La Paz, 24 de junio (Urgentebo).- El sacerdote José María Nehuenhofer lleva 25 años en Bolivia, pero cada día recuerda su país natal, Alemania. Allí, el niño José María creció en plena Segunda Guerra Mundial, pasó penurias, pero siempre sintió el afecto, protección y amor de sus padres. Como no recordar que la influencia de su familia le llevó a inclinarse por la formación sacerdotal. Y, como no recordarlo, si él, en el umbral de sus 80 años, sabe que sus connacionales le apoyan a sostener Arco Iris, la obra social que impulsa desde hace 23 años.
“Yo soy hijo de la Segunda Guerra Mundial. Creí con hambre. Mi padre era jardinero y cultivaba flores. En la guerra y después de la guerra, nadie quería comprar flores. Lo poco que se tenía era pan del día. Crecimos pobres, pero con gran felicidad con papá, mamá y mis hermanos. Ellos fueron y son mi fundamento”. Esas fueron sus raíces que le llevan a sostener que en este mundo, “que tiene mucha maldad”, es suficiente con lograr que un niño sonría, incluso en los momentos más duros.
El Padre José vuelve a su patria cada año. Seguramente visita a su familia, pero su prioridad es hacer una gira, lo más extensa posible, para mantener la obra que beneficia a 6.200 personas, la mayoría de ellos niños, niñas y adolescentes en situación vulnerable. Ellos son parte de Arco Iris, una obra enorme que se agiganta aún más cuando es vista desde dentro, cuando se escuchan testimonios de sus beneficiarios, y cuyo futuro se hace incierto por falta de recursos.
Tras haber trabajado en iglesias alemanas por 24 años, José llegó a Bolivia el año 1992, con la idea de compartir su vida. En La Paz pudo elegir entre cinco opciones y se hizo cargo de la parroquia del Divino Niño Jesús, en Alto Obrajes, que hasta entonces no tenía un sacerdote encargado. Estaba muy contento, su jurisdicción tenía una población de unas 90 mil personas. “Esa comunidad fue mi primer amor, era mi alegría trabajar con ese gente, yo quise compartir mi vida con ellos”. Sin embargo, dos años después, cuando ya tenía 56 años, su vida dio un giro inesperado. No volvió a nacer, pero casi. Sin entusiasmo y con obediencia, se hizo cargo de la tarea de trabajar a favor de los niños y niñas de la calle en La Paz y El Alto. “Al Arzobispo le dije primeramente que no, que no dominaba el idioma. Ya tenía 56 años y pensaba que para los changos de la calle, tiene que haber un sacerdote con 25 años.”.
Han pasado 23 años desde que aceptó aquella orden con resignación. Pero las niñas y niños le cambiaron la vida. Son su razón de ser. “Hoy puedo decir que no puedo vivir sin los niños abandonados, abusados, nacidos en pobreza, crecidos sin amor, a quienes les robaron su niñez. Muchos de ellos se sienten así, sin valor ni futuro”. El sacerdote vuelve a pensar en los valores que recibió en su patria y se lamenta al borde de la lágrima por las agresiones que reciben las niñas en el país, en La Paz.
“Muchos niños no tienen el deseo de vivir, en especial muchas niñas, que viven acomplejadas, bajoneadas. Cuando hablo con muchas de ellas, ellas bajan la mirada. Les digo que hablemos de frente, dicen que sí pero al instante bajan la mirada”. Ese es el drama de muchas pequeñas o jovencitas que son víctimas de abusos sexuales, agresiones físicas y ataques psicológicos. Tanto sufren que el único camino que tienen es salir de casa y, ojalá, caer en un albergue. Mejor aún si es Arco Iris.
El Hogar de Niñas Obrajes fue su primera tarea. Luego para conocer la dimensión de su misión, el director de la Fundación Arco Iris conversó con los niños, se sentaba con ellos y hasta pasaba la noche donde ellos dormían, algunos de ellos en el Cementerio.
Con el establecimiento de la Fundación ‘Arco Iris’, Padre José logró levantar ocho instituciones dedicados a la protección y educación de los niños: Casa Esperanza, para niños cuyos padres están en la cárcel, Hogar de Niñas Obrajes, para niñas de hasta 18 años, Casa Refugio, Casa de Paso, para niños y adolescentes que trabajan en las calles, guarderías de apoyo escolar, talleres de capacitación en panadería, carpintería, artesanía, el Centro Betania, de educación, y el Hospital Arco Iris.
“En la Fundación Arco Iris tenemos a muchos niños que salieron con profesión, o que ahora trabajan en la fundación Arco Iris o hay empresas que me permiten la incorporación de chicas y chicos. Eso es lindo”, dice padre José.
Y esa obra que recibió con resignación es la razón de su vida, de sus obsesiones y sus sueños. Arco Iris tiene 189 empleados a las que se debe pagar el sueldo cada mes. Y tiene 6.200 beneficiarios. Neuenhofer está preocupado por el futuro de estas personas y sabe que el camino es que los bolivianos se apropien de la obra que fue prácticamente financiada desde Alemania. Por eso, esperan de todos nosotros, de ahora en adelante. El primer paso es Solidatón. “Queremos sensibilizar al pueblo paceño y boliviano. Los 6200 pibes son bolivianos, no son gringos, son de nuestro país tenemos una responsabilidad común para ayudarles”. Que así sea.