La Paz, 16 de julio (Marco Quispe Condori, Urgente.bo).- Hace 214 años y después del levantamiento del 25 de mayo en Sucre, hombres y mujeres entre ellos, comerciantes, hacendados, abogados y el pueblo de La Paz protagonizaron la Revolución del 16 de Julio que marcaría un hito en la historia de Bolivia y toda América Latina. El domingo 16 de julio de 1809, cuando en la pequeña ciudad se vivía la fiesta de la Virgen del Carmen el espíritu de la libertad y la independencia se hizo sentir en las estrechas calles paceñas.
En medio de arterias empedradas y majestuosos edificios coloniales, los patriotas, que planearon la revolución semanas antes, encendieron la mecha de la rebelión que luego se propagó como reguero de pólvora en todo el continente. La emblemática plaza Murillo, que en esa época era la Plaza de Armas se convirtió en el epicentro de la revuelta.
Pedro Domingo Murillo, abogado y minero, se destacó como la figura principal de la revuelta, pero detrás de él, un grupo de compatriotas entre comerciantes, cocaleros, hacendados e incluso mujeres, desempeñaron un papel fundamental en el éxito de la revolución que se expresó en la formación de la Junta Tuitiva.
Murillo y Juan Bautista Sagárnaga, ambos abogados, encabezaron el levantamiento armado contra los españoles, y junto a otros protomártires tomaron el control de la ciudad la tarde noche del 16 de Julio, según diferentes historiadores. Unas horas después conformaron la Junta Tuitiva que asumió el mando político y militar en La Paz, actuando como un gobierno provisional. La gesta de Julio fue el hito más importante de la primera etapa de la Guerra de la Independencia que hizo temblar las estructuras de la Colonia.
Y aunque la Junta tenía la intención de representar los intereses de los revolucionarios y avanzar hacia la independencia de Bolivia, su existencia fue corta. El 27 de octubre de 1809, las fuerzas realistas lograron sofocar la revolución, restaurando el control, para restablecer el Gobierno español en la región, mientras Murillo y los revolucionarios eran perseguidos por el ejército español.
Murillo (1757-1810), Juan Basilio Catacora Heredia (1760-1810), Buenaventura Bueno (1768-1810), Apolinar Jaén (1776-1810), Melchor Jiménez (1767-1810), Mariano Graneros (1771-1810), Gregorio García de Lanza (1775-1810), Juan Antonio Figueroa (mediados del 1700-1810) y Juan Bautista Sagárnaga son los principales protomártires de la Revolución de Julio. Todos ellos fueron condenados y muertos en la horca por los españoles seis meses después de la gesta paceña.
“Ellos se organizaron en diversos grupos y se sublevaron en La Paz formando la Junta Tuitiva, fueron los primeros en ser condenados a muerte por la sublevación. Murieron en 1810 como mártires en defensa de la libertad de Bolivia, por eso su importancia”, comenta María Luisa Soux, historiadora.
Sayuri Loza, otra destacada historiadora paceña, resalta el papel de los insurrectos y otros menos conocidos. “Recién se está reconociendo el verdadero impacto de estos personajes y aunque todos conocen a Pedro Murillo, en realidad todos ellos formaron parte de movimientos”.
Jhosmane Jesús Rojas Padilla, doctor en Educación e Historia, afirma que existen más protomártires que prefirieron mantenerse en el anonimato. “Hay varias personalidades que participaron y conocían la situación, pero no dejaron constancia de sus nombres”, sostiene Rojas.
COCALEROS Y HACENDADOS
Si bien Murillo fue la figura más visible, detrás de él, otras personas en su mayoría criollos, armaron la logística para la rebelión paceña. Hacendados, cocaleros, abogados y maestros de educación estuvieron involucrados en la revuelta. “La mayoría de ellos eran hacendados, cocaleros y comerciantes”, refrenda Rojas.
Soux menciona por su lado que “algunos eran criollos pobres, mestizos, dueños de un billar (Graneros) y tenían diferentes actividades, por ejemplo, Buenaventura era profesor, otros se dedicaban a negocios a la minería, el derecho y algunos también eran intelectuales que buscaban una nueva forma de hacer política y de crear un Estado”, subraya.
Melchor Jiménez era un hacendado de Caracato (Río Abajo) que poseía tierras y traía frutas y verduras a los mercados paceños y Apolinar Jaén “era un comerciante cocalero que transportaba taques de coca hasta Potosí”, complementa Loza.
Durante la insurrección, el conocimiento de los caminos y el contacto con las comunidades rurales fue vital para el éxito de la revolución. “La mayoría eran hacendados y comerciantes, por lo que conocían bien las rutas y cuando se levantaron (contra los españoles), empezaron a moverse y establecer alianzas con pobladores en Irupana (Yungas) y Caracato en los valles. Es innegable que todos eran criollos, pero también había indígenas entre ellos”, confirma Loza.
