La pandemia nos devolvió muchas costumbres que habíamos archivado, una de ellas era caminar grandes trechos atravesando el centro de la ciudad. Las noches de noviembre son frescas y agradables para tal ejercicio y la poca afluencia de personas circulando nos permiten sentir a la ciudad desde otra perspectiva, observar sus calles detenidamente y toda la arquitectura que devela la ocupación de estos espacios por la clase hegemónica de principios del siglo pasado, o la torrencial irrupción del cholaje y las migraciones indígenas dispuestas a copar los lugares menos apreciados, establecerse, asentar su cultura y construir una hegemonía contestataria en permanente pulsión con una casta, cada vez más alejada de la realidad y asombrada por la ”aparición” de una sociedad que -según su visión- estaba oculta entre las sombras de la historia.
Los seres humanos somos frágiles animalitos que nos adaptamos a las circunstancias impelidos por el temor y la desconfianza, hemos erigido ciudades como fortalezas y tomamos mucha atención sobre todo a las puertas y ventanas, ambas reforzadas con armazones metálicos, mirillas para ver quien toca el timbre; como si fueran posibles delincuentes los que nos llaman del exterior. Desconfiamos de lo desconocido porque no lo comprendemos, el temor nos ciega.
Así, una noche emprendimos una larga caminata desde la Plaza España, donde mora en una estatua la figura de Cervantes, hasta la otra ladera de la ciudad.
Sopocachi, otrora barrio residencial, ahora es un hervidero de negocios incrustados en bellas edificaciones que develan el gusto decimonónico de las clases latifundistas y mineras, compelidos a parecerse a Paris o Londres para simular ser otros.
Se percibe que este barrio fue atendido afanosamente por los sucesivos alcaldes de la ciudad, todavía luce-felizmente- calles adoquinadas, aceras de piedra de Comanche, abundante vegetación y señalización nueva que rememora a los patricios paceños que fueron protagonistas de la Guerra Federal y promovieron el traslado de la sede de gobierno a La Paz.
Hicimos el recorrido hasta la calle Segundo Crucero, que rememora la batalla del 10 de abril,1889, entre las tropas de Zarate WiIllca y José Manuel Pando contra el ejército conservador de Fernández Alonso. Momento de reconfiguración de las castas criollas que consolidó una larga noche de dominio liberal y su fortalecimiento y sedimentaron su imaginario hasta este siglo.
A medida que llegamos a las principales calles de Sopocachi, recordamos como la nostalgia por su viejo barrio de las tradicionales familias paceñas se manifiesta al culpar a los “cholos ricos” de su forzado desplazamiento al vender su casa o alquilarla y bajarse a la zona sur para vivir entre “gente decente” o emigrar a Tarija o Santa Cruz, según su cacofónico reclamo.
Al recorrer El Prado, antes la Alameda, llamado así en imitación a los grandes paseos madrileños, todavía se alzan bellas edificaciones que están más allá de los fracturas étnicas y sociales que develan un Estado asimétrico y que ahora tiene su respuesta con las edificaciones de la llamada arquitectura neoandina que ya se exporta y llama la atención, pese a los comentarios peyorativos de algunos académicos apolillados.
A modo de campaña política municipal, casi sin excepción, todos los burgomaestres pulen y afinan este paseo tradicional como a la niña de sus ojos, por supuesto para que todas la vean y piensen que toda la ciudad es así. Al llegar al centro de poder y muy cerca de la plaza Murillo están las calles angostas, diseñadas durante la colonia y que estaban pensadas para el tránsito de acémilas y carromatos. Estas, durante el día, son verdaderos infiernos por el desorden y el caos, precisamente, frente al Departamento de Tránsito. A altas horas de la noche se percibe como la vieja ciudad murió en manos de la codicia por los espacios abigarrados, traducidos en intrincados edificios aprovechados al milímetro.
La Paz-Chukiyawu marca es una ciudad de constantes pulsiones entre dos modos de imaginarse la ciudad, traducido en un combate silencioso por ocupar sus pliegues y espacios que todavía están en disputa con mafias organizadas coludidas con autoridades. Se supone que todos somos iguales ante la ley, por lo tanto el mejoramiento de los barrios de la ciudad deben tener los mismos derechos de atención.
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