5 de julio (Infobae)- La tarde del 23 de diciembre de 2021, un día antes de su cumpleaños número 22, Jacqueline Claire Durand llegó a la casa de Ashley y Justin Bishop en Coppell, Texas con la intención de pasear a Lucy, una mestiza de pastor alemán, y Bender, un mestizo de pitbull. Había visitado previamente la casa y conocido a los perros sin incidentes, por lo que no esperaba el horror que estaba a punto de desencadenarse. Al abrir la puerta, los perros, que no estaban en sus jaulas, la empujaron violentamente, haciéndola caer al suelo y dejando caer su celular.
Lo que siguió fue un ataque de una ferocidad inusitada. Los perros se lanzaron sobre ella, concentrándose en su cabeza y rostro. Con una brutalidad despiadada, le desgarraron la piel, arrancándole las orejas, la nariz, los labios y gran parte del rostro bajo los ojos. Jacqueline, incapaz de defenderse, sintió cómo su piel colgaba de su cara mientras los perros la arrastraban desde la puerta hasta la sala de estar. Su ropa fue arrancada y sus jeans, desgarrados en el frenesí del ataque. Los gritos desesperados de Jacqueline se mezclaban con los ladridos y gruñidos de los animales.
Los primeros en responder a la llamada de emergencia fueron los policías, que al llegar encontraron una escena de caos. El cuerpo ensangrentado de Jacqueline yacía en el suelo, mientras los perros se mantenían agresivos, impidiendo la entrada de los oficiales.
“No podemos entrar por los perros”, se escucha decir a uno de los policías en las grabaciones de la cámara corporal. Fueron 37 minutos angustiosos antes de que los servicios de emergencia pudieran asegurar el área lo suficiente como para rescatar a Jacqueline.
Un paramédico logró sacarla y llevarla a una unidad de trauma, donde se evidenció la magnitud de sus heridas: había perdido casi el 30% de su sangre y estaba en una condición crítica. “Cuando sentí que la piel me colgaba de la cara, pensé que iba a morir”, contó la joven. Jacqueline perdió el 30% de su sangre después de que los perros le arrancaran brutalmente la cara hasta los huesos.
La joven fue trasladada de urgencia a un hospital donde, en la mesa de trauma, tuvo que ser resucitada varias veces. Finalmente, los médicos decidieron inducirla en un coma para estabilizarla. La gravedad de sus heridas requería intervenciones quirúrgicas inmediatas y numerosas, con más procedimientos previstos para el futuro.
El impacto psicológico del ataque fue tan devastador como el físico. Jacqueline, antes una joven llena de vida, se encontró en una situación en la que su rostro, su identidad visual, había sido destruida. Su familia, destrozada por el dolor, se aferró a la esperanza y la fe, encontrando consuelo en cada pequeño avance en su recuperación.