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Los réditos de la mentira en política

Según Hanna Arendt, la mentira ocupa un lugar importante dentro de la política. Todavía más, como “falsedad deliberada” —intencional—, la mentira, en tanto acción, es esencialmente política.


Miércoles 11 de Enero de 2017, 5:30pm






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El embrollo del supuesto hijo, que fue la comidilla de la opinión pública durante meses, sirve ahora estratégicamente al propósito de la nueva postulación —la cuarta consecutiva— de Evo Morales a la Presidencia de Bolivia. De conseguirlo, el Gobierno habrá transformado un hecho negativo en positivo. Eso es, al fin y al cabo, el arte de la política. ¿La política es también el arte de la mentira?

Según Hanna Arendt, la mentira ocupa un lugar importante dentro de la política. Todavía más, como “falsedad deliberada” —intencional—, la mentira, en tanto acción, es esencialmente política.

Desde Platón hasta nuestros días, muchos autores han aludido a la histórica relación entre la mentira y la política. ¿La política necesita de la mentira para ser ella? ¿Una fábula bien pergeñada es más redituable en la política que cualquier acto decente?

Esta cuestión resulta particularmente interesante de analizar en el marco de un gobierno que, como el de Morales, desde el primer día se atribuyó la cualidad de ser la reserva moral del país. ¿Es el actual gobierno menos corrupto que sus predecesores? Si lo fuera, después de los casos YPFB y Fondioc, por citar algunos, ¿se puede ser íntegro —reserva moral— con un balance de “menos” corrupción que otro?

No menos sugestivo se plantea el debate intelectual acerca de la razón de la mendacidad en este ámbito: moral, jurídica o, descaradamente, política.

Hasta las peores ficciones se planifican escena por escena, cuadro por cuadro, utilizando actores principales, secundarios y de reparto; apelando a un guion. Y tienen un director.

Aun a costa de su propia ética, el gobierno del MAS recurrió a la ficción: se inventó un “cártel” —integrado por medios y periodistas— y lo insertó en su última trama con el objetivo de revertir la desteñida imagen que se gastó el presidente Morales al confesar primero que “en 2007 tuvimos un bebé (con Zapata) y lamentablemente por nuestra mala suerte ha fallecido”, y después, olvidadizo, que cuando la mujer con la que tuvo ese hijo se le acercó para tomarse una foto, en 2015, le pareció “cara conocida”.

Esa jugosa parte de la trama revela una insensibilidad de grado superlativo. Pero nada como descubrir una mentira tras otra, y que luego se airee, en un documental pagado por todos nosotros, la urgencia de proteger a Morales del escándalo con su examante para buscar su continuidad en el poder, yendo en contra de la voluntad popular expresada en un referéndum, lo cual es una muestra de pobre (o ninguna) vocación democrática.

El vicepresidente García Linera, en el programa “No mentirás” (feliz casualidad), dijo: “Nace un hijo, Evo lo reconoce, el niño bebé se enferma, coinciden madre y padre de ayudar económicamente para que tenga un tratamiento médico fuera del país, regresa, informa al presidente Evo la señora que el niño sigue enfermo y no se puede curar”. Pasa el tiempo y resulta que no hay tal hijo. El hijo que Morales dijo haber tenido con Zapata en realidad, según las investigaciones, nunca existió. El hijo que García Linera dijo que había sido reconocido por el Presidente, al que había incluso asistido materialmente, en realidad no nació. ¿Quién mintió, el periodismo o el Gobierno?

Así como en matemáticas menos por menos es igual a más, en el reino de la mentira, la del cártel de la mentira puede dar como resultado una verdad; una verdad política que, lo sabemos, se nutre de píldoras doradas.

Es tan burdo el argumento de que el No del 21F ganó por una mentira de medios organizados que no resiste comentario serio. Pero, especialmente en política, donde se junten dos mentirosos es probable que con sus verdades contagien a un tercero. Maquiavelo no lo hubiera hecho mejor.

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