La Paz, 23 de abril (Mónica Jiménez, Urgentebo.com).- “Vivimos momentos de grave incertidumbre, ante la sorpresiva invasión de las fuerzas chilenas, que a nombre de su gobierno han tomado posesión de este puerto, cometiendo toda clase de atropellos y abusos con los nacionales”, dice un fragmento del periódico El Comercio del 28 de marzo de 1879, que relata la ocupación de tropas chilenas en Antofagasta el 14 de febrero del mismo año.
El artículo, escrito por un corresponsal anónimo, prosigue: “tanto los rotos como los soldados se precipitaban atropellando a las tiendas y almacenes dando cuenta con todo lo que encontraban a su paso, lanzando gritos de triunfo, ebrios de licor y de sangre mataron a cuantos seres hallaron en su desafortunada marcha, sin que los detuvieran, ni los sollozos de los viejos, ni el grito de los niños”.
El historiador y documentalista Pablo Michel afirma que las advertencias de un posible conflicto bélico se habían anunciado desde el 6 de enero, cuando “el buque chileno Blanco Encalada ya se encontraba al frente del puerto de Antofagasta, en aguas territoriales bolivianas”. Sin embargo, cuando Antofagasta fue tomada, “no hay presencia del ejército boliviano, ni un destacamento triste. Fue la imprudencia e irresponsabilidad llevada al extremo de Hilarión Daza (presidente boliviano de la epoca)”, enfatiza el historiador.
Aquel día las familias bolivianas que habitaban Antofagasta, que por entonces solo representaban el 10% de la población (15.000 habitantes), tuvieron que salir huyendo, dejando todo atrás.
Michel refiere que aquellos que lograron huir abordaron más tarde el barco Amazonas, pero muchos se bajaron en Calama y otros puertos en el norte, donde los hombres organizan la defensa del territorio nacional junto con la población del lugar. Este contingente llega a sumar aproximadamente 130 hombres, “pero armados con todo tipo de cosas, sables, fusiles y con una logística pésima”, explica el historiador.
“Ahí se ve la tremenda irresponsabilidad de Daza, porque son civiles bolivianos contra el ejército chileno, no hay un solo militar en la defensa de Calama”, explica el historiador y agrega que el entonces Presidente no hizo caso al llamado de los regimientos acantonados en Potosí que querían socorrer la contienda por temor a un golpe de Estado en La Paz.
Entre los líderes de la defensa se destaca Eduardo Abaroa, minero, comerciante, periodista, director de un pequeño periódico llamado “El Eco de Caracoles”.
“Al principio vez que Abaroa no era parte del grupo de defensa”, afirma Michel y explica que como en toda frontera, la convivencia entre bolivianos y chilenos antes de la invasión era fraternal, por lo que muchos compatriotas decidieron “hacerse a un lado” y no apoyar la contienda contra Chile para conservar así sus tierras y sus vidas. Sin embargo, el historiador boliviano destaca que en Eduardo Abaroa puede advertirse un sentimiento de patriotismo muy fuerte pues, como tantos otros, tuvo la oportunidad de huir de la guerra, pero decidió quedarse, consciente incluso de que esto implicaba perder la vida.
“Él tiene una frase que personalmente a mí me parece mucho más importante y profunda que su famoso carajazo”, enfatiza el historiador. “Esto es Bolivia, yo soy boliviano y aquí me quedo”, dijo Abaroa y se unió a la defensa del Litoral, al mando de 15 rifleros civiles. Se conoce que poco antes, resolvió casarse, por poder conferido a un amigo, con su concubina, “una señora de pollera, llamada Irene Rivero”.
“Se casa para seguramente arreglar el tema de testamento y para legalizar su unión porque él sabía que podía perder la vida. Esto refleja claramente el sentimiento boliviano de la época”, dice Michel.
Empero, el patriotismo de Eduardo Abaroa, muerto a los 41 años, no fue el único acto de lealtad que tuvieron los contendientes bolivianos de la época.
En este sentido, Michel plantea que la historia comete una injusticia contra el ejército boliviano y la “generación del 80” que tuvo que dar retirada en el Alto de Alianza, naciendo la idea colectiva pero errónea de que los bolivianos abandonaron el combate por simple cobardía.
“La Guerra del Pacífico recién, a más de 130 años, está arrojando nueva luz en el aspecto fundamentalmente humano. Antes decían que los bolivianos se escaparon; pero resulta que la historiografía tiene herramientas sensacionales que, mediante la prospección arqueológica y satelital de terreno, han demostrado que los amarillos (Batallón Sucre) que estuvieron con los colorados en el Alto de la Alianza murieron de bruces agarrando la bayoneta en falange, protegiendo la retirada”, afirma Michel.
Justamente en agosto del 2015, luego de 135 años de este episodio, los restos de dos soldados del Batallón Sucre fueron encontrados en territorio peruano, cubiertos por las arenas del desierto junto a un soldado peruano.
Precisamente, el historiador Fernando Cajías afirma que “el batallón Sucre es uno de los que más impresiona, porque eran adolescentes que se enlistaron con 14 o 16 años, los demás batallones les decían las wawas” y agrega que solo sobrevivió el 20% de todo el batallón de “Amarillos”.
“A ellos les tocó resisitir el ataque más duro”, relata.
“Entonces realmente uno ve que la sociedad boliviana en gran parte se sacrificó, se inmoló; murieron defendiendo territorio peruano”, complementa Michel y agrega que pese a la aniquilación del ejército boliviano, en 1880, se puede ver la participación de compatriotas en campañas de guerra posteriores, defendiendo territorio peruano.
Empero, la Guerra del Pacífico y la consecuente pérdida del mar boliviano ha marcado la historia de nuestro país a partir de las dos últimas décadas del siglo XIX y hasta nuestros días.
Es por eso que, afirma Michel, “el nuevo imaginario del hombre boliviano”, reivindica el civismo colectivo cuando cada 23 de marzo, recuerda la pérdida del acceso soberano al Oceáno Pacífio, al mar boliviano.