La historia de los pueblos cuyas democracias son incipientes y débiles se mueve de una manera particular, y esta manera es una secuela directa de la misma naturaleza embrionaria de esta democracia bastarda y rudimentaria. Este fenómeno social y político se puede ver hoy en su mayor esplendor en algunos de los Estados latinoamericanos, que son los más atrasados en este sentido. Y es que un conservadurismo odioso de izquierdas y derechas hace que los cambios de gobiernos sean en realidad cambios de paradigmas o de modelos. En síntesis, la renovación de cuadros en el poder no se expresa en la alternancia saludable de personas ni en la evolución auténtica de ideas, sino más bien en la sucesión espasmódica e incontrolable de grandes aposentos políticos a grandes intervalos (en Bolivia son de quince años, más o menos), que no son otra cosa que paradigmas de partidos o generaciones que deben ser impuestos a ultranza a fuer de garantizar una continuidad que en realidad es asaz nociva.
¿Existe, pues, una verdadera vanguardia política en estos países, entendiendo el término vanguardia no como una demagogia socialista (digresión: dice el teólogo Leonardo Boff que “los movimientos de izquierda son, por lo general, dogmáticos e impopulares, aunque ellos se consideren a sí mismos como la vanguardia del pueblo. Descuidan el análisis de la situación del pueblo y de su nivel de concienciación. Para ellos, Marx, Lenin y Trotsky ya lo han dicho todo. Se dirigen al pueblo con la actitud de que todo lo sabe y solo están atentos a alinear grupos populares. ¡No liberan porque ellos mismos no son libres!”), sino como una voz verdaderamente libertadora de toda forma de opresión y respetuosa del albedrío humano, como la que se alzó cuando la toma de la Bastilla y cual la que exhalaron los ejércitos de Bolívar? Ésta es la verdadera vanguardia, y cuando haya una así en estas tierras, podrá hablarse del auténtico despertar político de Latinoamérica.
Enfoquémonos en el caso nuestro. La historia boliviana es la historia de los modelos de Estado, incluso desde los tiempos de las guerras de la malhadada Confederación Perú-boliviana. En 1880 se inicia un periodo orientado hacia la hegemonía del sur. El conservadurismo no quería dejar el solio y vino la guerra civil… Los liberales gobernaron casi 17 años y tampoco quisieron dejar el poder, y vino el golpe de Estado… La Revolución Nacional se desgastó tanto, que vinieron las dictaduras…
Algo análogo ocurre con la economía, que después de la bonanza se abisma en la lobreguez más tenebrosa de la quiebra. Y la odiada inversión extranjera siempre hace de salvadora y redentora como una medida de shock, cual en la Rusia leninista.
Resumamos lo que dice este artículo de prensa: la historia política de los Estados democráticamente débiles se mueve por ciclos, que siempre levantan un bastión “revolucionario”, y esto hace que no quieran dejar el poder, dado que por definición, cualquier partido que se diga revolucionario querrá reproducirse en el poder más que cualquier otro puñado de politicastros, entendiendo que el ser humano, aunque sea de izquierda, derecha o centro, siempre querrá asirse con fuerza del cetro de mando, pues parecería que la angurria es lo solo democrático, ya que no discrimina a nadie en absoluto. Este tipo de movimiento de la historia es uno de los síntomas que acusan mayor debilidad institucional, y provoca el cáncer de la moral pública. Después de la guerra, los triunfantes barren con todo y comienzan algo nuevo.