Aclaremos qué es una entrevista: El Diccionario de la Real Academia Española la define como “acción y efecto de entrevistar o entrevistarse” en tanto que “entrevistar” es “mantener una conversación con una o varias personas acerca de ciertos extremos para informar al público de sus respuestas”.
Esas acepciones se refieren a la entrevista en general, sin hacer distinciones, pese a que existen varios tipos de entrevistas y la periodística es apenas uno de ellos. Y su elemento sustancial es la existencia de dos o más personas; es decir, una o más que preguntan y una o más que responden.
La palabra entrevista está compuesta por entre, que viene del latín inter, que quiere decir “en medio”, y por vista que deriva del verbo latino videre cuyo significado es “ver”. Por ello, se dice que la entrevista es esencialmente periodística porque apunta a ver en medio de las cosas como una forma de buscar la verdad.
Pero ese no es el único origen etimológico de la palabra. En la Francia del siglo XI se utilizaba el verbo entrevoir para decir “verse los unos con los otros” o “verse entre sí”.
En todos los sentidos, incluido el judicial, la entrevista significa poner a uno o unos, que preguntan, frente a otro u otros que responden.
En el caso de la supuesta entrevista que se le habría hecho a la señora Gabriela Zapata, no existen dos o más personas. Está una, ella, y nadie más.
Es cierto que el producto emitido el domingo por la red ATB es técnico así que dos o más personas debieron participar en su elaboración (el director de contenidos de la red, Jaime Iturri, dijo que fue él quien la editó) pero eso no la convierte en entrevista. Para llamarla tal, tendría que haber aparecido el entrevistador, así sea de espaldas o con el rostro y las voces distorsionadas.
Pero el hecho es que ni siquiera la grabación fue mérito de ATB. El propio Iturri admitió que el material llegó a su red y esta decidió emitirlo: “Nos ofrecieron material, nosotros vimos que valía la pena mostrarlo. Nosotros editamos, yo edité, personalmente. Nos ofrecieron el material con una condición: que no se supiera quién era y que no se escuchara su voz”.
La confidencialidad puede formar parte de una negociación para obtener informaciones o entrevistas. Puede ser que el tema del que se tratará en la entrevista pone en riesgo la vida del o los entrevistadores o del o los entrevistados pero, en ese caso, existen maneras de proteger la identidad de la parte vulnerable. En todo caso, el medio conocerá las identidades resguardadas, especialmente del o los periodistas que hicieron la entrevista. No se puede armar un espectáculo hollywoodense y mandar a un Sean Penn a hacer el trabajo de un periodista.
Lo que parece haber ocurrido con ATB es que alguna o algunas personas hicieron la grabación de manera casi profesional ya que, pese a haberse hecho supuestamente en una cárcel, existe buena iluminación y la “entrevistada” está notoriamente arreglada, con un cabello recogido que la muestra vulnerable pero no la deja mal.
Ella y solo ella aparece en la grabación. No se sabe cuáles fueron las preguntas y solo se la oye repetir la versión del gobierno.
Para que una entrevista sea tal, no solo debe contar con requisitos como la existencia de dos o más personas, preguntas, respuestas, etc. sino que también se le debe dotar de credibilidad. La entrevista es confiable cuando la preparó y la hizo un medio, a través de uno o más periodistas competentes. Difundir un material ajeno que fue “ofrecido” es tanto como convertir un panfleto (o propaganda) en noticia. Y eso no es periodismo.
(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.