MUJERES ANÓNIMAS
A lo largo de la historia, el papel de las mujeres en la revuelta del 16 de Julio injustamente no ha sido destacado, sin embargo, su contribución fue vital en este levantamiento. Simona Manzaneda, Vicenta Juaristi Eguino, Úrsula Goyzueta y otras mujeres anónimas demostraron que la gesta también llevó faldas.
Las mujeres desempeñaron diversas tareas durante las conspiraciones contra los españoles, mientras algunas transportaban mensajes secretos otras daban apoyo financiero a los patriotas. “Eran hábiles para transportar mensajes e incluso financiaban a algunos ejércitos. El rol de la mujer es importante, pero debido a la mentalidad de la época, su participación fue discreta y no se les dio la importancia que merecían”, explica Rojas, doctor en Educación e Historia.
“Eran un pilar silencioso. Trabajaban en segundo plano aportando dinero en muchas ocasiones, fabricando paquetes de pólvora para las armas y cosiendo uniformes”, describe la historiadora Soux.
Una de las figuras más destacadas fue Eguino. “Era una persona independiente en una época en la que eso no era fácil. Les brindaba apoyo financiero, prestaba sus propiedades y movilizaba a la gente. Fue una líder notable”, ratifica Loza.
Úrsula Goyzueta, otra revolucionaria de la ciudad de La Paz, también desempeñó un papel vital en la conspiración y fue compañera de lucha de Eguino. Otra que se destacó fue Simona Manzaneda, una mujer de pollera de origen humilde. “Manzaneda era una mujer de pollera que cosía mensajes en las prendas que ella confeccionaba. Además, tenía la capacidad de hablar aymara y establecía comunicación con los líderes indígenas de la época. Era un puente entre el mundo criollo e indígena”, señala la historiadora Loza.
Otros autores citan también a Tomasa Murillo, la hija mayor de Pedro Domingo Murillo, que luchó junto a su padre. En esas épocas, las mujeres eran invisibilizadas, pese a ello Vicenta Juaristi Eguino puso su fortuna y su casa al servicio de la Revolución y al igual que Goyzueta, Manzaneda fue paseada desnuda y azotada hasta morir por apoyar la gesta.
Las esposas de los protomártires sufrieron igual o peor que sus maridos antes, durante y después de la Revolución del 16 de Julio. “Las esposas tuvieron un rol decisivo en la participación de sus maridos y jugaron un papel importante para que sus esposos se mantuvieran firmes en la causa, como en el caso de Figueroa, Catacora y Sagárnaga, quienes no estaban del todo convencidos de unirse al movimiento”, refiere la historiadora Soux.
Con sus compañeros de vida en la revolución, ellas no solo se encargaron de sus hijos, sino también de toda la logística que implicó la revuelta. María Manuela Campos y Seminario, esposa de Gregorio García Lanza; María Dolores Mantilla, esposa de Manuel Victorio García Lanza; Manuela Pagadora de Graneros, esposa de Mariano Graneros; Petrona Francisca Cañizares, esposa de Buenaventura Bueno; María Carmen Rodríguez, esposa de Apolinar Jaén y María Mercedes Cabrera, esposa de Melchor Jiménez, son algunas de las esposas de los protomártires de la revolución del 16 de Julio que también apoyaron al impulso de la guerra por la emancipación.
“A veces se genera un interés desmedido al enaltecer a los caudillos y creo que es hora de reconocer que todo el proceso independista involucró a personas de diferentes orígenes sociales”, concluye la historiadora Loza
MURILLO, EL PACEÑO
Pedro Domingo Murillo nació el 17 de septiembre de 1757 en la ciudad de La Paz. Era hijo de Juan Ciriaco Murillo y María Ascencia Carrasco. Según la historiadora Sayuri Loza, Murillo se dedicaba a diversas ocupaciones y siempre estaba dispuesto a emprender un nuevo negocio. “Estudió derecho, pero no tuvo éxito, ya que enfrentó un fuerte proceso legal por falsificar su título. Se dedicó al comercio de papel, incursionó en la minería, pero no obtuvo ganancias y también tuvo problemas con su familia”.
Tras la Revolución del 16 de Julio de 1809, las fuerzas realistas enviaron tropas para reprimir la revolución de La Paz, algunas desde el Virreinato del Perú y otras desde Buenos Aires. Murillo decidió escapar con algunos patriotas hacia los Yungas donde fue capturado y llevado a la horca junto a otros rebeldes el 29 de enero de 1810, cuando antes de morir pronunció la frase: “Compatriotas, yo muero, pero la tea que dejo encendida nadie la podrá apagar, ¡viva la libertad!”.
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