Mayo 03, 2024 [G]:

El oscurantismo del debate político

Frente a la  de los debates políticos, o peor aún, ante la ausencia legítima y digna de la confrontación ideológica para el beneficio ulterior del votante, qué nos quedaría como sociedad.


Viernes 25 de Mayo de 2018, 11:45am






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La filosofa alemana y de origen judío Anna Arendt escribió en su época que el debate constituye la esencia misma de la política porque a su juicio es el escenario propicio para el reconocimiento mutuo de la pluralidad. Para Arendt,  hincando mucho más en el concepto,  el debate es la esencia misma de la política. Por eso para la intelectual alemana _refugiada en 1941 en Estados Unidos, por un manuscrito académico sobre el juicio al nazi Adolf Eichmann,  bajo el título La Banalidad del Mal y que le costó entre muchas otras desavenencias que le retiraran su nacionalidad alemana_ donde no hay debate político no hay libertad ni entendimiento racional en una sociedad.

Desde una perspectiva de comunicación,  el debate corporativo es el escenario ideal para sembrar la narrativa de una marca o compañía directamente en el mercado, rompiendo filtros o barreras o intermediarios, primando el mensaje directo y la interacción con una determinada audiencia o clientela. Y es,  además,  particularmente beneficioso porqué la marca recoge y escucha las demandas, quejas o, incluso,  porque no,  felicitaciones por el trabajo realizado.  No todo tiene que ser malo. Rispido. Agresivo o torpe. De pronto hemos dejado que prime la violencia,  el abuso,  el conflicto,  la antipatía,  el desmedro o  hasta incluso la desidia hacia el prójimo.

La neuropsicologia establece un principio básico, estamos diseñados como seres humanos para colaborarnos entre nosotros. Para compartir,  para relacionarnos,  para construir en comunidad.  Por eso los sociólogos establecen que el entramado vital de una sociedad es su nivel de confianza entre los pares.  El adagio,  mas o menos podría ser, dime cual es el índice de confianza en tu sociedad y te diré si eres feliz o eres triste.

México es un claro ejemplo.  Se llevaron varios debates presidenciales y uno de ellos tuvo lugar en la emblemática ciudad fronteriza de Tijuana, con Estados Unidos. En dicha ocasión,  los propios mexicanos pudieron hacer preguntas e interactuar con sus candidatos presidenciales.

La frustración fue grande.  Ante una pregunta,  el candidato insultaba de lleno a su par y el otro,  sin chistar,  respondía con otro denuesto.  Y así hasta que los boquiabiertos mexicanos vieron que sus consultas caían una tras otra en saco roto,  frente a un espectáculo deprimente y que desnuda la bajeza y la crisis de la actual política mexicana. Un festín mediático, pero ningun aporte para la sociedad azteca.

Trayendo de nuevo a colación a Arendt,  para ella la fe de la democracia radica en su capacidad de interactuar y debatir en la arena política,  porque para la filosofa judía,  su ausencia no solo deshumaniza a la sociedad sino que además es la base del totalitarismo.

Frente a la pobreza,  entonces,  de los debates políticos,  o peor aún,  ante la ausencia legítima y digna de la confrontación ideológica para el beneficio ulterior del votante y de este con sus candidatos de predilección o no, qué nos quedaría como sociedad.

Entonces,  amable lector,  nuevamente,  aprendemos de las opiniones de los demás.  Y comprender este hecho significa que aceptamos y reconocemos que no somos dueños de la verdad.

Ya lo dijo Platón,  la verdad siempre se busca en comunidad. Debatiendo,  colaborando,  dialogando, hablando. No pisando,  atropellando,  embistiendo. Será que el debate ha entrado en una fase del oscurantismo? De ser así,  que triste sería para nosotros,  para quienes no tenemos a la política como una razón de vida,  que nos limitamos a ver el escenario de fondo caricaturesco y burdo. La banalidad de la política,  diría Arendt.

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