Marzo 28, 2024 [G]:

Tierra de huracanes y tormentas perfectas


Miércoles 21 de Julio de 2021, 8:15am






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Cuba, tierra de huracanes, estos días estuvo en el centro de muchas noticias tras la explosión de protestas populares que desconcertaran a ajenos y a propios: El 11 de julio, el cansancio por los continuados “alambrones” — más que “apagones”— en la ciudad de San Antonio de los Baños —sede de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano— lanzó a sus habitantes en una inusual protesta que, chispa vía redes sociales, se extendió a la capital y diferentes provincias —muchas se dice, aun el controlado silencio mediático—, uniendo los más disímiles reclamos latentes y convirtiendo el país — y las noticias— en un guirigay.

Aunque no era la primera gran protesta en el país —el Maleconazo de 1994 lo antecedió—, sí pasmó el Poder en un inicio. Para quien lo recuerde o lo googlee, el Maleconazo fue en pleno periodo especial en tiempos de paz —la grave crisis económica tras colapsar el bloque soviético, que José Carlos Cueto (BBC) describió: “La economía cubana se desangra. Escasean la comida y las medicinas. Los apagones son constantes. Muchos se hartan”—: miles de cubanos salieron al Malecón de La Habana para la mayor protesta contra el Gobierno desde 1959; vandalizaron, rompieron vidrieras y enfrentaron a palos y piedras a la Policía, desbordada y desconcertada en un primer momento; al rato, Fidel Castro —Castro el mayor— fue hasta los manifestantes y, con su carisma ineludible, apaciguó la revuelta y exhortó —in situ, solo él podía— a «derrotar a los apátridas» que protestaban. Palo y zanahoria, Castro el mayor —como en Mariel 1980— dio vía a la emigración masiva en balsas, a una progresiva apertura económica —con trancas y retrancas que Castro el menor, al sucederlo, intentó profundizar— y acuerdos migratorios con los EEUU, destinatario de los migrantes.

Veintisiete años después, el ciclo —nunca cerró totalmente— se repite: la desaparición del apoyo externo —el madurismo en rotundo fracaso— provoca nueva contracción —si entre 1990 y 1995 el PIB cubano cayó 36%, solo en 2020 cayó 11% y empeorará en 2021— y una tormenta social y económica “perfecta”: pandemia —su manejo muy augurioso en 2020 pero crítico en 2021, peor para un país dependiente del turismo—, más restricciones del embargo y complicaciones emanadas del recién implementado ordenamiento cambiario, parte de la moderada transformación del modelo —fracasado el absoluto estatismo centralizado desde la ofensiva revolucionaria de 1968 que acabó la propiedad privada no personal.

Aunque desde Clinton, los EEUU son de los primeros proveedores de alimentos a Cuba y no hay restricción para medicinas, el embargo impuesto desde 1962 —el bloqueo solo duró la crisis de los misiles—, su recrudecimiento bajo Trump, luego de la flexibilización de la era Obama, afectó significativamente los ingresos por turistas estadounidenses, los envíos de remesas y las inversiones y transacciones financieras con Cuba, complejizando más la situación.

Hay mucho más: los pedidos de libertad de expresión —por el autobloqueo ideológico tras el Congreso Cultural de La Habana en 1968— consignados con “Patria y Vida” —antítesis del “Patria o Muerte”—, la criminalización de estas protestas y el llamado a combatirlas —luego suavizado—, los fake news, bulos y rumores múltiples de todos lados…

¿Las moderadas medidas económicas —suspensión de restringidas previamente— serán paliativo suficiente o urgirán otras más? ¿Incidirá la ausencia de Castro el mayor?

Cerraré con mi afirmación que, de todo lo descartable, la batalla de los relatos de la Guerra Fría ocupa el lugar importante: de un lado, achacar al embargo todos los males propios sin sonrojo de mea culpa; del otro, la fantasía —criminal para el pueblo cubano— de insistir en una invasión norteamericana. Como mi anterior columna, ahora también me agarro del apóstol Pablo: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2Cor 12: 10).

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