Cada vez que debo escribir una nueva Columna, mi principal conflicto radica en definir el tema, porque al haber tantas cosas qué abordar, elegir un tópico es difícil. Pero hoy, viendo lo que pasa en derredor nuestro, debo referirme a ello.
El Brasil de Bolsonaro no levanta cabeza, un país que crece apenas con gran dificultad y con un desempleo creciente. Argentina es un polvorín en potencia con una elección presidencial en ciernes que promete complicar aún más las cosas, porque el nuevo gobierno no contará con el “oxígeno” necesario para sanear sus déficits. Paraguay entró en recesión técnica, por los vaivenes del entorno internacional. Perú está en una crisis institucional y hace poco hasta tuvo dos presidentes al mismo tiempo, recordándonos tiempos que se creían ya superados. Chile -con más de 10 muertos de por medio- acaba de sufrir una convulsión social que hizo retroceder al gobierno en su intención de subir la tarifa del Metro. En Ecuador hubo más de 20 muertos en las protestas que sufrió, y el gobierno tuvo que derogar la subida del precio de los combustibles.
En medio de este panorama, Bolivia por muchos años se caracterizó por ser un país con estabilidad política, económica y social, que supo capear shocks externos -como el del 2009- e internos también, como el amago de alza del precio de la gasolina y el diésel a fines del 2010 que, habiendo sido rechazado por la población en las calles, fue anulado. Desde entonces, cada vez se repite que los combustibles no subirán de precio, convirtiéndose ello en una “camisa de fuerza” para el actual y cualquier gobierno que pueda sucederle. A eso se suma otro “brete” -el tipo de cambio- del cual varios candidatos en la reciente elección dijeron que no lo iban a tocar, porque una devaluación -así sea objetivamente necesaria- resulta muy impopular, por la inflación que acarrea.
La convulsión en la región, que puede afectar directa o indirectamente a la economía boliviana, tiene que ver con varios factores como la pobreza que aflige a la gente, producto del sinceramiento de la economía en momentos en que los gobiernos no disponen de los recursos o las reservas suficientes como en tiempos del auge para dar continuidad a las dádivas y compromisos asumidos durante la época de bonanza.
El pueblo suele perdonar muchas cosas -incluso tolera la corrupción- pero se olvida de sus afectos ideológicos a la hora que le tocan el bolsillo. Ojalá que lo que pasa en derredor nos sirva de lección para que la sangre no llegue al río…
(*) Economista y Magister en Comercio Internacional
Santa Cruz, 23 de octubre de 2019