El presente artículo invita al lector a repasar dos conceptos cuyo valor político, jurídico e histórico han sido puestos en duda por el Presidente Indio Evo Morales y al hacerlo, puso en bancarrota epistemológica los soportes fundamentales del Derecho Internacional contemporáneo.
Evo ha puesto en cuestionamiento la matriz colonial del Derecho Internacional, por tanto nos plantea la Descolonización de la ONU, de sus dos pilares esenciales: Nación y Ciudadanía.
Este hecho ha generado que, los “expertos independientes” de la ONU y la Unión Europea hayan puesto la mirada en Bolivia, pero muy particularmente en las propuestas de un nuevo contenido político a esas dos palabritas
Un nuevo contenido que parte por la idea de construir dignidad para el ser humano, pero no atrapado por fronteras de naciones, sino de “plurinacionalidad planetaria” ya no para humanidad de “ciudadanos nacionales”, sino por Derechos Humanos de Humanidad es decir de “Ciudadanía Universal”.
Planeta Plurinacional y Ciudadanía Universal, ahí está la cuestión hoy…
¿Qué es la ciudadanía? ¿Qué es la nación? Son dos preguntas cuyas respuestas surgen de inmediato y sin dudar. Hasta parece ocioso hacerse tales indagaciones, es como si lo obvio se tornara en pregunta, cuando la respuesta es implícita.
Pero lo que conocemos como ciudadanía y como nación, ¿serán realmente lo que conocemos por tales?
¿No será que hemos sido víctimas de un largo proceso disciplinario en el orden del saber y el poder que de esas palabras emergen?
Estamos pues, en el vientre mismo de la economía política del saber y aquí las palabras juegan un rol determinante, como solía decir Louis Althusser, “las palabras pueden ser venenos, calmantes o explosivos”
Indaguemos entonces el papel de estas palabras, entremos al Planeta Plurinacional.
Tal como Evo nos lo presenta, estamos ante un nuevo contenido que, reivindicando la riqueza de la diversidad cultural se abre de Estado Plurinacional a “Planeta Plurinacional”.
Al fin y al cabo, lo de Estado Plurinacional ya se ha logrado en Bolivia y Ecuador.
Si vamos al fondo de la historia, las fronteras solo son imaginadas (B. Anderson), rayas trazadas producto nunca de la voluntad general de un pueblo, sino el resultado de negociaciones que, como el Tratado de Paz de Westfalia en 1648, dividieron el continente americano y los territorios oceánicos entre españoles, ingleses, portugueses y holandeses.
La repartija territorial mundial, base de todo el Derecho Internacional contemporáneo es la raíz colonial, de lo que hoy conocemos como “naciones”.
La segunda guerra mundial, momento cúspide del Tratado de Paz de Westfalia, acaba siendo cierre a la vez que continuidad del orden colonial, pero, con nuevas potencias: EE.UU y la URSS y posteriormente la Unión Europea. Hoy en tiempo presente estamos ante los EE.UU, China, Rusia y la Unión Europea.
El Derecho Internacional emergente de este segundo momento, acabará siendo atrapado, encapsulado en el viejo esquema colonial, aunque con nuevos contenidos semánticos y un nuevo proyecto de gobierno mundial: la Organización de las Naciones Unidas.
Se multiplica por mil la potencia de los Estados y el Derecho de regulación entre ellos.
Toda forma distinta al Estado se subsume, se diluye, desaparece… Kelsen y su triángulo habían adquirieron una nueva cima cultural: el Derecho Internacional como garantía para la paz mundial.
No bastaban las constituciones políticas, fue imprescindible el Derecho Internacional. El orden colonial remozado bajo la promesa de la paz mundial, con Derecho Internacional de Pactos, Tratados, Declaraciones, Convenciones, unas vinculantes otras no, unas para cumplirse otras para no hacerlo…
La hipocresía del Derecho es la naturaleza intrínseca del colonialismo y el capitalismo, en suma del imperialismo. Su amnesia es a su vez, la forma básica de subsistencia entre academias, urgencias del capital y el poder… colonial aún.
