Todavía se debate sobre la palabra debate.
Se dice que viene del verbo latino “battuo” o “battuere” que significa “golpear” y, por extensión, “pugnar”, “combatir” y “pelear” así que su significado original era de confrontación.
La confrontación era física así que los contrincantes se ponían frente a frente y se golpeaban, pugnaban, combatían o peleaban.
Con el paso del tiempo, la confrontación física adquirió otras connotaciones y se definió de maneras tan diversas como “luctor” (luchar, pelear), “pugnare” (batallar, combatir) o “bellare” (guerrear).
El “battuo” o “battuere” se utilizó para confrontaciones verbales pero en un tono diametralmente opuesto al diálogo o “dialogus” que sí era una discusión pero con el propósito de llegar a un acuerdo.
Aún hoy, el Diccionario de la Real Academia Española define al diálogo como “discusión o trato en busca de avenencia” mientras que el debate es definido simplemente como “controversia” que, a su vez, significa “discusión de opiniones contrapuestas entre dos o más personas”.
Ahí está, entonces, la más grande entre las muchas diferencias entre diálogo y debate: aquel busca avenencia; es decir, convenio, transacción, conformidad, unión… en definitiva, busca soluciones mientras que este, el debate, solamente confronta.
Por tanto, un debate no puede invitarse ya que una invitación conlleva un acto de cortesía. Si se pretende que alguien participe en un debate hay que desafiarlo, no invitarlo, y, aunque no hay confrontación física de por medio, es, nomás, un acto de suficiencia, porque solo desafía el que puede participar en un debate, y, por ende, hasta se lo puede tachar de bravuconería. Y, por eso mismo, no desafía cualquiera sino alguien que sabe que está en condiciones de sostener una confrontación; es decir, estar frente a alguna o algunas personas con las cuales discutirá sobre uno o varios temas.
Como no se busca soluciones, un debate es una medición de fuerzas, una pelea. En el pasado, la disputa era física pero ahora es verbal y, consiguientemente, intelectual.
Hoy en día, un debate es un acto de comunicación (en el sentido de que comunicar significa poner en común) y también es exposición de ideas diferentes sobre uno o más temas entre dos o más personas. Por eso, a menudo se lo confunde con el diálogo y, en la política, se lo utiliza con el afán de ganar al electorado, ya sea mostrando los conocimientos propios o bien poniendo en evidencia la ignorancia del contrincante.
Como de confrontación se trata, el debate será más completo a medida que los argumentos expuestos vayan aumentando en cantidad y en la solidez de sus motivos. Se conocerá los argumentos de las partes involucradas y, de esa manera, se aprenderá de ellas así que el debate cumple un rol de aprendizaje y enriquecimiento para quienes participan en él y, subsidiariamente, para aquellos que simplemente escuchan.
La confrontación de ideas y posiciones, entonces, permite aprender así que no cualquiera puede participar en un debate. Para debatir es necesario conocer por lo menos medianamente un tema aunque lo deseable es que ese conocimiento sea vasto y profundo con el propósito de que lo que vaya a aportar el debatiente sea considerable tanto en calidad como en cantidad.
Si una persona sabe poco o no sabe nada sobre el tema o los temas que serán puestos a debate, entonces lo mejor es que no participe de él, que lo rehúya, porque, si lo hace, no aportará nada y, por el contrario, convertirá la confrontación en un acto burdo en el que su ignorancia quedará al descubierto frente a sus eventuales contrincantes.
(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.