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Polarizaciones: El caso de Bolivia

Por ahora Evo pelea contra sí mismo y, a este paso, de nadie más que de él, o sea de sus aciertos y de sus errores, dependerá su continuidad o su salida del poder.


Domingo 18 de Junio de 2017, 10:30pm






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Reconocer la polarización es, entre otras cosas, reconocer los derechos de una parte de la población que no está de acuerdo con la administración del Estado y que si no tiene peso específico o no se muestra alineada detrás de un líder es porque hasta ahora no ha surgido el político que la merezca. También porque una de las estrategias más exitosas del Gobierno ha sido la de infundir temor en quien se atreviera a contradecirlo, so pena de señalamiento oprobioso: haga la prueba y será usted un “derechista”, un “oligarca”, un “vendepatria”. La falta de un líder opositor que polarice con Evo Morales no significa que no haya polarización en Bolivia.

La polarización es algo normal en países cuyos liderazgos carismáticos se esmeran en dividir a la sociedad haciendo creer de la existencia de “buenos” (siempre ellos) y “malos” (los demás, casualmente opositores). Pero, parafraseando al historiador Roca, “ni con Lima ni con Buenos Aires”: si ambos bandos fueran malos (como podría ser el caso de Bolivia), lo sensato en una población consciente sería eludir esa disyuntiva. Así entonces, jugando a las encuestas como tanto nos gusta, podríamos medir el porcentaje de sensatez electoral de una sociedad dada. Y el resultado sería decepcionante.

Hay polarizaciones y polarizaciones. Las que oponen posiciones extremistas, a mi modo de ver, son perniciosas porque no dejan margen a un centro político racional. Pero existen y se reproducirán mientras los populismos de izquierda o de derecha sigan encontrando adhesiones democráticas, por razón de discursos demagogos, en ciudadanías fastidiadas con el manejo corrupto de la cosa pública y de la política como ciencia en general.

El término 'polarización' alude a un comportamiento social respecto de posturas políticas, no de políticos que polarizan como si estuvieran en una burbuja que les aísla de la sociedad. Con esto quiero ratificar que no se necesitan —excluyentemente— dos figuras políticas contrapuestas para hacer polarización. Basta con que la sociedad tenga dos visiones distintas, eso sí, inequívocamente antitéticas.

Pero esta es nada más que una precisión. El gran problema de la polarización cuando enfrenta visiones extremas es que invisibiliza las voces moderadas, con lo que se excluyen las ideas menos fanatizadas o, si quieren mi opinión, más racionales.

En Bolivia, frente a la pobreza de liderazgos, la polarización se expresa de la siguiente manera: pro-Evo (quienes apoyan al Presidente) y anti-Evo (quienes no lo apoyan). Como vemos, al otro lado de la balanza la figura política indiscutible del Presidente no tiene un personaje de su misma gravitación. Por ahora Evo pelea contra sí mismo y, a este paso, de nadie más que de él, o sea de sus aciertos y de sus errores, dependerá su continuidad o su salida del poder.

La cuestión de liderazgos es algo serio. Fácilmente se dice que no hay líderes en la oposición y se descuida la realidad de que el oficialismo, salvo Evo Morales, no tiene a nadie. En ese sentido, si los opositores arrastran años de orfandad, Evo hace ver a los suyos como políticos​ de segunda categoría. Aunque usted no lo crea, no todo el mundo está consciente de que el MAS es una cosa con Evo y otra, muy debilitada, sin él.

Habiendo aclarado lo sui géneris del caso boliviano, no soy partidario de las polarizaciones en general porque obligan a escoger entre opciones cerradas. Lo gris, ese color intermedio entre el blanco y el negro, no es malo como nos han hecho creer; al menos para la política. Los valientes toman una posición, pero no hay solamente dos: hay muchas y algunas —las más juiciosas— tienen matices que recogen lo mejor de las otras competidoras.

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