en que se respeten los resultados del referendo de 2016.
Mientras tanto, los estudiantes afectados por la reciente masacre en una escuela secundaria en Parkland Florida, iniciaron una campaña en redes sociales que ha puesto en jaque a la poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA) o al menos está obligando a los políticos del Congreso de Estados Unidos a repensar sus posiciones en este tema. La campaña ha tenido una fuerte capacidad de movilización, a pesar de no estar libre de manipulaciones, campañas de desinformación y deslegitimación iniciadas por grupos de ultra derecha, hackers rusos y otros.
Estos son solo algunos ejemplos, lo cierto es que como bien señala la periodista Natasha Lomas en la publicación especializada TechCrunch, las redes sociales están ante un desafío existencial. No podemos olvidar que estas plataformas son espacios públicos, pero no cualquier espacio público, ya que es omnipresente, sin fronteras y con una capacidad y velocidad de transmisión que supera todo lo que hasta ahora hemos conocido.
La publicación británica The Economist también se refirió a este desafío en noviembre pasado señalando que, al tiempo de reconocer los beneficios que trajeron las redes sociales, hoy en día las sociedades democráticas están en problemas por la manipulación y campañas de desinformación que hacen regímenes autoritarios dentro y fuera de sus fronteras o grupos de presión que defienden intereses particulares. El Economist refuerza esta visión al citar al filósofo alemán Jürgen Habermas, quien hace algunos años sugirió que si bien la gran conectividad de las redes sociales tienen la capacidad de desestabilizar regímenes autoritarios, también pueden erosionar la esfera pública de las sociedades democráticas.
El problema del algoritmo
Una gran parte del problema radica en las propias empresas que manejan estas plataformas. Facebook, Twitter, Google (que además de ser un buscador, tiene un tremendo impacto social con YouTube o incluso Google+) son verdaderos monstruos tecnológicos que han priorizado un modelo de negocios basado en la maximización de interacciones, lo que significa incentivar a sus miles de millones de usuarios a dar “me gusta”, compartir y publicar cualquier cosa que los atraiga. A pesar de todas las correcciones a sus algoritmos y sistemas automáticos, no han podido resolver el problema de la manipulación y desinformación.
En este debate, Natasha Lomas, señala correctamente que los gigantes tecnológicos no tienen interés en ser regulados y para evitarlo se han mostrado poco colaboradores e incluso han tratado de minimizar el problema reduciéndolo a un simple tema de propaganda política.
Por otra parte, los gobiernos o autoridades se han mostrado poco efectivos a la hora de regular, buscando más bien apelar a la inteligencia y buena voluntad de estas empresas para encontrar soluciones.
Sin embargo, John Naughton, experto en tecnología de la “Open University” del Reino Unido, señala en la publicación “The Guardian” que esa posición es ingenua ya que su interés radica en maximizar un modelo de negocios y cualquier regulación puede afectar ese modelo. Son las autoridades las que deben tomar la iniciativa y poner los límites como sucedió con otras industrias en el pasado que tiene impacto en la esfera pública.
Lomas, en su artículo en TechCrunch, va más allá y afirma que los algoritmos de Facebook, Twitter, etc, de alguna manera favorecen la diseminación de las llamadas “fake news” o campañas desinformativas, por sobre información verdadera y bien verificada. Asimismo, se niegan a contratar personal humano (llámese periodistas, comunicadores, etc) que ayude a verificar la información ya que eso simplemente sería admitir que son más que plataformas tecnológicas y en realidad se han convertido en medios y por lo tanto proclives a ser regulados.
Es cierto que las redes sociales se han convertido en un verdadero “Far West” donde se da todo tipo de manipulaciones y campañas de desinformación no sólo en el campo político, sino también en social y de seguridad, como señala un reciente informe en el que se advierte que las plataformas sociales están fallando en la misión de proteger a los jóvenes de problemas como el ciberacoso. Sin embargo, también es verdad que estas plataformas son vitales para permitir la resistencia contra regímenes autoritarios o promover cambios positivos para la sociedad, basta recordar la actual campaña de estudiantes en Estados Unidos para restringir o eliminar el uso de armas, o la campaña #metoo que ha puesto en evidencia los problemas de machismo y una cultura de impunidad ante la violencia de todo tipo contra las mujeres.
En lo personal, estoy convencido que como cualquier empresa que tiene tan fuerte impacto en la sociedad, las redes sociales deben ser vistas como proveedores de contenido y por lo tanto proclives a una regulación que las obligue a ser responsables, pero no eliminar o destruir su esencia que es la conexión entre seres humanos y la promoción de un diálogo abierto que favorezca una sociedad mejor.
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