Abril 27, 2025 -HC-

El Papa muerto

El Papa muerto nos devolvió el humanismo que hacía falta. Nadie amó y quiso tanto como Francisco. Nunca se sintió más amor que cuando él nos hablaba. El humanismo confronta a los poderosos.


Domingo 27 de Abril de 2025, 10:00am






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Jorge Bergoglio fue un hombre que valoraba la puntualidad. A veces se le escuchaba afirmar que "la impuntualidad es un robo: le quitas a otro lo que no puedes devolverle”. En uno de sus tantos viajes, cuando se encontraba en Filipinas, había aceptado una reunión con un embajador, el lugar de encuentro estuvo señalado en la Nunciatura Apostólica de Manila. Como era tradicional en él y en su costumbre, llegó cinco minutos antes. El embajador tuvo un retraso de varios minutos, hecho que además no fue avisado al Santo Padre. A su llegada, el Papa, esbozó su sonrisa amable, habitual en él, y le observó con la mirada sostenida en el rostro del diplomático tardón: “Usted sabe que el tiempo es un tesoro. Quien no valora el tiempo de los demás, no valora a las personas”. El embajador acalorado por el momento vergonzante se disculpó y la reunión prosiguió. Ese era Francisco, un hombre firme, de ejemplos y respetos. El Papa muerto.

Ya desde el tiempo en el que fue apagándose la guía de Juan Pablo II y durante el período de Benedicto XVI, la Iglesia ingresó en un prolongado y espeso momento de corrupción, denuncias encubiertas, muros -como decía Francisco- que no eran los de una casa sólida, sino los que dividen y separan, los que distancian y desconectan, esos que impiden notar las desigualdades inadmisibles.

El Papa muerto quiso desde el inicio apartarse de la fastuosidad que encerraba a la Iglesia y al Vaticano. Alzaba las voz diciendo que “la Iglesia se mueve hacia direcciones que yo ya no puedo aceptar, o simplemente ya no se mueve cuando la realidad exige que se mueva. Yo ya no quiero seguir siendo un vendedor de un producto, ya no puedo apoyar con sinceridad. Siento que ya no somos parte de este mundo, que ya no pertenecemos”. Quería irse, dejar el cardenalato y ser sencillamente un cura. Su estilo de vida simple era una rebelión, expresaba su disidencia. En la llaneza de su vida se comprobaba la razón de su popularidad y liderazgo, ese que incomprendia la cúpula eclesiástica e incluso hasta el propio Benedicto.

Han sido 12 años de una Iglesia que vuelve a los viejos e imperecederos preceptos enseñados por Jesús. Con resistencias y dificultades la Iglesia de hoy tiene la impronta del Papa muerto –no sabemos lo que vendrá y si los tiempos darán un continuo o trastocarán en algo más conservador-, esa que señala a los curas intolerantes y los expone en sus frivolidades y les exhibe su narcicismo incomprensible.

Fue un hombre que desde la reflexión evolucionó en su pensamiento, concluyó que nada es estático en la naturaleza y en el universo, ni Dios. Le fastidiaba ya sin disimulo el persistente castigo que llega desde la Iglesia hacia los que piensan distinto. Cambió o mejor dicho, aclaró su pensamiento sobre los divorciados, homosexuales, prostitutas y terminó con los fundamentalismos dogmáticos que no caminan en sintonía las mujeres y los hombres comunes. Acá inserto un paréntesis que refiere a la política nuestra, esa del cada día donde el centro es el miedo y la reprensión para quien expresa otro pensamiento. Décadas de conductas autoritarias, de intolerancia al pensamiento y de censurar la pluralidad hasta convencer socialmente que el “cambio de ideas” es en realidad una traición o contradicción. Cierro el paréntesis.

Con la muerte de Francisco desaparece también el último humanista. El humanismo del Papa muerto reconstruye en práctica real  la doctrina social de la Iglesia con preocupación tangible por los marginados, los pobres, los niños, los ancianos vulnerables, los pecadores y alejados (recordemos la frase Papal “quién soy yo para juzgar”) y la ecología que es el cuidado de la casa.

En la perspectiva social/política, el Papa muerto tuvo prácticas revolucionarias, no fue solo la retórica de la palabra, hubo acción resuelta. Propició el perdón y con ello acercó a los divorciados. Visitó las cárceles y las favelas donde vive la tragedia, la violencia y la deshumanización. Habló con los jóvenes a quienes quiso amorosamente. Abrazó a las personas con VIH, no los condenó. No dejó, por más que lo denostaron y tildaron de comunista para invalidarlo, de tener una opción de vida preferente, en su preocupación mayor, por los pobres, de allí, esa afirmación que retumba aún en los individuos obsesionados por el mercado y el dinero: “la economía debe servir al hombre”.

En Hermanos todos plantó con claridad sus ideas políticas. Habló, inspirado en el viejo mensaje cristiano, en Luther King, Desmond Tutu y Gandhi también, de las desigualdades, el desbordado consumismo, la globalización desquiciada, el liberalismo económico y “la tiranía de la propiedad privada  sobre el derecho a los bienes comunes”, de la falta de empatía hacia los inmigrantes y hasta de las mega compañías digitales y su control desenfrenado sobre la información.

Nos dijo que la “Iglesia debe ser un hospital de campaña”, y entonces regaló dormitorios a quienes no tenían techo, y dispuso de baños para quienes estaban por los márgenes del Vaticano. Al mismo tiempo, pedía que se pagasen salarios justos. El salario justo es otorgación de dignidad monetizada en billetes. Sentenció el exacerbado individualismo cuando pronunció aquella máxima de que “las responsabilidades son colectivas, nadie se salva solo”. Responsabilidades colectivas, miren ustedes, esa frase irritante para el economicismo enhiesto y vertical. Cuando la atención se centra el colectivo social, irrumpe la necesidad de la reflexión valorativa de la unidad, esa que, según el Papa muerto, “es superior al  conflicto”.

Cuando la fumata blanca anunció, en marzo del año 13, que había un nuevo Papa, los sectores conservadores y la derecha –más que nada la argentina en la región- se sintieron satisfechos, hasta optimistas; poco a poco, todos ellos tuvieron que ir renunciando a Francisco y empezaron a criticarlo y a combatirlo, pues era muy amigo de los pobres.

El Papa muerto nos devolvió el humanismo que hacía falta. Nadie amó y quiso tanto como Francisco. Nunca se sintió más amor que cuando él nos hablaba. El humanismo confronta a los poderosos.

Fuiste un hombre excepcional, los canallas se impacientaron contigo porque hablaste de los pobres y reclamaste solidaridad. Fuiste el hombre más cercano a Jesús en cientos o tal vez miles de años. Representaste lo que la Iglesia debe ser y en ti miramos a la Iglesia que queríamos.

Ahora, por dónde transitará la Iglesia boliviana, una Iglesia que tiene dificultades para conectar con los vulnerables, los pobres, los apartados y el sufrimiento; una Iglesia de homilías repetitivas y vagos comunicados de prensa.  

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