Recién en el siglo XXI, se traerá, de atrás en la historia, a los pueblos indígenas, a los primeros habitantes de todas las tierras, se les reconocerá derechos, se les prometerá garantías de cumplimiento por parte de Estados que los habían olvidado, sometido, explotado, humillado, robado y asesinado.
Si es verdad que como lo dice la “Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos Indígenas (2007)”, los pueblos y naciones indígenas constituyen la riqueza de la diversidad cultural de la humanidad, una riqueza cultural que además trae en su memoria, el capricho de vivir en armonía con la Madre Tierra, porfiada manía de convivir con ella, como si fuera la madre misma. Pero además pueblos y naciones obstinados en su forma de vivir juntos, de soñar juntos…
Pero y hay que recordarlo, las Naciones Estado, consultaron en algún momento a los pueblos y naciones indígenas la demarcación de fronteras? La respuesta es inequívoca, no!
Por ejemplo, todas las naciones de América Latina son el resultado de una repartija llamada Utti Posidetis Iuris firmado en 1810, los firmaron los pueblos y naciones indígenas? No!
Definitivamente no. Al contrario, los Estados que nacieron, lo hicieron sin los indígenas, contra los indígenas.
Y sin embargo en toda América Latina, en mayor o menor medida, hay indígenas en una diversidad exuberante, diversidad de formas de vivir, de hacer y de deshacer. Multiplicidad de lenguas y saberes, formas de gobierno y de producir conocimiento, formas que de a poco fueron erradicándose, unas veces solo para civilizar o cristianizar en modo ingenuo, pero en la mayoría de los casos para apropiarse de tierras y recursos naturales, de minas y petróleo…
Las naciones americanas se dieron cuenta que “habían” indígenas cuando en 1970, las Naciones Unidas se pusieron a discutir sobre ellas, antes de ello eran unas extrañas colectividades a las cuales había que incorporar a la democracia, adaptarlas y convertirlas al castellano, la vieja misión evangelizadora, se llamo “civilizar al indio”.
Baste recordar que en 1948 un representante de Bolivia puso en mesa de discusión de la recién nacida ONU la cuestión indígena. Perú y México recriminaron al representante boliviano por la afrenta, pues en Perú había “peruanos” y en México había “mexicanos” y no indígenas. Ese era el tamaño del drama, indígenas que no eran tales por que los Estados así lo habían decidido desde el nacimiento mismo como naciones.
El Utti Posidetis Iuris fue el inicio de ese drama que aún no acaba de cerrar las heridas por las tierras de Katari y Bagatá…
Las fronteras “son imaginadas” en su profundidad histórica, pero su valor jurídico es incuestionable por la magia del derecho, por su valor subjetivo. Las fronteras son culpables de que en Ecuador y Perú, los indígenas Campa Ashaninga, de un lado y del otro, se vieran como enemigos y se asesinaran mutuamente en 1995.
Las fronteras, tal como lo vemos los indios, merecen borrarse, merecen ser parte de un recuerdo arqueológico, mucho daño ha hecho ya a la humanidad indígena. Las fronteras impiden el desarrollo pleno, impiden que la identidad sea una, y no fragmentos territoriales entre uno y otro Estado.
Las fronteras tal como están hoy, son una expresión del colonialismo señorial, los aymaras divididos, los guaraníes divididos, los mayas divididos por fronteras, y por ello obligados a cumplir leyes de Estados y no de pueblos y naciones indígenas.
Estados en cuyas fronteras han desaparecido ya miles de lenguas y formas de gobierno, porque el Estado blanqueado, castellano y cristiano así lo decidió.
Ya va siendo hora de que se ponga en cuestionamiento la idea de nación, y extender su forma a plurinacional, como lo dije antes, en el mundo hay al menos unas 7000 lenguas vivas dentro de 193 países, es decir ya hay un Planeta Plurinacional de hecho
Si las fronteras son un terrible mecanismo de genocidios cotidianos, por las guerras, por el hambre, por el clima o por el trabajo, las fronteras son el lugar donde nosotros los indios de todas las tierras entendemos su utilidad colonial, su utilidad para el saqueo y el asesinato.
