A mediados del siglo XIX, en Europa y Norteamérica, en las industrias, los obreros debían trabajar doce y hasta catorce horas diarias, durante seis días a la semana, en faenas pesadas y en un ambiente insalubre o tóxico. Los inmigrantes crearon las primeras organizaciones de obreros agrupándose por nacionalidades, buscando apoyo y solidaridad de los que hablaban la misma lengua, constituyendo luego gremios por oficios (carpinteros, peleteros, costureras), y orientando su acción por las vías del mutualismo.
Los obreros propiamente norteamericanos se limitaban a buscar consuelo para sus sufrimientos terrenales en las sectas religiosas. Los inmigrantes ingleses pobres diseminaron inquietudes sociales entre sus hermanos de clase.
La primera huelga brotó, 60 años antes de los sucesos de Chicago, entre los carpinteros de Filadelfia, en 1827, y pronto la agitación se extendió a otros grupos. Los obreros gráficos, los vidrieros y los albañiles empezaron a demandar la jornada se reduzca.
En 1832, los trabajadores de Boston dieron un paso adelante en sus demandas y se lanzaron a la huelga por la jornada de diez horas. El resultado de estas luchas, que marcan el nacimiento del sindicalismo en EEUU, influyó primero en el Gobierno Federal antes que en los patrones, que expoliaban a sus trabajadores. En 1840, el Presidente Martín van Buren reconoció legalmente la jornada de 10 horas para los empleados del Gobierno y para los obreros de construcciones navales.
Desde el otro lado del mar llegaban noticias alentadoras. Cediendo a la presión sindical, el Gobierno inglés promulgó una ley (1844) que redujo a 7 horas diarias el trabajo de los niños menores de 13 años, y limitó a 12 horas el de las mujeres. En ese ambiente se reunió el primer Congreso Sindical Nacional de los Estados Unidos, el 12 de octubre de 1845, en Nueva York, que se fijó como tarea de acción inmediata la demanda del reconocimiento legal de la jornada de 10 horas y se convocó a mítines obreros en las principales ciudades por esta exigencia.
La agitación cobró nuevos impulsos al divulgarse, en 1848, la noticia de que los obreros de una sociedad colonizadora en Nueva Zelanda obtuvieron la jornada de 8 horas. Sin embargo, no se estructuró un movimiento que respaldara esta aspiración. Fue sólo a comienzos de 1866, una vez terminada la guerra de secesión, que renació la lucha por acortar la jornada de labor.
En agosto de 1866, la Asamblea Nacional de Trabajo, celebrada en Baltimore con representantes de 70 organizaciones sindicales, entre ellas 12 uniones nacionales, proclamó: “La primera y gran necesidad del presente, para liberar al trabajador de este país de la esclavitud capitalista, es la promulgación de una ley por la cual la jornada de trabajo deba componerse de ocho horas. Estamos decididos a todo hasta obtener este resultado”. Los esfuerzos de la clase obrera lograron modificar la actitud del Gobierno, el Presidente de Estados Unidos Andrew Johnson, en 1868 dictó la Ley Ingersoll, que establecía la jornada de 8 horas para los empleados de las oficinas federales y para quienes trabajaban en obras públicas.
La jornada de 8 horas pasaba así a ser obligación “legal” en EEUU para las obras públicas, así como lo era ya para los trabajos privados en Australia. Los obreros, entre tanto, seguían sometidos 11 y 12 horas diarias.
En septiembre de 1871 hubo una gran manifestación pública por la jornada de 8 horas en Nueva York, a la que asistieron más de 20.000 trabajadores.
En 1873, las cosas empeoraron para los trabajadores. La crisis que se veía venir llegó finalmente, arrojando a la cesantía a centenares de miles de obreros. Las fábricas cerraban sus puertas y los cesantes vagaban como lobos por las calles. El invierno de 1872-73 dejó un horrible saldo de muertos de hambre y frío, como no se tenía memoria en EEUU. Sólo en Nueva York había 200.000 cesantes.
“Los Caballeros del Trabajo”, en un programa hecho público en 1874, declaraban que se esforzarían por obtener las 8 horas, “negándose a trabajar jornadas más largas, incluso a través de una huelga general”. En una larga lista de reivindicaciones, proclamaban su propósito de “obtener la reducción gradual de la jornada de trabajo a 8 horas por día, a fin de gozar en alguna medida de los beneficios de la adopción de máquinas en reemplazo de la mano de obra”.
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