En mi columna del 22 de octubre escribí el primer párrafo: “A menos que ocurra algo realmente extraordinario, casi nadie tiene duda de que en enero del 2017 Estados Unidos posesionará en la presidencia, por primera vez en su Historia, a una mujer: Hillary Clinton...
Y termine así:
¿Qué sería lo extraordinario que podría hacer cambiar la suerte? Hay muchos imponderables, pero se me ocurren dos de trascendencia: 1) Que salgan a votar esos 80 millones que nunca lo hacen (Los “rednecks” –clase de bajos ingresos del país profundo--, despectivo que ha usado Bill Clinton para apoyar a su esposa y 2) Que millones que están convencidos que Clinton ganará fácilmente, no se molesten en ir a votar. Amanecerá y veremos.
A parte de esos 2 imponderables, hubo otros muchos que determinaron que el magnate Donald Trump fuera elegido el martes como el presidente 45 de Estados Unidos, contra todos los pronósticos, contra la opinión de importantes líderes de su Partido Republicano, y contra los grandes medios que apostaron sin retaceos por Clinton. Los Angeles Times hasta se atrevió a pronosticar un triunfo por casi 350 colegios electorales, más allá de los 270 imprescindibles.
¿Cuáles fueron los otras muchas causas? Trump habló o denunció cosas que el estadounidense piensa, pero no se atreve a expresarlo por ser “políticamente incorrecto”. Por ejemplo el Obamacare, el servicio de salud universal que ha encarecido en un 400% los medicamentos y que están llevando a la quiebra a grandes corporaciones aseguradoras.
En un país de 40 millones de católicos fue ciertamente una osadía salir a defender el aborto en los términos en que lo hizo Hillary. Los millones de consumidores que compran desde ropa hasta automóviles producidos en el extranjero se deleitaron con las promesas de Trump de priorizar la industria nacional, para crear fuentes de trabajo.
A no a pocos contribuyentes les gustó que Trump prometiera devolver a sus países a inmigrantes que apenas pisan Estados Unidos se creen con derecho a cupones de alimentos, servicios de salud y educación para sus hijos. Dijo que expulsará a inmigrantes ilegales que cometan delitos y, obviamente exagerando, dijo que construirá un muro de más de 3.000 kilómetros para detener la inmigración ilegal desde México.
Culpó al tratado comercial con México y Canadá del cierre de fábricas en Estados Unidos y avizora repatriar esos capitales ofreciendo incentivos a los inversionistas. No pareció tener ideas claras sobre política internacional, pero encandiló al prometer que Estados Unidos no tiene porqué financiar la defensa de países europeos o del sureste asiático a costa del erario nacional. Con estas y otras promesas, Trump desvaneció las acusaciones de ser un misógino y xenófobo.
Como ayuda adicional, el FBI reveló otra sarta de correos electrónicos cuando Hillary era Secretaria de Estado a solo 5 días de las elecciones, pulverizando los 13 puntos de ventaja que tenía en todo el país sobre su rival. Y por si esto fuera un pelo en la sopa, el presidente Obama hizo que su delegado en la ONU se abstuviera de votar contra la dictadura cubana por primera vez en décadas.
Esa fue la guinda de la torta, Florida, tradicionalmente demócrata, se le dio la vuelta y le dio la victoria a Trump, quien ya había criticado el hecho de que Obama reanudó nexos con la Cuba de los dictadores Fidel y Raúl Castro, sin obtener casi nada a cambio.
Las cadenas CNN y Univisión, que se pusieron sin retaceos al lado de Clinton, pronosticaban que el eventual triunfo de Trump desataría un caos en las bolsas mundiales. Salvo en los primeros minutos de conocerse el triunfo, nada ocurrió y el miércoles el Down Jones cerró con ganancias.
El propio Trump trajo tranquilidad con su discurso tras conocer su victoria. Como si despertara de un maravilloso sueño, pero ante un país profundamente dividido, le tendió la mano a Hillary, la elogió como “una gran mujer a la que Estados Unidos le debe mucho” y parecía haber nacido allí el político, lejos del arrogante empresario, del millonario matón que asustó a millones en el mundo entero. Amanecerá y veremos.
(*) Hernán Maldonado es periodista. Ex UPI, EFE, dpa, CNN, El Nuevo Herald. Por 43 años fue corresponsal de ANF de Bolivia.