Washington, 12 de febrero (La Información).- Donald Trump ya ha cumplido tres semanas como nuevo 'inquilino' de la Casa Blanca. Fuera de los focos mediáticos, cuando el presidente de los Estados Unidos regresa a sus aposentos presidenciales, otra imagen se dibuja, muy diferente a aquella tan intempestiva y temperamental a las que nos tiene acostumbrados.
Para empezar, el magnate vive solo (por ahora) y alejado de su esposa Melania. Aún tiene a ella y a su hijo menor viviendo en Nueva York. Su mujer, en realidad, desde el comienzo de legislatura (el 20 de enero pasado) aún no ha vuelto a pisar Washington. Por otra parte, los hijos de sus anteriores mujeres ya son mayores y cumplen con sus rutinas y obligaciones familiares, por lo que Trump pasa la mayoría de sus (pocas) horas libres en soledad.
Sus colaboradores de máxima confianza aseguran que, hasta ahora, sus días en la residencia de la Casa Blanca transcurren con un Donald Trump muy pendiente de su móvil y de la televisión. Pero también admiten que su cambio tan abrupto en las rutinas, y el nuevo escenario en el que desarrolla su vida, le tienen un tanto desconcertado.
Según recogen diversos medios norteamericanos, Christopher Ruddy, director general de Newsmax y amigo íntimo del presidente, ha afirmado incluso que cuando Trump no trabaja, en la intimidad de sus aposentos presidenciales "se siente un poco a la deriva", principalmente en los atardeceres.
Por las noches dedica gran parte de su tiempo en devolver las llamadas telefónicas a viejos amigos y legisladores, compañeros de 'ruta' en su etapa prolífica como empresario. Lo que más sorprende es que muchas veces no utiliza su móvil personal para hacerlo, sino que hasta decide comunicarse con ellos por vía del conmutador o centralita de la mismísima Casa Blanca.
Por otra parte, Trump duerme muy poco. Destina no más de cuatro o cinco horas diarias al descanso. También, antes de acostarse, suele llamar a sus socios de negocios privados que sigue manteniendo. Una de sus compañías más usuales (y esporádicas) en la zona residencial de la Casa Blanca es la de Keith Schiller, su jefe de seguridad desde hace mucho tiempo y hombre de máxima confianza.
De algún modo, Trump ha decidido apartarse de la primera escena mediática fuera de sus obligaciones presidenciales. De todas formas, es algo que ya no llama la atención a su círculo más estrecho de amigos, porque ya en los últimos años -mientras vivía en su penthouse de la torre neoyorquina de su propiedad y que lleva su nombre- tampoco acostumbraba a salir mucho. Priorizaba el confort de su mansión a los compromisos sociales. Ahora, más que nunca, nadie verá por las noches al millonario cenar en carísimos restaurantes de Washington.
Quienes le conocen bien aseguran que también sigue siendo el mismo apasionado por ver la televisión. Trump, con su teléfono en mano, no le quita la mirada a los noticieros y los denominados 'lates night' nocturnos. Está obsesionado por saber cuál es el grado de aceptación que tienen sus primeros pasos de gestión.
Que muestre un perfil tranquilo en la Casa Blanca no quiere decir que esté angustiado, ni mucho menos. Se le ve relajado y confiado por demás en su línea de gestión. Claro que toda transición lleva su tiempo, y el presidente se está adaptando gradualmente a su nuevo hogar, según aseguran sus amigos.
Por otra parte, Trump se encarga por estos días de supervisar los últimos retoques que quiere darle a su zona más privada y residencial de la Casa Blanca. Ha contratado a Tham Kannalikham, una diseñadora de interiores muy reservada, para que le ayude a poner su toque personal en la residencia de la Casa Blanca.Durante una entrevista con Fox News, Trump ha confesado que un día, recientemente, caminaba hacia la entrada principal de la Casa Blanca y se dijo: "Esto es, en cierto modo, sorprendente. Es, de cierta manera, como una experiencia surrealista. Pero uno lo tiene que superar."
Melania ni pisa Washington
Los asesores políticos de Barack Obama le recomendaron al entonces presidente, cuando asumió en su cargo, que su mujer Michelle y sus hijas debían instalarse en la Casa Blanca, ni bien éste la ocupó. A ella no le gustaba nada esa idea, la de mudarse en pleno mes de enero, en pleno desarrollo del curso escolar. En aquel momento las hijas de los Obama eran muy pequeñas: tenían 8 y 10 años, respectivamente. Sin embargo, Michelle accedió a los consejos y se instaló en la Casa de Gobierno de Washington, junto a su marido.
El de Melania Trump es el caso opuesto. Por ahora no ha formado parte ni un minuto del día a día en la residencia de la Casa Blanca. No solo que por ahora ni vive en Washington, sino que ya muchos sospechan de que tampoco será su intención hacerlo más adelante.
Según una fuente próxima a la familia Trump, citada por la revista US Weekly, Melania todavía no ha decidido si se mudará a la Casa Blanca con su marido cuando su hijo Barron, de 10 años, acabe el presente curso escolar en Nueva York. Hay posibilidades concretas, según el mencionado medio, de que prolongue su estancia lejos del presidente.
La especialista en primeras damas Katherine Jellison, profesora de Historia en la Universidad de Ohio, ha comentado a France Presse que, de no mudarse en breve, esta situación no tendría precedentes en la historia de los presidentes norteamericanos.
Por estos motivos, hoy el Ala Este de la Casa Blanca (el sitio al que por tradición se le reserva a la primera dama y su equipo), continúa prácticamente desierto.
En las últimas décadas, a las primeras damas de EEUU se les ha asignado cada vez más protagonismo. Son las encargadas, por ejemplo, de supervisar los tours por la residencia presidencial y de organizar la tradicional celebración de Pascua, en la que el presidente suele recibir a decenas de invitados, muchos de ellos niños. Por ahora, Melania brilla por su ausencia.