Por eso borrar las fronteras nacionales da soluciones a viejas “injusticias históricas”, tal como lo exige la propia ONU, un solo Planeta Plurinacional no es un sueño, es la única vía que nos queda para salvar a la humanidad de genocidios en nombre de la patria, la nación y el honor.
En nombre del Derecho se han cometido mucho horrores, muchas crueldades, mucho dolor humano y si las fronteras son un problema, la ciudadanía no lo es menos.
La ciudadanía es un concepto que en sus orígenes se usó para reemplazar a la palabra feudal “siervo” allá en los tiempos en que la burguesía comienza a adquirir el poder suficiente como para arrebatar el poder al señor feudal.
El nacimiento de los EEUU y la Revolución Francesa, darán forma a una vieja palabra recuperada de la edad antigua, una palabra que corre entre Grecia y Roma, esa palabra es “civitas”, pero el concepto tiene un contenido diferente de lo que hoy sabemos, de hecho la palabra sufrió una mutación histórica en su contenido.
Es que en realidad, gran parte del arsenal jurídico y sus construcciones discursivas en el periodo de transición del feudalismo al capitalismo pertenecen a la amnesia del derecho (Peter Fitzpatrick). Es un periodo que recupera, constituye, consolida, pero no se registra sino como algo nuevo, como algo propio del capitalismo. La división social del trabajo contiene a su vez, la semántica social del discurso.
Para fines prácticos, conviene señalar que la ciudadanía para el siglo XVIII denota al propietario, ilustrado, blanco. Para el siglo XIX ciudadanía significa voto y democracia, para el siglo XX, derechos sociales.
Si esto es así para historia del discurso jurídico convencional, en estas tierras existe otra idea sobre la palabra “ciudadanía”, aquí conviene retomar las investigaciones de Tristan Platt sobre el “Estado Boliviano y el Ayllu Andino” (1982), donde uno puede recorrer la percepción local de la palabra ciudadano a principios del siglo XIX como una palabra sinónima de cristiano, es decir comienza la transición entre lenguaje colonial, y semántica liberal, ambos contenidos serán confundidos entre escritos judiciales y nombramientos de propiedad agraria.
Platt sin proponérselo nos da una pista para comprender que la historia que se escribe en las europas no va de la mano de la historia que se hace en estas tierras.
Pero si cristiano, es la forma de ciudadanía para el siglo XIX, el siglo XX exigirá de los indios una ciudadanía denominada “campesino”, con la revolución mestiza del 52 se había iniciado un modelo de ciudadanía que pretende civilizar al indio, adaptarlo a la vida nacional.
Para 1994, el indio será convertido en multiétnico y pluricultural a lo Will Kymlicka, es decir bajo el paraguas de la “ciudadanía multicultural” y no dio resultado.
La Asamblea Constituyente de 2006 y 2007 dio lugar a la “ciudadanía plurinacional” como efecto del Estado Plurinacional. Ha sido desde ese preciso lugar que vemos cómo el colonialismo aprovecha la idea de ciudadanía en un solo país, y cuando lo requiere crea ciudadanías al modo de la Unión Europea, para expandir la renta del capital, jamás para profundizar los estándares de los Derechos Humanos, que de por sí, son siempre bajos en relación a los compromisos acordados en las Declaraciones y Convenios.
Dicho de otra forma, la idea de ciudadanía que hoy tenemos, es aprovechada por el capitalismo para fragmentar el cumplimiento de los Derechos Humanos en formatos de ciudadanías nacionales.
Por ello es que la propuesta del Presidente Evo, rompe el esquema dominante en el lenguaje de la ONU y propone un nuevo concepto cuyos alcances sólo podrán verse con el tiempo, pero que anuncian de entrada más dignidad, más derechos humanos, pero fundamentalmente que nadie se quede fuera, por ser indio, extranjero, mujer, pobre, menor de edad, indocumentado.
Que todos accedan a todos los Derechos Humanos en el lugar en que estén, sin requerimientos de nacionalidad ni de ciudadanía.
La Humanidad es una sola, el Planeta es uno solo.