Su padre la cargaba en los hombros. Cuando debía estar caminando, ella solo gateaba o se arrastraba. Tenía tres años y no caminaba. Al asistir al médico, los padres se enteraron de que la niña sufría las secuelas de la polio. Una parálisis flácida y de instalación aguda que le afectaba una sola pierna y que le producía dificultad para pararse y caminar. Los padres no habían vacunado contra la polio a Rocío.
Rocío nació en 1979, cuando en Bolivia se registraba la última epidemia de polio. Aquel entonces se presentaron 433 casos. Uno de ellos, fue Rocío.
La poliomielitis, o polio, es una enfermedad vírica aguda discapacitante y potencialmente mortal causada por el virus de la poliomielitis o poliovirus. El virus se transmite de persona a persona a través de las heces, agua contaminada por residuos sanitarios o infecciones respiratorias. Su gravedad varía desde una infección asintomática hasta enfermedad febril inespecífica, meningitis aséptica, enfermedad paralítica y muerte. Una vez adquirida, la enfermedad no tiene cura, por lo tanto, lo mejor es prevenirla a través de la vacunación.
Rocío estaba afectada de por vida. “Sí, había las vacunas (contra la polio), pero en ese tiempo los papás y las familias no se hacían vacunar mucho… no sé si sería por (falta) de tiempo o mis papás desinformados no me hicieron vacunar”, recuerda.
Hoy Rocío Mamani Aliaga tiene 43 años. Este 2023 cumplirá 44 años, de los cuales la mayoría no han sido fáciles. “La polio me ha marcado, mucho, bastante”, confiesa. Su voz se quiebra al contar su historia. Un testimonio de vida que ha sido dramático desde la infancia. Quedó huérfana de padre y madre entre los 6 y 7 años. Primero, falleció su madre y luego su padre. Quedó bajo la tutela de parientes directos, pero dada su condición y dificultad de desplazamiento sufría de constantes maltratos físicos. “Me apoyaba con la mano a la rodilla para poder caminar, porque mi pie se soltaba”, relata Rocío.
Tenía nueve años cuando por voluntad propia se cobijó en un hogar de acogida hasta sus 18 años, la mayoría de edad en el país. De allí seguiría sola, por sus propios medios.
El último caso de polio en Bolivia fue notificado en 1986, pero para entonces las secuelas de Rocío eran irreversibles. Fue sometida a operaciones quirúrgicas. “Tengo cuatro operaciones y no mejoré mucho”, dice.
En la adolescencia le pusieron zapatos ortopédicos, pero igual debía usar una muleta de apoyo. “Aun así, no mejoré, entonces mi situación era más complicada, porque andaba casi como un robot, me dificultaba mucho la movilidad, subir a un taxi y hacer otras cosas”, recuerda.
Las dificultades físicas no vinieron solas. Los prejuicios, la discriminación y los estereotipos contra personas con secuelas de polio son una realidad que afecta seriamente la salud mental de las personas que la sufren. Rocío llegó, incluso, a pensar en el suicidio.
Sollozante confiesa que se sentía “discriminada, aislada, sentía que los ojos de todos eran sobre mí. Estuve muy deprimida en esa etapa de mi adolescencia, pensé y decía que quería morirme”.
Relata que era muy difícil por cómo la gente juzga a las personas con secuelas de polio. “La gente te mira, te juzga. Los niños, más que todo, dicen: ¿Por qué camina así?, parece monstruo. O ¿por qué cojea?, gritan. La gente es así, la sociedad es así. Y uno aprende a sobrellevar las cosas. Y estoy aquí. Todavía de pie”.
En la actualidad, aunque a nivel mundial los casos de poliomielitis han disminuido en más de un 99% desde 1988 y en Bolivia no se han detectado casos desde 1986, la reducción drástica de las coberturas de vacunación desde 2020 del esquema regular nacional, donde se administra la vacuna contra la polio, son motivo de alarma y preocupación de las autoridades sanitarias.
Los expertos en inmunización, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y los programas ampliados de inmunización de los países han coincidido que el impacto de la pandemia por COVID-19 y otros factores y barreras no superadas han hecho que las coberturas de vacunación contra enfermedades prevenibles por vacuna retrocedan tres décadas en prácticamente todos los países de la región. Bolivia, no es la excepción.
Rocío es madre de dos hijos y abuela de una nieta. Y tras más de 40 años de sufrir todos los impactos negativos de las secuelas que deja la poliomielitis deja un mensaje claro y contundente para padres, madres y tutores: “Hagan vacunar a sus hijos, desde bebés. Que no pasen lo que pasé yo: el aislamiento, las miradas. Tuve que estar en psicólogos para mejorar mi autoestima. Entonces, esto te marca y mucho. No tiene cura”.
A pesar de todo, la boliviana Rocío Mamani Aliaga se siente privilegiada y sobreviviente. Otras personas, en su misma condición, quedaron paralíticas o fallecieron.
Hoy su nieta tiene todas las vacunas. Tiene la vacuna de la polio. La vacuna de la polio se debe administrar a los infantes a los 2, 4 y 6 meses de edad, la cuarta dosis al año y medio de vida y la quinta dosis cuando se cumple los cuatro años.
Mientras en Bolivia exista un porcentaje alto de menores no vacunados, el riesgo de reaparición de la polio es muy alta. La única inmunidad que existe es por vacunación con una serie completa de tres dosis y los dos refuerzos de vacuna oral contra polio. Que la historia de Rocío no se repita nunca más en Bolivia.
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