La paz siempre es buena, sobre todo si se la busca para impedir que se pueblen los cementerios, como acaba de ocurrir con la firma de un acuerdo entre el gobierno de Colombia y las FARC, después de medio siglo en que los militares fueron incapaces de derrotar en el campo de batalla a los alzados en armas y éstos, por su parte, jamás pudieron tomar el poder en su país e instalar un régimen revolucionario, al estilo cubano.
En sus comienzos, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia contaron con el abierto apoyo de Fidel Castro y sus barbudos de la Sierra Maestra. Disimulada o abiertamente, ese apoyo se mantuvo por décadas. Por eso nada de extraño que la firma del acuerdo de paz haya sido patrocinado y se haya firmado en Cuba, en presencia de Raúl Castro.
Lo que por años no pudo ningún organismo internacional, lo consiguió la diplomacia castrista y su servicio de inteligencia G2, al sentar en una mesa de negociaciones a las FARC y al blandengue gobierno de Juan Manuel Santos, de quien podría decirse que mató al tigre y después le tuvo miedo al cuero.
Efectivamente, Santos, como ministro de la Defensa del gobierno de Alvaro Uribe Vélez propinó a las FARC los más rudos golpes, desbaratando virtualmente a toda su plana mayor y exponiéndolos al ridículo con el rescate de Clara Rojas y la ex candidata presidencial Ingrid Betancourt, en una operación alabada en todas las academias militares.
Se creía que Santos, como sucesor de Uribe, daría el puntillazo final a la narco-guerrilla, pero no fue así. Encandilado por promesas de paz desmovilizó a lo más brillante de sus élites militares que estaban apuntándose éxito tras éxito en las selvas colombianas liquidando a los principales cabecillas, incluyendo a Manuel Marulanda, el máximo caudillo de las FARC por 50 años.
En las últimas décadas las FARC, sin los aportes ya del castrismo, empezó a autofinanciarse y se dedicó al narcotráfico, al punto que internacionalmente Estados Unidos la etiquetó como narcoguerrilla, una banda criminal, pese al empeño de su nuevo financista, Hugo Chávez, en promoverla como “fuerza beligerante”.
Las FA
C agonizaban en las selvas colombianas y buscaron la paz afanosamente ante Santos, que en lugar de darles el tiro de gracia, accedió a sus condiciones, destituyendo a militares antiFARC, prometiéndoles perdón y eventual acceso a cargos públicos, burlando la Constitución de Colombia, desvirtuando al Poder Judicial al crear fueros especiales donde “serán juzgados” los que cometieron delitos contra los DD.HH.Una especie no declarada de impunidad para los asesinos, narcotraficantes, secuestradores, traficantes de armas, reclutadores de niños, de estupradores, abigeos, asaltantes de la propiedad privada, atracadores, etc. etc.
No hay ninguna garantía de que los narcoguerrilleros depondrán la totalidad de las miles de armas en su poder y esto no es garantía de la paz. Centenares, quizás miles de sus hombres, viven de la delincuencia y del narcotráfico desde hace años. ¿Se convertirán en hombres de paz?
Para nadie es un secreto que los narcoguerrilleros pagaban, y bien, a los hombres y mujeres que reclutaban en caseríos y pueblos de la Colombia profunda, donde campea la pobreza, la inasistencia social. La firma del acuerdo en La Habana, ¿significa también que desaparece la pobreza, el terreno fértil donde han cultivado provechosamente estos años los narcoguerrilleros? Amanecerá y veremos.
(*) Hernán Maldonado es periodista. Ex UPI, EFE, dpa, CNN, El Nuevo Herald. Por 43 años fue corresponsal de ANF de Bolivia.